miércoles, 31 de diciembre de 2014

El corazón se atiende


El 2014 lo inicié esperanzada, deseosa de recibir lo que no me correspondía; pensativa, aferrada a una manera de sentir ajena a mis pensamientos. Lo inicié con un gran logro después de la vida académica: mi primer trabajo, al que me vertí de lleno, al que me entregué total y profundamente.  Perdí peso sin que fuera uno de mis propósitos, encontré el amor sin siquiera imaginarlo, vencí el miedo a la improvisación y aprendí a quedar bien con todas las personas, menos con la más importante… conmigo misma. Recibí cariño de desconocidos, ayudé a gente con algo muy sencillo y lastimé a otros, a los conocidos, a los verdaderamente amados, con lo complejo. Pero aprendí.

Aprendí en el último libro que leí este año (“Palabras precisas en el momento oportuno” de Marlo Thomas) que nuestra propia luz asusta más que la obscuridad, y en esas mismas páginas tomé el consejo de la abuela de Jeff Bezos (fundador de Amazon) “Algún día aprenderás que es mucho más difícil ser bondadoso que inteligente”  y con esta frase me quedo para el 2015 y para el resto de mi vida, porque sé bien que esa abuela podría ser la mía y porque sé bien que inteligente lo es cualquiera, hasta tu celular, tu coche, la televisión, etc.

La inteligencia se crea, se diseña... el corazón se atiende. Al corazón hay que dejarlo salir.

Mi propósito será destinar a algo positivo lo que sé, lo que hago o lo que pienso  y quitarme de la frente la idea de que la bondad es sinónimo de estupidez, y quitarme de la frente la imagen de ingenuidad fracasada y poner la fe en mi cabeza y no en la de otras personas. Mi propósito será aprender, aprender que es mucho más difícil ser bondadoso que inteligente e iniciar todos los días con ganas de ayudarme y ayudar a los demás.


Mi propósito será presentar al corazón y la cabeza para que mi abuela no me vuelva a regañar.


Lucía Olivares.
@Olivareslucia

sábado, 13 de diciembre de 2014

El amor es lo único que se roba sin maldad

Tal vez el amor sea lo único que al esparcirlo no te deja vacío, sino que te llena aún más.

Todo lo que nos rodea y luego decimos que nos pertenece podemos cargarlo con orgullo, y eso nos hará poderosos; el mundo podrá vernos con esa carga de artículos y reconocer lo que tenemos; el mundo anhelará a quien más tenga y nosotros trataremos siempre de cargar más y más cosas. Si caminamos con monedas en las manos  y se las aventamos a alguien nos quedaremos sin ellas, perderemos nuestro dinero, nos sentiremos vacíos.

El amor, es lo único que se entrega completo  y en lugar de vaciarte… te llena. El amor es lo único que al entregarlo se duplica, porque el amor sólo encuentra sentido cuando se da. El amor es lo único que sigue siendo tuyo aunque te despojen de él;  el amor es lo único que se roba sin maldad. El amor es lo único que aunque lo dejes, se queda. El amor si no se comparte no es amor. El amor egoísta no existe. El amor que no se da, no se conoce.

El amor es lo único de lo que hay que despojarse para sentir que te abraza.

Por eso, podremos perder cualquier cosa: el celular, la cartera,  un anillo, una fotografía o hasta tu coche; pero el amor nunca se pierde… el amor siempre nos pertenece aunque la persona ya no esté. El amor va mucho más allá de los recuerdos, de las cosas; de los besos, de los abrazos. El amor lo tenemos siempre y entre más nos lo quitemos… más nos va a llegar.


El amor, es lo único que se entrega completo  y en lugar de vaciarte… te llena. 


Lucía Olivares.
@Olivareslucía

sábado, 29 de noviembre de 2014

Observa esta imagen…

No sé a ti, pero a mí me indigna. Me indigna porque se habla del círculo de la pobreza como si fuese creada por el mismo grupo, porque se burla de la condición de muchas mujeres. Sí, México ocupa el primer lugar en frecuencia de embarazos adolescentes entre los países de la OCDE;  al año casi 500 mil jóvenes menores de 20 años se convierten en madres. ¿Realmente crees que todas esas niñas vivan en una situación precaria?, ¿Realmente crees que todas esas niñas carecen de “educación”?, ¿Realmente crees que este tipo de embarazos no se da entre las “élites”? Entonces, por qué invadimos las redes sociales con este tipo de imágenes que discriminan, ¿por qué nos burlamos de las situaciones de otros?, ¿Por qué? ¿Por qué no nos sensibilizamos a lo que otros viven?

Es cierto, el destino de un niño de clase baja, sin papá, con una mamá sin un título universitario, sin seguro social, sin coche, sin computadora y sin todos esos etcéteras; seguramente no será el mismo que el de un niño con abuelos y leamos bien ABUELOS con cierta posición económica, tal vez ese niño no sea señalado como delincuente porque vestirá bien, porque estudiará en colegios de prestigio, porque tendrá mayores hábitos de higiene, porque no tendrá que batallar por los servicios, porque podrá estudiar hasta el momento que él decida, sabiendo que tiene quien lo respalde si se equivoca… el otro niño pagará mucho más caro sus errores.

En este país es más delincuente el que asalta una miscelánea, que quien roba millones de pesos. En este país es más delincuente quien te roba la cartera que quien te despoja de tus derechos humanos. En este país es más delincuente quien roba a uno, que quien roba a todos.
Nos quejamos… nos quejamos de las autoridades muchas veces sin conocimiento, invadimos nuestras pláticas y nuestras redes sociales con imágenes y frases que muestran nuestra indignación, pero al mismo tiempo seguimos señalando a los menos favorecidos. Yo sé que lo hacemos sin conciencia, pero, ¿hasta cuándo seremos conscientes?

Luego nos llenamos la boca al referirnos a la cultura del esfuerzo. De acuerdo con los datos más recientes del Coneval, 53.3 millones de personas viven en pobreza en México, es decir, tienen carencias en distintos temas, como la alimentación, salud, seguridad social y educación; para esas personas resulta muy difícil mejorar su calidad de vida ¡y cómo no! Si hasta se vuelve complicado para un profesionista, sabiendo que únicamente 7% de los trabajadores en México gana más de 10 mil pesos (Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo).

Creo que debemos ser más responsables cuando decimos que la clase baja es quien “Engendran más pobres”.  


