sábado, 29 de diciembre de 2018

Para ti, bonita


         No persigas el adjetivo, bonita. Eres más que eso, más que el barniz en las uñas, más que el largo de las pestañas, más que el tiempo que le dedicas al mundo. Eres más que eso, bonita ¿Sabes? Eres bonita cuando respiras, eres hermosa cuando sonríes, eres preciosa cuando observas, eres encantadora cuando hablas, eres un remolino cuando te enojas; como si hubieses tomado el arcoiris, te envolvieras en él y de repente levitaras. Eres tan linda cuando te enojas y comienzas a llorar... haces que inevitablemente corra a abrazarte, y tú me rodeas con tus brazos y tus piernas, escondes tu cara bonita en mi cuello y siento tu respiración. Tus lágrimas mojan mi camisa y esa gota se evapora, pero lo que siento, lo que sentimos, no se va.

Eres bonita en ese y muchos otros momentos. Eres un poema cuando hablas de amor, eres la más bella melodía cuando dices te amo.

Incluso con el cabello alborotado, con los labios agrietados, con la piel acalorada y los zapatos desgastados, eres bonita.
Te lo juro. Lo eres.
Aunque los ojos brillen distinto cuando sonríes, y aunque prefiera la perfección de la dicha, eres bonita cuando esos faros se apagan ¿Sabes por qué?
Porque no eres de barro, bonita. Porque los humanos no somos tan simples como una pieza de cerámica que se pinta, porque no estamos huecos, porque yo no veo, porque siento. Porque sentirte, a pesar de todo, siempre es bonito. Porque te quiero.


Lucía Olivares
@Olivareslucia



domingo, 18 de noviembre de 2018

Doy lo que tengo



        Somos nuestros grandes maestros. Somos esa puerta al mundo posible que, entendámoslo de una vez, no es el mismo para todos. Así como las sensaciones térmicas difieren, así como la dulzura a algunos empalaga, así como las alturas a unos cuantos asusta, así como la belleza depende de la mirada, así como el amor se vive y se siente distinto.

Somos esa puerta al mundo posible que, entendámoslo de una vez, no es el mismo para todos. Nos hacen creer que es así por la lengua, las ocupaciones y los conceptos, pero créeme, duda de los te quieros dependiendo de la boca que los pronuncian, no son iguales a los tuyos. Duda de la rabia de tus amigos, tal vez tarden más en perdonar, o quizás con un grito hayan saciado su furia y puedan olvidar.

Aprende a vivir tus emociones, no te lastimes tratando de ocultarlas, ni intentando inútilmente que el mundo, que no te pertenece, entienda. Descúbrete y encuentra tus propias definiciones de amor, de entrega, de alegría, de compromiso, de tristeza, de enojo. Encuéntrate para que sepas lo que hay en ti, y por lo tanto, lo que eres capaz de dar. Date. Dale a tu mundo la inmensidad que te alcanza, porque lo que sentimos está dimensionado en lo que somos. “Cada quien da, no lo que quiere, sino lo que trae”. ¡Qué dolor y qué dicha traer tanto!...Qué tranquilidad y qué lástima traer tan poco.

Basta de intentar encasillar lo que sentimos. Basta de preguntas hacia afuera. Basta de definir a partir de lo que vemos. Basta de pretender que sentimos por lo que vemos, y no por nuestra mirada frente al otro. Piensa en tu obra de arte favorita y dime dónde has visto lo que ahí está plasmado, ¿no? ¿no lo has visto? Entonces ¿dónde lo has sentido? Porque aquí nada es fortuito, no sentimos al azar, sentimos con la intensidad de nuestro mundo, con la tinta que ha marcado nuestra historia. Basta de pretender que la vida es tan vana. Las cosas son cosas hasta que tú le das un valor; las personas son cuerpos hasta que tú le das un valor… el que te alcance. A mi me ha alcanzado para mucho ¿A ti?


Lucía Olivares
@Olivareslucia




domingo, 28 de octubre de 2018

El terrible vicio de pensar en mañana…


Por Lucía Olivares.

