Lucía Olivares.
Una foto que se funde en negro para volver a empezar…
La vuelta de hoja, el nuevo inicio, la vejez anunciada, un fin con puntos suspensivos. Tomemos hoy la foto del recuerdo, hagamos eternos los momentos, no… mejor volvamos a los rostros efímeros, sí, esos que pasan por tu vida cual vendedor ambulante, de esos que llegan, tocan y amablemente les das la entrada, toman un bolillo y se van, algunos pasan al comedor y beben café, uno o dos, se despiden como si las obligaciones forzaran sus manos a estrecharse de nuevo, pero no… desaparecen, olvidando todo o tal vez recordando de repente.
No sé cuántas veces reí, cuantas lloré, en cuantas ocasiones sentí ese temible calor corporal que me llegaba a la cabeza cambiando mi tez a un agobiante rosa al que la exageración denomina rojo… no sé, no existe número, pero la sensación late y profundamente. Solemos recordar momentos, no fechas, risas, no significados, miradas, no figuras, olores, no empaques, el frío que paraliza o te provocaba hacer todo más rápido para no pensar, el calor que te secaba cual toalla playera, la tristeza que hundió tus ojos, el temor que te hizo pensar tres días en un hecho de segundos, la persona que se había convertido en tu musa e incitaba tus manos a escribir, la canción a la que le robaste autoría, las horas al pendiente del celular que actualmente se disfraza de paloma mensajera, que habla, sonríe, besa, canta, grita… ¡Hace todo! Pero con el frío característico de la tecnología y de la soledad que quiere evitar, ese miedo a quedarnos y amarnos, el techo, tu techo, tu derecha, tu izquierda… la foto panorámica.
Tu mirada es el flash, el resto queda entre mis dedos, esa esfera invisible que gira en mi mente y viaja al corazón.
Mi querida fotografía… te vi y lloré de emoción. ¡Gracias!