Me intriga, me inquieta que
siempre tenga que frenar mi paso acelerado, entorpecido por una bolsa que bien
podría llevarme a mí en lugar que yo a ella, las llaves en la mano, el celular
en la otra; y él así como si el tiempo
no existiese, camina, camina mirando únicamente hacia adelante, con ese maletín
inútil y ese relamido perfecto que a mí me dura dos minutos. No se da cuenta de
nada, ni de nadie.
Quisiera un día pararlo y preguntarle cómo se atreve a
presumir su serenidad y su paciencia frente a mi todos los días, me gustaría
preguntarle su hora de entrada y cómo es que no lleva ritmo al caminar, me
gustaría preguntarle por qué demonios se me atraviesa así tan detalladamente
arreglado, con los zapatos boleados, el pantalón perfectamente planchado, el
pelo cual casco a la medida y su maletín… me gustaría arrebatárselo y confirmar
que no lleva nada en él, que es sólo una distracción para esta niña que va con
la bolsa abierta, la camisa al revés y el cabello volando; que tiene una hora
en la muñeca, otra en el celular y otra en el carro, que al cruzar la calle se
arregla en el vidrio de en frente y se ríe… de nervios.
Pero quién será ese fulano que modela
todas las mañanas su tranquilidad, su seguridad y su enajenación, ¿hasta dónde
camina?, ¿por qué nunca voltea?, ¿quién le plancha sus camisas?, ¿qué se pone
en el pelo?, ¿por qué va tan derecho?, ¿por qué siempre frente a mí?
No, no es cierto. Tanta
tranquilidad, tanta perfección no es cierto.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia
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