Podrá ser el día más soleado, pero me inquieta la nube obscura que veo al oriente. Si la lluvia se asoma mañana junto al Sol y humedece las paredes de mi casa, ¿cómo habré de solventar ese gasto que ignoraba? Aunque ahora el techo me proteja firme, pienso en la debilidad que podría albergar mañana.

Si estoy aquí, contigo, me ocupo en el terror de perderte, en la incertidumbre de tenerte, en la añorada y fugitiva permanencia. Si estoy aquí, a tu lado, veo tus manos para hacerlas eternas, mientras mi memoria registra la sensación que tu piel provoca con la mía; y ese único momento con un espacio y fecha irrecuperable se ve invadido por mis pensamientos futuristas. Y ya no es hoy, y ya no somos. Nos convertimos en una simulación de eternidad que no existe, porque todo comienza y termina, porque los colores cambian, la temperatura se modifica, el mundo gira, porque siempre ganamos y perdemos.

El consuelo ante el llanto de un amigo es el olvido y las risas del mañana, y nuevamente nos separamos de la emoción del ahora, de la tristeza que vives porque somos solo en tiempo presente; una versión distinta, una amalgama de factores externos que hacen estallar lo que no sabíamos que llevamos dentro.

Y soñamos, porque es un ejercicio fascinante, porque es un pincel más sólido para tapar lo tenue del instante, para ponerle alas a lo que parece un gusano… e imaginar el vuelo. Imaginar que vuelo, aunque ahora trote y esté cansado. ¿y si mañana el viento golpea fuerte y mis alas no son resistentes? Entonces temo. Incluso en los anhelos, temo.

Y es ese temor el que me paraliza, porque si estoy bien, quiero que esto sea una fotografía que pueda arrastrar por el tiempo para asegurar la compañía, la seguridad y la vida; pero si estoy mal, me convenzo del mañana cargado de posibilidades distintas.

Somos hoy. Dos personas que se miran sin saber si mañana los ojos pueden abrirse o se vuelvan a encontrar. Somos hoy. Dos personas que se sostienen con unas manos que no saben si volverán a tocar. Somos hoy. Dos personas que se reúnen en un punto y en un ápice del tiempo que no volverá a existir. Somos hoy. Renaciendo a cada instante, dándole al otro algo irreemplazable, dándote vida en cada respirar. Somos hoy. Esa tristeza que te invade el pecho, eres tú, y tú te dueles hoy, mañana no importa. Somos las risas y los amores de hoy. Cada quien respira a su ritmo, cada quien nace y muere, cuando tiene que nacer y cuando tiene que morir. Somos las risas y los amores de hoy… de cada día.

Soy este momento en que vierto lo que mi corazón y mi cabeza guardan. Soy mi capacidad para desear, para soñar, para decir, para abrazar, para llorar, para reír. Soy hoy… con el terrible vicio de pensar en mañana.



@Olivareslucia



lunes, 17 de septiembre de 2018

¿Qué es yoga para mi?



          Mi idea de yoga se limitaba a un tipo de ejercicio tranquilo, pausado, que te permitía relajarte, estar en equilibrio y fortalecer los músculos con tu propio cuerpo. Mi concepto definitivamente se quedaba muy corto. Con Mónica Cervantes y Frank, en Vida Yoga, descubrí que nuestro cuerpo es una respuesta a lo que llevamos dentro, no únicamente por debajo de la piel, sino que es también un dictado de nuestros pensamientos, un dibujo de nuestras emociones, una escultura de nuestro estilo de vida, y un reflejo del alma.

Es admirable vivir el yoga como una filosofía de vida, y no solo practicando asanas. La época, el entorno, la sociedad consumista de la que formamos parte, lejos de permitirnos avanzar como especie, nos retrasa en el sentido de vida del ser humano. Creemos que la tecnología resolverá cualquier inconveniente que se nos presente, olvidando el pensamiento lógico y esperando que el problema llegue para resolverlo, y no evitar que el problema mismo se presente.

