“Luchaba con el mismo
ímpetu apasionado por los derechos de la mujer que por el amor del hombre”
Lillian Hellma: el don de la amistad, de “Mujer
que sabe latín” de Rosario Castellanos.
Todas aquellas que en algún
momento nos hemos nombrado “feministas”, que hemos creído y gritado con orgullo
disfrazado que la preparación y el conocimiento debe ponerse en práctica, que
las labores domésticas no son exclusivas de las mujeres, que también podemos
dominar, que tenemos poder, que no necesitamos a nadie, que afirmamos preferir
estar en una oficina que junto a un hombre o unos niños, que pretendemos que no
nos gusta mirarnos al espejo, que consideramos falta de tiempo pintarse las
uñas o depilarse las piernas; a las feministas que hace algunos años leímos la
carta de Adela Micha y nos cansamos nada más de imaginar cómo es el día de una
mujer de su talla profesional, sin dejar de ser mujer con las exigencias de
serlo; porque no, no es fácil.
Ser mujer viene acompañado de un
conjunto de implicaciones que podrás tomar o no, porque al final de cuentas “se
es mujer y nada más” como lo escribí hace algunos meses; sin embargo, la sociedad
señala niveles y existe quien es muy cumplidora.
Leo a Rosario Castellanos, una de
“Las Siete Cabritas” de Elena Poniatowska, en su libro “Mujer que sabe latín”,
título que surge del dicho popular: Mujer
que sabe latín no tiene marido ni tiene buen fin (por fortuna yo no sé
latín) y es que ¿saben qué? Noto que esa genialidad, ese desarraigo, esa incomprensión, esa voz ardiente e
inconforme surge por un trunco amor al hombre, por una pasión frenada, por
encontrar en el feminismo una salida, tal vez no sencilla, a la falta, a la escasez.
Y me atrevo a decirlo con
profunda tristeza y decepción a mí misma, puesto que por mucho tiempo pensé y
expuse mis ideas de independencia femenina, no obligada, sino elegida; pero
ahora leo en las “Las Siete Cabritas” un odio a la vida, a la maternidad, al amor
calificado como inexistente, a la genialidad que tanto admiro acompañada de
soledad, porque eso hay o eso hubo en esas grandes cabezas, tiempo de sobra,
tiempo de sobra porque no había con quien compartir, y digo “compartir”, no de
quien “ocuparse”.
Las mayores lecciones de vida te
las da la vida en sus adentros.
Mi mamá un día me dijo: “Yo lo único que he
hecho es a ti y a tu hermana… y eso es mucho” Y esa capacidad de sorpresa, de
admiración, de reconocimiento por quien ama, por quien vive y actúa por amor la
estamos perdiendo, nos estamos sumergiendo en un mundo que aplaude ideas
sofisticadas, a veces hasta destructivas, en ocasiones lucrativas y en otras
enfermizas, maliciosas, ¿Y el amor quien lo aplaude si no es en el vals de una
boda?, ¿Quién aplaude al que sólo sabe amar? Que dicho sea de paso, es lo más
fácil y al mismo tiempo lo más complejo.
Nunca debimos pelear
por los derechos de la mujer, ni por los derechos del hombre. Derechos simplemente,
NUESTROS y sin distinciones.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia
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