Lucía Olivares.
@Olivareslucia


miércoles, 29 de octubre de 2014

Tu testamento



Al morir, repartimos nuestros bienes en un testamento; pero, ¿Qué ocurre con el resto? Con lo aprendido a lo largo de la vida, con la experiencia acumulada, con los ideales, ¿Qué pasa con lo que no se guarda en la tierra?
Hoy visualicé la muerte;  un hombre tirado en el piso con los ojos abiertos … y me quedé pensando en lo efímero y simple de la vida, en lo fácil que es perderla y lo difícil que creemos que es ganarla, “ganarse la vida”.
Pensé en ese hombre  que al morir dejaba a sus hijos con cuatro terrenos, dos casas en la ciudad y una en el extranjero, la empresa familiar y su cuenta en el banco; sin embargo le veía el rostro y sentí que algo quería decir, o tal vez, me intrigó demasiado conocer lo que se hombre pensaba sobre los gobernantes de nuestro país, si estaba o no a favor del aborto o la eutanasia, si le gustaba el teatro, la música; si era aficionado a algún deporte, si profesaba alguna religión, si fue un buen padre, si tenía el hábito de despertarse temprano, si hacía ejercicio, qué tanto le había costado conseguir esos terrenos y construir su casa, si fue una persona honrada, si tenía pensado emprender un proyecto, si había visto a su familia recientemente, quería saber cómo era, quien era él, en fin…  diseñé la vida de ese muerto imaginario y después dije: ¡qué más da!
Se vive con la única certeza de que morirás; ninguno de nosotros sabe si seremos exitosos, millonarios, felices, si tendremos una familia unida, si lograremos nuestros sueños… no lo sabemos, conocemos sólo el final como el silencio.
Los bienes se reparten cuando ya no estamos, ese es el consuelo de muchos.
Me aterra pensar en la muerte como un foco apagado, me aterra pensar que no somos conscientes de la magia que representamos.

En ese esfuerzo por hacer, por tener, por construir, hace que las biografías se llenen de datos duros, de maestrías y diplomados, de puestos de trabajo, de participaciones en proyectos, de libros publicados, de referencias políticas y sociales, es decir, de aquello que construimos, de todo aquello que representa un esfuerzo por hacer, por tener, por construir; sin embargo lo llamamos ser, “ser alguien”.
Vivir para los ojos de los demás es una tarea difícil, poco disfrutable y poco efectiva.

Somos muchos quienes nos sentiríamos despojados al dejar de ser:
Foto por: Elvira Olivier
Miembro de una empresa
Esposo (a) de alguien
Hijo (a) de alguien
Trabajador / Estudiante
Rico / Importante / Exitoso
Bonito / Atractivo / Popular
Amigo / novio (a) de alguien
Miembro de un grupo social.




Lo cierto que es tenemos poco tiempo para ser. 
Los bienes se reparten cuando ya no estamos; lo que eres se vive con la vida.


Lucía Olivares.
@Olivareslucia

domingo, 12 de octubre de 2014

A las feministas

“Luchaba con el mismo ímpetu apasionado por los derechos de la mujer que por el amor del hombre”
 Lillian Hellma: el don de la amistad, de “Mujer que sabe latín” de Rosario Castellanos.


Todas aquellas que en algún momento nos hemos nombrado “feministas”, que hemos creído y gritado con orgullo disfrazado que la preparación y el conocimiento debe ponerse en práctica, que las labores domésticas no son exclusivas de las mujeres, que también podemos dominar, que tenemos poder, que no necesitamos a nadie, que afirmamos preferir estar en una oficina que junto a un hombre o unos niños, que pretendemos que no nos gusta mirarnos al espejo, que consideramos falta de tiempo pintarse las uñas o depilarse las piernas; a las feministas que hace algunos años leímos la carta de Adela Micha y nos cansamos nada más de imaginar cómo es el día de una mujer de su talla profesional, sin dejar de ser mujer con las exigencias de serlo; porque no, no es fácil.
Ser mujer viene acompañado de un conjunto de implicaciones que podrás tomar o no, porque al final de cuentas “se es mujer y nada más” como lo escribí hace algunos meses; sin embargo, la sociedad señala niveles y existe quien es muy cumplidora.
Leo a Rosario Castellanos, una de “Las Siete Cabritas” de Elena Poniatowska, en su libro “Mujer que sabe latín”, título que surge del dicho popular: Mujer que sabe latín no tiene marido ni tiene buen fin (por fortuna yo no sé latín) y es que ¿saben qué? Noto que esa genialidad, ese desarraigo,  esa incomprensión, esa voz ardiente e inconforme surge por un trunco amor al hombre, por una pasión frenada, por encontrar en el feminismo una salida, tal vez no sencilla, a la falta, a la escasez.

Y me atrevo a decirlo con profunda tristeza y decepción a mí misma, puesto que por mucho tiempo pensé y expuse mis ideas de independencia femenina, no obligada, sino elegida; pero ahora leo en las “Las Siete Cabritas” un odio a la vida, a la maternidad, al amor calificado como inexistente, a la genialidad que tanto admiro acompañada de soledad, porque eso hay o eso hubo en esas grandes cabezas, tiempo de sobra, tiempo de sobra porque no había con quien compartir, y digo “compartir”, no de quien “ocuparse”.

Las mayores lecciones de vida te las da la vida en sus adentros.
Mi mamá un día me dijo: “Yo lo único que he hecho es a ti y a tu hermana… y eso es mucho” Y esa capacidad de sorpresa, de admiración, de reconocimiento por quien ama, por quien vive y actúa por amor la estamos perdiendo, nos estamos sumergiendo en un mundo que aplaude ideas sofisticadas, a veces hasta destructivas, en ocasiones lucrativas y en otras enfermizas, maliciosas, ¿Y el amor quien lo aplaude si no es en el vals de una boda?, ¿Quién aplaude al que sólo sabe amar? Que dicho sea de paso, es lo más fácil y al mismo tiempo lo más complejo.

 Nunca debimos pelear por los derechos de la mujer, ni por los derechos del hombre. Derechos simplemente, NUESTROS y sin distinciones.

Lucía Olivares.

@Olivareslucia

martes, 7 de octubre de 2014

Niña Diente de León

Había una vez una niña con muchas ganas de volar.

