martes, 23 de septiembre de 2014

Traigo la caricia pegada al hueso

Cuando alguien se acerca por detrás y comienza a jugar con tu cabello, lo hace girar pretendiendo hacer un rulo con el dedo; o cuando recibes la llamada de un desconocido que te llena de halagos; cuando te susurran al oído; cuando una textura agradable roza tu piel, cuando terminas algo que te hace sentir libre, orgulloso, ¡feliz! Se te queda pegada la caricia en el hueso y puede permanecer el tiempo que sea necesario, el tiempo que tu mente y tu corazón lo permitan.

Esa sensación de escalofríos no a causa de un susto, sino una sensación de caricia eterna. Unas  palabras, una presencia, el sonido cercano, un roce sutil, un logro merecido.

Y resulta sencillo percibir lo nato y puro de nuestros actos, de nuestra vida; porque una ovación no tiene el mismo sabor  cuando es tuya a cuando la has hurtado; así como no sabe igual ver tu carro en la cochera cuando representa horas de esfuerzo a cuando ha sido un capricho; tampoco es igual peinarte en la mañana con prisa a que alguien acaricie las hebras que hemos de tratar con desdén y amargura faltando cinco para las ocho. Y no, no es igual una llamada mecánica a una sorpresa; no es igual una palabra al viento que una directa al cuerpo; no es lo mismo la liberación cuando algo concluye que la conclusión como resultado.

Traigo la caricia pegada al hueso, lleva horas ahí.

El contacto es cosa fácil. La caricia en la piel se logra con la proximidad; la caricia que se amarra por dentro es cuando ha pasado por el corazón y le gustó tanto que ya no quiso salir.


Lucía Olivares.
@Olivareslucia


No hay comentarios:

Publicar un comentario