Con cada respiración, con cada segundo consciente disfrutando el presente, me doy cuenta de que estoy viva, que mi mente vuela y es porque estoy viva, que a veces estoy incómoda, que a veces estoy en paz, que tengo mucho por resolver, que sueño mucho, que pienso mucho también; pero ese momento, en la vivencia del yoga, tengo la oportunidad de vivir a mi ritmo, no en automático, y experimentar lo más cercano a la paz, al silencio, el sonido latente de mi cuerpo. Escuchar la respiración de mis compañeros y sentirme acompañada… en silencio.

Vivimos en este cuerpo que nos habla de muchas formas, todos los días. Vivimos en él y no lo escuchamos, no lo aquietamos, no lo cuidamos, no le agradecemos el ser el carruaje de nuestro ser.

Creo que YOGA es un culto, una prueba fehaciente de que estamos agradecidos con la naturaleza, con nuestra deidad y nuestro cuerpo por mantenernos aquí; es también reconocernos parte de un mundo imperfecto al que podemos arropar con nuestros deseos, con pensamientos positivos, con actitudes de bondad, compartiendo la bonito que surge de nosotros, aceptando lo que no suma y dejarlo pasar.

Siento que yoga es un estado de armonía… o ese ejercicio, ese intento por regresar todos los días a mi centro, encontrar mi paz, agradecer y trabajar para convertirme en una persona que aporte positivamente a la sociedad.


Lucía Olivares
@Olivareslucia



domingo, 2 de septiembre de 2018

Carta a mi compañero de vida



Te quiero mucho. Sé que a veces no lo notas, pero te quiero mucho. Gracias a ti siento el Sol abrazarme por las tardes, esa caricia que a tantos desagrada y para mí es una cobija tersa. Por ti salgo de casa cubriéndome con todo lo que de paso recojo, olvidando las combinaciones, el ridículo o la armonía; nada importa, porque sé cómo vives el frío, y no te quiero hacer sufrir.

Te quiero mucho. Sé que a veces no lo notas, pero siempre te he defendido cuando la gente te mira diciendo que eres débil, pequeño y angosto, porque para mí has sido fuerte, me has dado agilidad, me has llevado, te he llevado, nos hemos llevado a los sitios que queríamos conocer; has soportado tanto de mí y he confiado tanto en tu fortaleza, que por algunos momentos olvido que estás cansado, hasta que la cabeza comienza a doler, el moco aparece y la tos me pide a gritos detenerme.

Me hablas tanto… me cuidas tanto…

Cuando te enojas inflas mi parte abdominal, y yo tiendo a molestarme porque te pones en huelga y hay mucho por hacer. Desde hace tiempo lloras, aunque sea un poquito, por la mañana cuando te acercas al papel, ya sé que estás de pie desde muy temprano, que los ojitos se te secan de repente y que tiendes a marearte cuando te sientes agotado.

Me hablas tanto…  me tienes tanta paciencia…

Te quiero mucho. Sé que a veces no lo notas porque no te agradezco, como debería, la oportunidad que me das de andar, de ser libre, de abrazar otros cuerpos y a través de ellos sus almas; de escuchar el viento en las mañanas; de oler las fragancias que me pausan: de hablar para vaciar mis emociones, de hablar y hacer con la voz que tú produces un servicio social; de ver borroso desde lejos y percibir cada minúsculo detalle si me acerco; de disfrutar cada manjar que la vida misma nos ofrece. Tú me das la oportunidad de sentir ¡y mira! apenas hoy te lo agradezco.

Gracias por permitirme habitar tu perfección.

Gracias por la vida que empieza y termina.

Prometo cuidarte, defenderte y quererte siempre… porque contigo llegué y contigo me iré.



Lucía Olivares
@Olivareslucia


jueves, 9 de agosto de 2018

¡Qué duro es crecer y darse cuenta!


Lucía Olivares
@Olivareslucia

Cierro los ojos mientras mi mente danza con estruendosa música, me recargo hacia la derecha, luego de un par de minutos opto por el lado contrario, acomodo la almohada y el zapateado de mi mente se acentúa, me enderezo, abro los ojos y me concentro en el movimiento del ventilador, en el sonido delicado que provoca, en la sensación de que la velocidad lo hará desprenderse del techo. Tengo frío, pero si lo apago dejaré de depositar mi atención en él y volveré a escuchar lo que me aqueja. Ya no quiero. Necesito dormir.