Ella siempre decía que le gustaba estar arriba, ver desde lo alto, pero era tan pequeña e inexperta que creyó que la mejor solución sería volar; así que dedicó varios días, meses, años a construir unas alas grandes y fuertes para conocer el cielo. Le entusiasmaba el día que pudiera usarlas por primera vez.
Ella podía pasar semanas enteras sin despegarse de las alas, tenía que estar muy bien hechas, si no podría caer y algo así sería intolerable. Al asomarse por la ventana venía algunos niños jugar con pelotas, con muñecas o paseando en bicicleta; pero a ella esos juegos terrenales no le interesaban, porque lo tenía muy claro: quería volar.

Hasta ahora nadie sabía esto, pero en realidad la niña usó las alas antes de que su tutor aprobara su calidad y fortaleza. Voló como el hada más fina y ligera que puedan imaginar,  como si fuese un diente de león, esas florecillas que usamos para pedir un deseo mientras soplamos y vemos como sus partes vuelan y desaparecen al mismo tiempo. Con esa ligereza, con esa finura y con ese esplendor, la niña se movía por el cielo, maravillada por las nubes y el viento fresco que la hacían respirar distinto.

Pero ahí, en el cielo, se topó con otras hadas más grandes que ella, y la niña, al sentirse cumplidora de deseos, permitió que soplaran frente a ella y aunque poco a poco sus partes más delicadas se desprendían, ella seguía flotando y permanecía cerca de quien tenía un anhelo, de quien necesitara de su ayuda. Hasta que un día, alguien sopló con mucha fuerza sobre ella, dejándola tan  débil que ni siquiera esas alas construidas en años pudieron levantarla y quedó ahí, al ras de los edificios y el smog, observando de cerca los terrores de la tierra y mirando hacia arriba las aspiraciones del cielo. Quedó ahí, como un hada complaciente, como una débil flor, como una niña sin alas, como un avión sin despegar.



Vuela, vuela, vuela… que el viento siempre te lleve hacia arriba.

Lucía Olivares.
@Olivareslucia

martes, 23 de septiembre de 2014

Traigo la caricia pegada al hueso

Cuando alguien se acerca por detrás y comienza a jugar con tu cabello, lo hace girar pretendiendo hacer un rulo con el dedo; o cuando recibes la llamada de un desconocido que te llena de halagos; cuando te susurran al oído; cuando una textura agradable roza tu piel, cuando terminas algo que te hace sentir libre, orgulloso, ¡feliz! Se te queda pegada la caricia en el hueso y puede permanecer el tiempo que sea necesario, el tiempo que tu mente y tu corazón lo permitan.

Esa sensación de escalofríos no a causa de un susto, sino una sensación de caricia eterna. Unas  palabras, una presencia, el sonido cercano, un roce sutil, un logro merecido.

Y resulta sencillo percibir lo nato y puro de nuestros actos, de nuestra vida; porque una ovación no tiene el mismo sabor  cuando es tuya a cuando la has hurtado; así como no sabe igual ver tu carro en la cochera cuando representa horas de esfuerzo a cuando ha sido un capricho; tampoco es igual peinarte en la mañana con prisa a que alguien acaricie las hebras que hemos de tratar con desdén y amargura faltando cinco para las ocho. Y no, no es igual una llamada mecánica a una sorpresa; no es igual una palabra al viento que una directa al cuerpo; no es lo mismo la liberación cuando algo concluye que la conclusión como resultado.

Traigo la caricia pegada al hueso, lleva horas ahí.

El contacto es cosa fácil. La caricia en la piel se logra con la proximidad; la caricia que se amarra por dentro es cuando ha pasado por el corazón y le gustó tanto que ya no quiso salir.


Lucía Olivares.
@Olivareslucia


jueves, 18 de septiembre de 2014

Una vida sin

  
Una vida sin compromisos…  sin buenos días, sin buenas tardes.
Una vida de tiempos muertos o tiempo libre o tiempo para ti.
Una vida sin jerarquías.
Una vida sin líneas.
Una vida sin agenda, sin recordatorios, alarmas, ni despertadores.
Una vida sin maquillaje, sin posiciones erguidas, sin servilletas sobre las piernas.
Una vida sin marcas, sin comparaciones, sin banalidades.
Una vida sin permisos, sin arrepentimientos, ni favores.
Una vida sin gastos inútiles.
Una vida sin presiones ajenas, sin órdenes, sin inclinaciones de cabeza.
Una vida sin cartera.
Una vida sin prisa, sin cambios de atuendo, ni bolsas largas.
Una vida sin ojeras, pestañas caídas, ni puntas secas.
Una vida sin cepillo, crema, perfume y desinfectante en la bolsa.
Una vida sin noches cortas.
Una vida de largo despertar.
Una vida con personas que no les cueste decir la verdad.
Una vida sin miedo.
Una vida sin complejos.
Una vida sin despedidas.
Una vida con besos eternos de buenas noches.
Una vida acompañada.
Una vida con los tuyos y no con los otros.
Una vida llena de sueños, llena de sonrisas, llena de paz.
Una vida donde mandes tú.
Una vida de risa y no de burla.
Una vida diseñada por ti.

A veces permitimos que nos dibujen hasta la sonrisa, que nos borden el vestido y nos encajen la peineta. A veces agradecemos a quien nos regala la cuchara para menear la sopa, a quien nos tiene podando el jardín, a quien nos despierta temprano cada mañana.


A veces permitimos hasta que nos dirijan la mirada…




Lucía Olivares
@Olivareslucia

sábado, 30 de agosto de 2014

De la moda...







Se vuelve popular, que lo popular no sea intelectual.

Existe un afán de diferenciación colectivo que nos convierte en una masa rebelde con trayecto, pero sin destino. No atiborramos de ideas... inspiración grupal y al mismo tiempo aislada, por más extraño y atroz que parezca.  

Somos moda.

Lo que comemos y bebemos, los lugares que frecuentamos, nuestros medios de transporte, las causas que defendemos, nuestras indignaciones y festejos,  los personajes a quienes admiramos,  lo que usamos (por supuesto). Imitamos comportamientos, decoramos innecesariamente, aplaudimos los errores evidentes; cambiamos dimensiones y colores.
En nuestro esfuerzo por parecer diferente, homologamos. Creamos "un mundo nuevo y parecido" a lo de enfrente, a lo de atrás, a lo de tu derecha e izquierda. 

