sábado, 10 de mayo de 2014

A mamá


            A veces se me olvida por qué, a veces tengo tanta prisa, me levanto veinte minutos después de la hora, pienso que las probabilidades de llegar tarde al trabajo son mayores y así comienza el día, con  premura, sin conciencia de por qué, de por qué vivo lo que vivo, por qué camino lo que camino, de por qué sonrío, por qué me enojo, por qué tanta impaciencia.

Me acostumbro también a tenerte, mamá, a saber que estarás ahí cuando regrese a casa, a saber que no haré más que dejar la bolsa y sentarme a comer, sé que estás a unos pasos, que tengo tus hombros para ponerme a llorar, que puedo perder las llaves todo la vida y siempre me abrirás incluso antes de que toque la puerta, sé que no necesito decir nada para que sepas lo que ocurre,  como también sé que nunca podré terminar de contarte algo sin tus múltiples interrupciones,  sé que tengo a la mejor compañera de café, que alguien me escucha mientras cocina, que tengo un monitor constante, que cuando me equivoque la primera en detectarlo serás tú y me lo dirás con crueldad, eres mi termómetro, después de tu crítica puedo soportar cualquier otra.

Me disfrazaste de todo y aprendí a ser princesa, bailarina, trapecista, bruja, duende, niña de la calle, muñeca, y  me lo tomé muy en serio… recurro a esos personajes de vez en cuando y así como cuando era una niña, me quitas el disfraz y me vistes de realidad.

Y sí, mamá, a veces se me olvida que no soy sola, que soy tres, o cuatro, o cinco, o seis; a veces prefiero que me vistas de niña y con moños otra vez, pero también me enseñaste a ponerme tacones, a caminar segura, a sonreír primero y dudar después.  
Lucía Olivares
@Olivareslucia

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