¡Qué duro es crecer y darse cuenta!

La alarma está sonando, son las cinco con cuarenta, ya está mi lista de pendientes revoloteando la cabeza, mis pestañas se entrelazan para no abrir mis ojos nublados, me tiro de nuevo, muevo los labios para decir que nada importa, que necesito dormir, que el descanso no ha sido suficiente. Gasto cinco minutos más con el cuerpo lacio enredado entre las sábanas… el celular vuelve a sonar, ahora cerca de mi cara. Me siento en la cama, me quejo un poco, solo un poco, respiro profundo y pongo el pie derecho a conciencia sobre el suelo por aquello de las supersticiones. El agua caliente le avisa a mi cuerpo que hay mucho por hacer, y a partir de ese momento todo se convierte en una lucha contra el reloj. Me cepillo el cabello y miro el reloj, me pongo los zapatos y miro el reloj, preparo el desayuno y miro el reloj, prendo el coche y miro el reloj, siempre tarde, nunca sé por qué.

¡Qué duro es crecer y darse cuenta!

Hay otro reloj del que habla la gente, parece que ese es más cruel y va más rápido, dicen que cuenta los años, no los minutos, y que solo mide el tiempo de las mujeres. Resulta que el estómago también presenta ciertos cambios, que se enoja contigo cuando la pasas mal o te mal pasas… que no es lo mismo. La piel se mancha o se seca, va dejando marcas permanentes por sus movimientos habituales.
La mesita de noche cada vez más llena, de pastillas, chochos y ungüentos, de libros que he de leer, pero “no he podido”, de canciones que he de escribir, tesitos que debo tomar, de llamadas que contestar y todo lo que cabe en un celular.

¡Qué duro es crecer y darse cuenta!

Ese celular, luego de una hora sin prestarle atención, me indica que la gente quiere hablar conmigo, o que hay mucho por resolver aunque pasen de las once de la noche. La rodilla duele un poco, a veces cuando camino, a veces cuando me hinco… la rodilla duele un poco y no es por culpa de la edad. Organizar un café requiere precisión, pero sobre todo ganas, ganas de ceder, de regalar lo que creemos es tiempo ocupado por las labores de rutina. Asistir a una cita de café es una muestra de amor que solo brindo los domingos por la mañana, o los lunes cuando se mete el Sol. Detecto que una cerveza es más fácilmente aceptaba, no sé, tal vez el alcohol sí aumente el amor.

Qué duro es crecer y darse cuenta que la libertad que tanto anhelas de niño no es tan fácil de operar

Qué duro es crecer y darse cuenta que ya casi son las doce y mañana hay que madrugar

Qué duro es crecer y darse cuenta que cada quien crece a su ritmo, y que a veces no puedes esperar

¡Qué duro es crecer!, pero es más duro darse cuenta.







sábado, 21 de julio de 2018

Amor y enamoramiento: la confusión


Por Lucía Olivares

El psicólogo Alejandro Monreal mencionó en entrevista para el programa “A Media Mañana” que no deberíamos casarnos enamorados; esa afirmación generó una reacción de extrañeza, puesto que por generaciones hemos escuchado que “si  no te casaras enamorado, no te casabas”.

¿A qué se refería el psicólogo?

A que la sociedad, los medios de comunicación, y ahora, las redes sociales, venden como amor, lo que en realidad es la etapa del enamoramiento, esa que no nos deja ver la realidad de la otra persona, esa que te tapa los ojos con una venda, esa que te hace cosquillitas en el cuerpo, que te da alas y bloquea tus pensamientos.  La noticia es, que como dice Rubén González Vera en su libro “La Pareja Profesional”: El enamoramiento, también conocido como amor inmaduro, es intenso, palpitante, efervescente, ¡pero! efímero.

El estado maniaco y la obsesión del enamoramiento son causantes de esas “locuras que se hacen por amor”, y de las que todos presumen como una entrega total hacia la persona amada. No se miden los riesgos, creemos que sin la persona deseada nuestra vida carecería de sentido; desayunamos, comemos y cenamos pensando en él/ella. Es un estado fantástico en ambas definiciones: extraordinario e irreal.