 El escritor y poeta Gilbero Prado, dijo en una entrevista radiofónica que la sensibilidad no necesariamente te hace una buena persona, los hábitos eso son; por ejemplo, "Hitler era amante de la ópera, Heydrich fue un gran violinista y algunos cabecillas nazis eran melómanos. Hay quien dice que los gustos y aficiones te hacen, te definen; yo no estaría segura de eso.

Hoy andamos en bici, bebemos en tarros de vidrio, mostramos el ombligo y las piernas, tomamos café y selfies; apoyamos diversas causas sociales, mientras "por dignidad" nos alejamos de los temas políticos, de los cuales renegamos en redes sociales.

La fidelidad hay que dejarla para otras cosas, para las tuyas; para lo que tú crees aunque nadie crea, para lo que tú piensas aunque nadie sepa. La moda también pasa de moda.




Lucía Olivares.
@Olivareslucia

jueves, 28 de agosto de 2014

Con o sin corazón




¿No?
La idea es muy claro en esta escueta conversación, y creo que ya entendieron mi punto, sin embargo, trataré de explicarlo mejor.
Es muy complicado entender al ser humano, a veces desisto porque es sería una lucha perdida y eso me genera frustración; pero no entiendo. No entiendo por qué aun cargando con el corazón y la conciencia, nos llenamos la boca de adjetivos negativos para definir a los demás. Sé que podemos pensar mil y un cosas, que sentimos coraje, incluso rencor, que hay quien sencillamente no te agrada, a veces es su voz, sus actitudes, su humor o su simple presencia; pero, ¿por qué exponer nuestro vacío para lastimar a los demás?, ¿Qué nos deja?, ¿Qué nos quita?, ¿Qué sensación nos genera la humillación de otros?
Las hormigas nos pican, nos dejan unas ronchitas rojas; a algunas personas les provocan alergia, comezón, ardor, dolor; otras ni siquiera lo notan; pero las hormigas no se pican entre ellas, las hormigas andan juntas,  se ayudan , viven en comunidades organizadas, hasta tienen reinas… 
...los seres humanos nos lastimamos entre nosotros.

¡Y nos quejamos!… es increíble nuestra manera de quejarnos, de molestarnos con el gobierno, de poner mensajes motivacionales en redes sociales, tomar videos y fotografías apoyando causas que desconocemos, o causas mucho más elevadas que nuestro primitivo problema: nosotros.

Esta mañana vi una fotografía que decía “Promueve lo que te gusta y no lo que te molesta”, y soy en este momento la primera en romper con el mensaje; pero a mí no me gusta que usemos nuestras manos para escribir lo que puede dañar a un amigo, no me gusta que usemos la voz para morder personas, no me gusta que usemos la risa como burla,  no me gusta que el corazón no filtre nuestros actos y que la cabeza no guarde secretos… porque los secretos son sagrados.

Y sí, los problemas que como sociedad tenemos son primitivos… somos nosotros mismos.


Lucía Olivares.

@Olivareslucia

martes, 12 de agosto de 2014

En vida

Nos gusta hacer historias… 
Todos tenemos un poco de imaginación, un poco de malicia, un poco envidia, algunos vacíos y un poco de mierda embarrada por dentro…  justo dónde nadie ve.
Nos gusta ocuparnos del resto cuando nos damos por vencidos con nosotros mismos; volteamos a ver a la solterona empedernida, a la niña de diecinueve años que espera un hijo, al compañero que no ha salido del clóset, al trabajador compulsivo, al intenso que pasa horas en el gimnasio, a la niña que satura tus redes sociales con fotografías banales, a tu amiga que luce más débil que un palillo de dientes y a la otra más maciza que un roble. Nos sorprendemos también de quien compra una camioneta de un día para otro, pero luego nos burlamos de quien maneja una carcacha; motivamos a quien está constantemente deprimido y nos en jaqueca el vecino que lleva la risa colgada en la cabeza.  Nos sorprende que la gente se case antes de los 25, pero también que lo hagan después de ese rango de edad. Nos asombra que nuestros amigos tomen mucho y nos asombra aún más que no lo hagan. Enfurecemos si servidores públicos roban del erario, si tiene fiestas son sexoservidoras, si tienen un departamento en Miami, pero quisiéramos un amigo como ellos.
En este mundo radical, o eres holgazán o eres un idiota (porque así se les dice a quienes trabajan mucho), perdón, olvidaba la tercera opción “el cerdo capitalista”. La sociedad, cada vez más exigente, no reconoce ni al ama de casa, ni a la mujer trabajadora; a una la tacha de cómoda y a otra de desobligada.  En este lugar tan competitivo ya no se sabe qué es mejor, ser la gordita feliz pero criticada o ser la flaquita linda… pero señalada. En este negocio de la vida, o eres ladrón, o eres chalán, o eres arribista. Ya no creemos en las buenas intenciones, ya no creemos en las buenas… en los buenos… en nada.
Tal vez aún no nos hemos dado cuenta de que vivir para el otro, aunque sea de manera inconsciente, nos arrebata la conciencia de nosotros mismos. En este momento donde todo es información de todos y donde podemos expresar y manifestar nuestras opiniones sobre cualquier situación y sobre cualquier persona, nos sitúa en un papel tan absurdo, y lo peor de todo es que nos creemos muy humanos al tuitear una condolencia sobre una persona que disfrutamos por televisión… un actor, como todos nosotros, unos farsantes disfrazados de vidas perfectas y armoniosas.  Por supuesto que formo parte de ese grupo de consumidores de información digital y me deja inquieta y terriblemente sorprendida que la gente forme una “O” con sus labios cuestionándose cómo una persona que hizo reír “al mundo entero” se haya quitado la vida por depresión…  ¿no nos hemos dado cuenta de que somos material  para eso día con día?.

El mundo te dice que te ama cuando mueres, pero, ¿Quién lo hace mientras vives?

El mundo te dice que te ama cuando mueres porque nunca te ha amado y porque obviamente no te amará. Aplaudimos cuando la obra no se presenta desde hace diez años, compramos los discos de éxitos como homenaje al cantante que falleció el año pasado, leemos frases de los escritores en boga sólo mientras están en coma; ¿sensibilizarse también está de moda?
Dicen, que a los amigos se les conoce “en las malas”, yo seguiré insistiendo que esto no es verdad. A los amigos se les conoce cuando tú estás volando y ellos no pinchan el globo para que caigas; amigo es quien aplaude durante la función. Se es amigo cuando puedes voltear hacia arriba sin resentimientos… se es amigo en vida, no cuando estás desfalleciendo.
El mundo te dice que te ama cuando mueres… queramos en vida.

