sábado, 8 de marzo de 2014

La ladrona de libros


Comencé a leer con calma “La ladrona de libros” de Markus Zusak, supe que era momento de apurarme luego de ver la película en cartelera. Terminé la historia hecha un mar de lágrimas e inmediatamente fui al cine, sola, por primera vez.

Eso  tenía tres ventajas:

1.       Podría llorar con mayor libertad. No tendría que preocuparme por incomodar a mi acompañante.

2.       Dicen que “no has vivido” si nunca has ido al cine solo. (Ya podría palomear  eso en mi lista de must).

3.       Iba con el corazón preparado (una ventaja importante).

 
No dejo de pensar en el dolor de las personas que vivieron en la Alemania Nazi, quienes tenían al sufrimiento, a la lucha, al temor como constante; aquellos que lo único que hicieron mal fue nacer, nacer en ciertas condiciones no perjudiciales en un principio. No logro dimensionar el miedo, la tristeza, la desesperanza, los lazos rotos, los corazones molidos y los otros congelados.
No logro entender la descalificación del humanismo, la bondad como sinónimo de error, el castigo por la ayuda, un escondite por la vida, un amor que alguien puede deshacer, pero que no se desmorona. Siempre hemos castigado nuestra parte más humana, nuestro rasgo, nuestro sello como personas: El error. Erramos cuando sentimos, erramos cuando permitimos que los sentimientos nos rijan, ¿Y qué somos si no eso? un montón de emociones albergadas en un cuerpo. ¿Qué somos si no humanos? Humanos que nos aferramos a lastimar… empezando por uno mismo.
 
En el cine:
Comenzó a sonar una alarma, se encendieron las luces de la salida de emergencia y el temor fue colectivo; pude escuchar una agitada respiración  en la sala, todos veíamos hacia atrás para después incorporarnos… intranquilos, por supuesto.
Ocurrió otra vez, ahora con más potencia y entonces nos pusimos en pie, cada quien se fue con su cada cual, y yo, yo iba sola.  Comenzamos a salir y algunos hombres gritaban “¡Tranquilos!, no se empujen”, “No pasa nada, ahorita salimos todos”, “¡Con calma!”.
Una vez fuera nos pidieron que regresáramos a nuestro lugar, al parecer una “falsa alarma”. Cuando bajaba los escalones para reincorporarme, sentía cómo los músculos de mis piernas vibraban, nunca las había sentido así, y el corazón… ese estaba más acelerado que de costumbre.
¿Habrá sido un plan para entrar en el mood de la película?, ¿Qué sentirían ellos cuando tenían que salir de sus hogares hacia un refugio porque los bombardeos estaban a punto de empezar?, ¿Qué sentirían ellos al saber que cualquier momento podría ser su último momento?, ¿Qué sentirían ellos al escuchar durante horas las bombas que destruyen su ciudad y a los suyos? No sé… pero yo escuché una alarma estruendosa en el cine y tembló hasta la parte más recóndita de mí. 
 
Liesel perdió todo lo que una persona puede perder: a su verdadera familia, a su familia postiza, a su mejor amigo, su casa, su nueva casa, su ciudad, ¿Qué hace una niña de 14 años cuando se ha quedado sin nada?, ¿Qué hace una niña de 14 años al saberse sola? No sé… pero hoy fui al cine, tuve miedo y no había nadie a mi lado para darle mi mano… y fue extraño.
 
Me enamoran las historias que narran un momento épico de una nación con algo mágico; me fascinan las historias que se acercan a la parte profunda del ser humano y no se quedan únicamente con fechas y direcciones.
Para mí, “La ladrona de libros” es algo muy cercano a “A la sombra del ángel” de Kathryn S. Blair.
Me quedo con la sabiduría y sensibilidad de Max, con su amor por las pequeñas cosas que observa porque no puede ver, con las cosas que admira gracias a la obscuridad que lo rodea.
-          “¿Hay algo peor que un chico que te odie? Un chico que te quiera.”
-          “Haz tuyas las palabras. Si tus ojos pudieran hablar, ¿qué dirían?.”
¿Y si el corazón pudiera hablar? ¿Qué diría?
 
Lucía Olivares.
@Olivareslucia

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