Por Lucía Olivares.
Hemos de andar por callejones, murallas y edificios, enfrentar la distancia, el tiempo, hacer amigos que en pocos días podrán ser causantes de tus temores y tus angustias, hacer amigos y reír con alguien distinto, hacer amigos y con ellos planes que podrán derretirse a la primer puesta de Sol; enamorarte… ¿Por qué no? Dos o tres veces en un mes, reservar una porción de mente para alguien nuevo, el porcentaje disminuye y aumenta el otro, el corazón se rompe y otra mano lo forma. De repente corremos y resulta insuficiente, a veces quisiéramos incluso alas para alejarnos del único lugar que nos otorga seguridad máxima. Volamos, pero aterrizamos siempre en el mismo sitio.
Somos libres, nos lo han dicho hasta el cansancio, somos libres y a veces olvidamos todas las elecciones que hacemos en un día.
Volver a casa… regresas y mamá siempre espera, vuelves y papá junto contigo, vuelves y ahí está tu mejor amigo. Imagino el mundo desde lejos, visualizo los hogares por la noche y cuando la luz se enciende salen todos y se distribuyen, van y viven, van y regresan como si un imán los atrajera. Nos sabemos libres, pero nos hacemos presos, siempre presos del amor.
…El ser humano es libre, pero la sociedad es cautiva. Seguimos una línea, juzgamos por apariencias, por sonrisas de pastas dentales, por las lágrimas del hambriento y el enojo de un trabajador público. Sonreímos cuando los demás lo hacen, cuando los demás nos miran, fingimos autonomía, fuerza y libertad, para encerrarnos luego a llorar junto a mamá. No, eso no me parece inteligente. Hace tiempo reflexioné sobre el hogar ¿A dónde quiero volver cuando las labores terminen? ¿A quién quiero ver cuando la noche se avecine? ¿Con quién quiero compartir no una, sino todas las noches? ¿Cuál deseo que sea mi caminar rutinario? ¿A quién espero? ¿Quién me espera? ¿A quién le digo adiós con la certeza de que volveré? … estas también son decisiones, nadie sabe lo que ocurre en la calle que lleva por nombre uno de los estados del país, adornado por un número de tres dígitos. Nadie sabe porque has de regresar todos los días aunque sea únicamente a comer o a dormir, nadie sabe porque lloras cuando estás contigo y ríes al estar acompañado, nadie… tú tampoco.
La hipocresía muchas veces no se encuentra en unas palabras amables, en una genuflexión, en una despedida de frotación de manos. Permíteme decirte que la vida se vive, se siente y se piensa intensamente, que la libertad no es ir y venir, que la libertad es poder quedarte flotando, que la libertad es no tenerle miedo a volar.
… Mucho gusto.
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