Lucía Olivares.
@Olivareslucia

lunes, 2 de junio de 2014

De brujas y princesas


Hemos pasado de ser las princesas bobas e inocentes, que así sin hacer nada, sin lastimar a nadie, sin pensar, ni esforzarse, conseguían la felicidad.

Actualmente el estereotipo de mujer ideal es el de una villana, ¿no me creen? Para empezar ahora la belleza se construye, es como una escultura majestuosa que hay que tallar y limar todos los días, ahora la belleza es invisible si no viene acompañada de calor, tintes y plástico; ahora para ser feliz no basta soñarlo, hay que idear, hay que planear, hay que aplicar la ley del más fuerte, tienes que fregarte al otro, sí, eso tienes que hacer. Tal parece que tú felicidad condiciona la felicidad de los demás.

Las protagonistas de las historias contemporáneas, de los libros, películas y también de la vida real, no son esas dulces señoritas que viven acongojadas por la naturaleza y el bienestar de sus amigos, ¡No!, El prototipo de mujer admirable es otro, y tampoco es algo nuevo; aplaudimos a aquella que tiene un puesto importante, que viste formal y con colores obscuros, aquella que delega, aquella que maneja a gran velocidad, aquella que no le debe nada a nadie, aquella que no necesita un hombre a su lado, aquella que es imposible imaginar sin maquillaje, aquella que llamamos “cabrona”, porque supuestamente así se logra todo, ¿todo qué?,  admiramos a la “mujer guerrera” y si nos lo preguntan decimos que somos una de ellas, porque podemos solas, porque nos esforzamos, porque somos mejores que los hombres, porque somos madre y padre a la vez, porque somos productivas, porque somos fuertes, a ver… ¿y si nos relajamos un poquito?
No nos hemos dado cuenta de que nos estamos vendiendo y comprando un papel difícil, muy difícil, porque pretendemos ser las villanas del cuento con final de princesa, que no dudo que se pueda, pero es una bipolaridad que no cualquiera maneja.

En la mañana, Israel, un compañero, dijo: “Disney nos está relegando, los hombres ya no figuramos para nada, nos están haciendo a un lado”; y sí, los estamos olvidando porque los creemos unos buenos para nada, “¡no los necesitamos!” Todo lo podemos hacer solas, y estoy total y absolutamente de acuerdo, pero, ¿cuál es la molestia eterna de las brujas, de las villanas de un cuento?, ¿saben la respuesta? EL PRÍNCIPE, la inocencia, la juventud, los talentos y la belleza.

Foto de Elvira Olivier
Estos cambios me mantienen pensativa y preocupada, porque con mucha pena les confieso que me educaron para ser princesa y he intentado toda la vida convertirme en villana, no en una mujer mala, pero sí en una mujer inteligente, con objetivos, con metas, segura; yo no quiero ser la niña tonta que confía en la viejita que le da una manzana, tampoco pretendo pasar años dormida esperando que un hombre me rescate para poder vivir, ni aguantar los malos tratos de una Bestia, ¡No, Señor!, preferible burlar que ser burlada… así dicen; sin embargo me preocupa algo más, a las brujas nunca le salen las cosas bien, se amargan eternamente a pesar de sus dotes intelectuales que son mucho mayores que los de una princesa.  Antes se educaba a las niñas bajo ciertos estándares, primero para ser princesa, pero como tal parece que eso ya no resulta viable, es mejor “forjarles el carácter”, lo cual se entiende como: educarlas como villanas, ¿y cuando tampoco la villana funcione?, ¿Qué estaremos creando?, ¿Se imaginan?, ¿Me dicen?... ¿Serán las hadas el siguiente papel? ¿Las mujeres que cumplen deseos y luego se van?

Pretendemos ser las villanas del cuento, con final de princesa.

Lucía Olivares.

@Olivareslucia

sábado, 31 de mayo de 2014

JUSTA - JUSTA

No creo en los errores. Alguien me dijo hace poco “yo no me equivoco, yo aprendo”… y lo aprendí. Minutos después de compartir mi entrada anterior, recibí un  mensaje de mi mamá, una de las personas más críticas que he conocido (y que espero conocer). El mensaje decía: 

Te equivocaste, escribiste dos veces justa en lugar de gusta.

“Me traicionaría el inconsciente”, pensé. A veces cometemos errores impensables, tan tontos, tan inexplicablemente estúpidos, que a mí, en mis locos, exhaustivos e inútiles esfuerzos por encontrar la perfección, me pesan más que la vejez a Dorian Gray; me autodestruyo, me hago pedacitos, luego polvo y me espolvoreo, después llegan mis papás y me reconstruyen con un soplo, un gran soplo; entonces puedo decir que aprendo mucho, muchísimo.

El tema era la justicia y está de más decir que no existe y ojalá que nunca exista para seguirla buscando.

Buscamos la justicia porque nos gusta repartir, porque la justicia es relativa como todo lo que según nosotros debe ser equitativo: el amor, el dinero, la belleza, el intelecto, la sonrisa, los afectos.
Es cierto que la justicia no existe, que puedes trabajar sin descanso y ganarás diez veces menos que el que checa y se va, que puedes juntar dinero durante un año para comprar un coche y alguien se lo lleva así nada más, que puedes hacer ejercicio todos los días y de repente contraer una terrible enfermedad, que puedes dedicar tu vida a una persona y ella sin decir adiós se irá, que puede aparecer un espantoso grano en tu cara cuando tienes un evento especial.  

Hay que seguir renegando de nuestro estado humano, hay que seguir buscando la perfección, la justicia, la inclusión, la sabiduría, la libertad, la paz, aunque no la encontremos… hay que seguirla buscando.
Cuando el hombre llama justicia a la cárcel, a la tortura, a la muerte, a mí me queda una pregunta atorada en el pecho, ¿Para qué la quieres?, cuando la justicia llega cargada de rencor se me hace un nudo entre la cabeza y el corazón que me dicen ¿Para qué sirve?, pero el ser humano es tan complejo, tan maravilloso y tan constante que afortunadamente y aunque no queramos… seguimos buscando y seguimos aprendiendo.



Lucía Olivares.

@Olivareslucia

lunes, 26 de mayo de 2014

Al parecer todo nos gusta…

Desde el comentario más alentador, los buenos días de un tío, el meme más cruel o mejor dicho el bullying en su expresión gráfica, la fotografía de una amiga que luce más bonita que tú, la fotografía de una amiga que simplemente no debería existir, la niña que piensa que manifestar sus decepciones amorosas la hace interesante y popular, el niño que presume su borrachera de fin de semana y luego la cruda del mismo fin de semana, las frases de libros que alguien pegó en una postal, los videos de caídas o accidentes terribles, las fotografías familiares y de nuevo las palabras de despecho que no caben en una red social, comentarios excluyentes que pueden gustarte al mismo tiempo que una frase de la madre Teresa de Calcuta.

¿Qué nos gusta? ¿Dar clic? Tal parece que tenemos una necesidad de aprobación, de colectividad llevaba al vacío. No podemos olvidar que el “Like” también es un compromiso social, que un like puede generar un vínculo amistoso, que un like puede significar un: aquí estoy. En el mejor de los casos es admiración, unión, respaldo.

Y sí, al parecer nos gusta que existan parejas nuevas y también que se desmoronen, nos gusta que nuestros amigos tengan moretones o que les regalen un coche, nos gusta saber que alguien se quedó en casa porque está enfermo o que trabaja arduamente toda la mañana; nos gustan las fotografías de viajes y también las del perro acostado en su cama; nos gusta ver lo que los otros comen, nos gustan las publicaciones de “comida balanceada”; nos gusta ver cuántas botellas se acaban nuestros amigos, nos gusta ver cómo festejan a sus mamás los domingos; nos gustan las notas de accidentes automovilísticos, nos gusta que las niñas lloren porque no las quieren ni como amigos, nos gusta que la gente se asuste por detonaciones en la noche, nos gusta que sea de día o que sea de noche.


 Al parecer todo nos gusta…

Lucía Olivares.

@Olivareslucia

sábado, 10 de mayo de 2014

A mamá


            A veces se me olvida por qué, a veces tengo tanta prisa, me levanto veinte minutos después de la hora, pienso que las probabilidades de llegar tarde al trabajo son mayores y así comienza el día, con  premura, sin conciencia de por qué, de por qué vivo lo que vivo, por qué camino lo que camino, de por qué sonrío, por qué me enojo, por qué tanta impaciencia.

Me acostumbro también a tenerte, mamá, a saber que estarás ahí cuando regrese a casa, a saber que no haré más que dejar la bolsa y sentarme a comer, sé que estás a unos pasos, que tengo tus hombros para ponerme a llorar, que puedo perder las llaves todo la vida y siempre me abrirás incluso antes de que toque la puerta, sé que no necesito decir nada para que sepas lo que ocurre,  como también sé que nunca podré terminar de contarte algo sin tus múltiples interrupciones,  sé que tengo a la mejor compañera de café, que alguien me escucha mientras cocina, que tengo un monitor constante, que cuando me equivoque la primera en detectarlo serás tú y me lo dirás con crueldad, eres mi termómetro, después de tu crítica puedo soportar cualquier otra.

Me disfrazaste de todo y aprendí a ser princesa, bailarina, trapecista, bruja, duende, niña de la calle, muñeca, y  me lo tomé muy en serio… recurro a esos personajes de vez en cuando y así como cuando era una niña, me quitas el disfraz y me vistes de realidad.

Y sí, mamá, a veces se me olvida que no soy sola, que soy tres, o cuatro, o cinco, o seis; a veces prefiero que me vistas de niña y con moños otra vez, pero también me enseñaste a ponerme tacones, a caminar segura, a sonreír primero y dudar después.  
Lucía Olivares
@Olivareslucia

sábado, 19 de abril de 2014

Mucho qué callar


No quiero tener muchas cosas qué decir, prefiero tener mucho qué callar…

Hoy escribo para no volverme loca, porque para mí los tiempos muertos cargan mi ataúd, entonces me entretengo preparando el epitafio, y luego se me olvida, se me olvida que moría y comienzo a soñar, por eso las palabras son mi salvavidas, la pluma el barandal, las teclas el cimiento.

A veces creemos que lo ideal sería tener mucho qué decir; asistir a una reunión y llevar la batuta de la conversación, dejar a todos boquiabiertos, conocer a todas las personas a quienes se refieran los invitados, poder hablar en cualquier idioma, tener la indecencia de llenarte la boca del pasado y así sentirte un triunfador, una persona brillante, aunque sólo sea de dientes hacia afuera… pero esta mañana en mi desesperación, cuando recién decidí redactar mi esquela, pensé en mi silencio que a veces añoro y otras escondo bajo carcajadas o un sinfín de respuestas irónicas o hirientes. Pensé en mi silencio y me di cuenta de que no quiero tener muchas cosas qué decir, sino todo lo contrario, deseo tener mucho qué callar, porque aquel que despilfarra información es porque no le es exclusiva, quisiera tener mucho qué callar para poder verterlo en el momento preciso y sólo una vez, no como un chisme que te invade la boca y te hace ver estúpido. Quisiera tener mucho qué callar, mucho qué pensar, mucho qué escuchar, mucho qué escribir o depositar aquí mis secretos, entre laberintos, sin direcciones, sin dirigirse a nadie en particular.

Es por eso que he decidido no escribir mi esquela, he decidido dejarla así por ahora, me guardo en mi silencio y sigo pensando antes de que el pensamiento me vuelva loca; pero cuidado con la locura porque siempre te hace hablar de más.


Lucía Olivares
 
@Olivareslucia

viernes, 4 de abril de 2014

¿Quién será?

         Todos los días lo veo pasar, es como si me diera la hora sin ver el reloj y sin voltearme a ver; en realidad ve siempre hacia el frente; su espalda es una tabla, pareciera que un hilo invisible lo jalara de la cabeza, camina seguro, viste formal y lleva un maletín que lo hace ver importante, aunque estoy segura de que no lleva nada relevante en él.

Me intriga, me inquieta que siempre tenga que frenar mi paso acelerado, entorpecido por una bolsa que bien podría llevarme a mí en lugar que yo a ella, las llaves en la mano, el celular en la otra;  y él así como si el tiempo no existiese, camina, camina mirando únicamente hacia adelante, con ese maletín inútil y ese relamido perfecto que a mí me dura dos minutos. No se da cuenta de nada, ni de nadie.
Quisiera un día pararlo y preguntarle cómo se atreve a presumir su serenidad y su paciencia frente a mi todos los días, me gustaría preguntarle su hora de entrada y cómo es que no lleva ritmo al caminar, me gustaría preguntarle por qué demonios se me atraviesa así tan detalladamente arreglado, con los zapatos boleados, el pantalón perfectamente planchado, el pelo cual casco a la medida y su maletín… me gustaría arrebatárselo y confirmar que no lleva nada en él, que es sólo una distracción para esta niña que va con la bolsa abierta, la camisa al revés y el cabello volando; que tiene una hora en la muñeca, otra en el celular y otra en el carro, que al cruzar la calle se arregla en el vidrio de en frente y se ríe… de nervios.

Pero quién será ese fulano que modela todas las mañanas su tranquilidad, su seguridad y su enajenación, ¿hasta dónde camina?, ¿por qué nunca voltea?, ¿quién le plancha sus camisas?, ¿qué se pone en el pelo?, ¿por qué va tan derecho?, ¿por qué siempre frente a mí?

No, no es cierto. Tanta tranquilidad, tanta perfección no es cierto.

 

Lucía Olivares.

@Olivareslucia

 

 

sábado, 8 de marzo de 2014

La ladrona de libros


Comencé a leer con calma “La ladrona de libros” de Markus Zusak, supe que era momento de apurarme luego de ver la película en cartelera. Terminé la historia hecha un mar de lágrimas e inmediatamente fui al cine, sola, por primera vez.

Eso  tenía tres ventajas:

1.       Podría llorar con mayor libertad. No tendría que preocuparme por incomodar a mi acompañante.

2.       Dicen que “no has vivido” si nunca has ido al cine solo. (Ya podría palomear  eso en mi lista de must).

3.       Iba con el corazón preparado (una ventaja importante).

 
No dejo de pensar en el dolor de las personas que vivieron en la Alemania Nazi, quienes tenían al sufrimiento, a la lucha, al temor como constante; aquellos que lo único que hicieron mal fue nacer, nacer en ciertas condiciones no perjudiciales en un principio. No logro dimensionar el miedo, la tristeza, la desesperanza, los lazos rotos, los corazones molidos y los otros congelados.
No logro entender la descalificación del humanismo, la bondad como sinónimo de error, el castigo por la ayuda, un escondite por la vida, un amor que alguien puede deshacer, pero que no se desmorona. Siempre hemos castigado nuestra parte más humana, nuestro rasgo, nuestro sello como personas: El error. Erramos cuando sentimos, erramos cuando permitimos que los sentimientos nos rijan, ¿Y qué somos si no eso? un montón de emociones albergadas en un cuerpo. ¿Qué somos si no humanos? Humanos que nos aferramos a lastimar… empezando por uno mismo.
 
En el cine:
Comenzó a sonar una alarma, se encendieron las luces de la salida de emergencia y el temor fue colectivo; pude escuchar una agitada respiración  en la sala, todos veíamos hacia atrás para después incorporarnos… intranquilos, por supuesto.
Ocurrió otra vez, ahora con más potencia y entonces nos pusimos en pie, cada quien se fue con su cada cual, y yo, yo iba sola.  Comenzamos a salir y algunos hombres gritaban “¡Tranquilos!, no se empujen”, “No pasa nada, ahorita salimos todos”, “¡Con calma!”.
Una vez fuera nos pidieron que regresáramos a nuestro lugar, al parecer una “falsa alarma”. Cuando bajaba los escalones para reincorporarme, sentía cómo los músculos de mis piernas vibraban, nunca las había sentido así, y el corazón… ese estaba más acelerado que de costumbre.
¿Habrá sido un plan para entrar en el mood de la película?, ¿Qué sentirían ellos cuando tenían que salir de sus hogares hacia un refugio porque los bombardeos estaban a punto de empezar?, ¿Qué sentirían ellos al saber que cualquier momento podría ser su último momento?, ¿Qué sentirían ellos al escuchar durante horas las bombas que destruyen su ciudad y a los suyos? No sé… pero yo escuché una alarma estruendosa en el cine y tembló hasta la parte más recóndita de mí. 
 
Liesel perdió todo lo que una persona puede perder: a su verdadera familia, a su familia postiza, a su mejor amigo, su casa, su nueva casa, su ciudad, ¿Qué hace una niña de 14 años cuando se ha quedado sin nada?, ¿Qué hace una niña de 14 años al saberse sola? No sé… pero hoy fui al cine, tuve miedo y no había nadie a mi lado para darle mi mano… y fue extraño.
 
Me enamoran las historias que narran un momento épico de una nación con algo mágico; me fascinan las historias que se acercan a la parte profunda del ser humano y no se quedan únicamente con fechas y direcciones.
Para mí, “La ladrona de libros” es algo muy cercano a “A la sombra del ángel” de Kathryn S. Blair.
Me quedo con la sabiduría y sensibilidad de Max, con su amor por las pequeñas cosas que observa porque no puede ver, con las cosas que admira gracias a la obscuridad que lo rodea.
-          “¿Hay algo peor que un chico que te odie? Un chico que te quiera.”
-          “Haz tuyas las palabras. Si tus ojos pudieran hablar, ¿qué dirían?.”
¿Y si el corazón pudiera hablar? ¿Qué diría?
 
Lucía Olivares.
@Olivareslucia

viernes, 21 de febrero de 2014

Sin irnos tan lejos...

 
       Somos una sociedad que juzga constantemente… TODO. Los defensores de los derechos humanos, de los animales, del ambiente, son también jueces duros, que defienden sus posturas señalando y atacando las de los demás. El vegetariano se molesta con el que come carne, el que camina se molesta con quien conduce un coche, el que reza con quien no lo hace, y miles de etcéteras.
El que come mucho quiere que todos coman la misma cantidad que él, el que toma hasta el hartazgo quiere que todos se encuentren en su mismo estado, al que se le antoja una nieve desea que todos experimenten ese antojo al mismo tiempo. El que ama quiere que lo amen de la misma manera, el que ya se quiere ir quiere que todos se vayan con él. ¡ESPÉRATE! ¿Sabes qué es la diversidad?, las diferencias no forzosamente se ven, no necesito tomar la mano de una persona de mi mismo sexo, ni que mis ojos sean más rasgados, ni andar descalza para formar parte de un grupo al que la sociedad “pueda” aceptar. No incluimos… somos torpes, buscamos siempre iguales y no encontramos… o encontramos y ¡qué pereza!
Creo que no estamos dando pasos, sino que queremos saltar y es peligroso porque la tierra aún no está firme; creo que estamos tomando decisiones desesperadas y no nos hemos dado cuenta que hace falta trabajar muchísimo en nosotros mismos, porque somos duros, porque así como señalamos somos señalados, porque a nuestra educación le falta educación… queremos un mundo armonioso y no somos armónicos.
Es fácil pretender ser incluyente y defender lo estereotipado: las razas, la sexualidad, las clases sociales, las profesiones; pero es igual de importante el respeto que le das a una persona que no piensa y que no vive igual que tú, aunque tenga tu misma edad, tus mismas preferencias sexuales, tu misma clase social; aunque vista muy similar a ti y su piel haga juego con la tuya. Hablamos de incluir como si eso significara mezclar agua con aceite, como si necesariamente fuera una referencia de opuestos, de tintes radicales, de cosas que no embonan, pero no. No somos una sociedad incluyente... y me incluyo.
 
 
 
 
Gastamos nuestra vida tratando de agradar a una sociedad que no nos agrada.
 
 
Lucía Olivares
@Olivareslucia

domingo, 9 de febrero de 2014

Talón de Aquiles

        Él era una roca, un monumento a la belleza, al temple, a la sabiduría de sus antepasados; era una roca perfectamente moldeada, hermosa, firme, enorme. Era una roca, pero su talón de Aquiles era el corazón, y como la mitología griega no es un cuento (y aunque pareciera esto tampoco lo es), las flechas en la guerra siempre caen en el punto más vulnerable, y a él, a nuestra roca lo flecharon por ahí, le dieron directo al corazón.
El corazón era una parte mínima de su estructura, pero poco a poco su cuerpo fue perdiendo estabilidad, firmeza, carácter, valor… le dolía el corazón porque tenía enterrada una flecha que sólo pudo entrar en la única parte viscosa de su cuerpo y correr y correr y correr por todo lo que él representa, por toda esa roca, por todo ese hombre, por toda esa belleza, por toda esa sabiduría que se había convertido en enciclopedia vieja e inútil.
Él era el monumento más desafortunado del mundo. Un monumento que tiembla al silbar de un niño, un monumento que se cae si hace frío, un monumento con grietas, que si lo ves de lejos sigue siendo hermoso, sigue siendo grande, sigue siendo fuerte, pero si te acercas te pones a pensar… “Pobrecita roca, ¿Qué le habrá pasado?” y tal vez pasó que un día, algún turista llevaba consigo una pluma que no servía y la lanzó por ahí sin saber que entraría a un corazón nuevo, a un corazón que apenas salía de su empaque y que no supo reaccionar y que duele mucho todavía y que como sus manos son rocas no han podido sacar eso que trae ahí adentro y que tampoco puede ver porque no puede agachar la cabeza, ni puede llamar a un doctor porque es una roca y no habla, es una roca que no puede correr, es una roca que se está derrumbando porque le dieron en el corazón. ¿Qué vamos a hacer?
 
Nuestra roca no se va a derrumbar…
Mi talón de Aquiles es el corazón, pero yo prefiero andar cojeando que llorando.
 
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Foto by Elvira Ollivier
 
 
Lucía Olivares
@Olivareslucia
 

jueves, 30 de enero de 2014

Platiquemos...


         Este martes entrevistaba a Miguel Ángel García, el tema: Resiliencia y empatía. Explicaba que el primer principio de la resiliencia es no tomar decisiones en un estado emocional inconveniente, luego de esto Miguel Ángel me preguntó: ¿sabes cuál es el estado emocional más peligroso para la toma de decisiones?
El enojo, pensé.
No, el amor… respondió.

Parece lógico, ¿no? La mayor cantidad de tonterías se hacen en nombre del amor, es un estado de locura, de pérdida del raciocinio, de pasión desenfrenada, de fe, de ilusión.
¿Qué decisiones tomamos cuando estamos bajo las riendas del amor? Huimos, dejamos lo que tenemos, lo que construimos con el tiempo, duplicamos nuestra vida, gastamos dinero, nos golpeamos, compramos boletos de avión, conducimos a gran velocidad, tomamos alcohol, hablamos más alto, renunciamos a nuestro trabajo, a nuestra libertad, nos aventamos al mar sin saber nadar, caminamos en una ciudad desconocida, dejamos de comer, mentimos, nos escondemos, nos quitamos la vida…

Las mayores guerras se han dado en nombre del amor, y ya bien dijo Jorge Melguizo en su visita a La Laguna "La solución no está en las armas... toda guerra es pérdida para la humanidad".

El amor es como una vitamina cuando estás cansado; el amor hace que tus manos tiemblen cuando tomas algo; el amor te hace sonreír cuando deberías parecer molesto; el amor te mantiene todo el tiempo ocupado, pero no te cansa; el amor viene acompañado de Alzheimer, te hace olvidar las miles de veces que has perdonado; el amor te vuelve incongruente; el amor te hace un poco más pequeño y luego un poco más grande.


Siempre elige la emoción, la cabeza prácticamente está de adorno todo el tiempo... ¿Como el apéndice? Con que no nos enfermemos y tengan que arrebatárnolo, dejando una marca perpetua en nuestro cuerpo y luego, tengamos que comer nieve como locos obsesivos para cerrar la herida.


¿Qué vamos a hacer?, ¿Nos rendimos de una vez por todas? Es de valientes aceptar la cobardía. Yo soy muy cobarde, a veces, sólo a veces. Soy valiente casi todo el tiempo, pero para qué nos hacemos tontos, la cabeza sirve para algunas cosas, la cabeza sirve en el trabajo, en el colegio, en los negocios y bueno, en algunas estrategias para obtener lo que queremos, la verdad es que siempre me funciona, siempre me sale bien, pero ya lo dijo Quino alguna vez:  

¿Y saben qué? Yo también.


Lucía Olivares.
@Olivareslucia.