El enamoramiento tiene muchos síntomas y solo dos consecuencias: el amor, o el desamor, es decir, desistir, rendirse ante la lucha incesante por la pareja.

El amor es un tema universal, aspiracional, que conecta con cualquier alma, pero ¿es el amor de lo que hablan esas películas encantadoras, esos cuentos de princesas? No. Es el enamoramiento de principio de fin, las historias que terminan con un “y vivieron felices para siempre” le dejan la responsabilidad a la última palabra, al “siempre”, a la permanencia, al día a día.

Jorge Bucay dice que “Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias”,  con esta frase regresamos el primer punto. El amor es también un deseo de descubrimiento propio a través del otro, nunca terminamos de conocernos, nunca terminamos de vivirnos, pero la diferencia entre el enamoramiento y el amor, es que, el primero ve lo que quiere ver, mientras que el segundo ve lo que es, y aun así, se queda.





@Olivareslucia

miércoles, 11 de julio de 2018

y esas alas son para volar


Había una vez, una pareja de gaviotas que vivían en una pequeña y hermosa casita donde reinaba la paz. Las gaviotas jugaba y se divertían mucho, pensaban que no podían ser más felices, hasta que un día, un ave grande, bellísima y llena de colores tocó a su puerta; ambos quedaron estupefactos, y su sorpresa fue mayor cuando el ave abrió sus alas mostrando una canasta con tres pequeños huevos: "Sé que cuidarán muy bien de ellos" dijo, y de inmediato se fue volando entre las nubes.

Fue entonces cuando la pareja de gaviotas descubrió que podían ser aún más felices; cuidar a esos tres huevos los llenaba de alegría, todo el tiempo estaban al pendiente de ellos, los admiraban, los besaban, los cargaban para que nada pudiera ocurrirles. Pero, una mañana, mamá gaviota fue a la habitación donde descansaban los huevos, y cuál fue su sorpresa al descubrir que uno de ellos se había roto. Mamá gaviota corrió a avisarle a papá gaviota; juntos tomaron entre sus alas al huevito azul, el más lindo y brillante de los tres, mientras caía en mil pedazos sin explicación.

Fueron días muy difíciles para ellos, papás gaviotas tenían miedo de perder a otro de sus adorados huevos, así que se dedicaron día y noche a cuidar de ello. 

Con el paso del tiempo el cascarón comenzó a quebrarse, transformándose en dos bonitas gaviotas, cada una con características distintas, pero las dos con grandes alas. Mamá gaviota se sentía orgullosa al ver sus lindas plumas por la mañana, las imaginaba volando, pero temía que algo pudiera ocurrirles en el exterior, así que permanecían en casa todos unidos, en familia, experimentando una felicidad que parecía absoluta.

Las gaviotitas pasaban la tarde observando por la ventana a las aves que jugaban en el cielo; se emocionaban al ver el aterrizaje de papá gaviota y le pedían que les dibujara el cielo. Con el paso de los años, mamá gaviota se veía más triste, no quería perder a sus gaviotitas en los peligros del viento, como había pasado con su huevito azul, ella le prometió al ave de colores que cuidaría muy bien de todos ellos. 

Hasta que un día, papá gaviota dejó sin querer la puerta abierta, y la gaviotita más pequeña salió sin pensarlo dos veces. La gaviota mayor se asustó tanto que tuvo que salir para proteger a su hermana. Mamá gaviota al no encontrar a sus hijas emprendió el vuelo con toda su fuerza; a pesar de tener mucho tiempo sin usar sus alas, las siguió hasta lo más alto donde se formaba el aircoiris, ahí se encontraron por primera vez con papá, y con una sonrisa en el rostro, mamá gaviota entendió que sus hijas estaban listas para usar sus alas, y que ella también necesitaba volver a volar.




Lucía Olivares
@Olivareslucia

Para clase: Teoría y práctica de la relación facilitadora

miércoles, 11 de abril de 2018

¿Y nosotros qué?




Démosle la bienvenida a esa época en la que todos somos santos y nos espantan los humanos.

El 30 de marzo dio inicio, de manera oficial, el periodo de campañas en México, en medio de una terrible incertidumbre envuelta de miedo, desilusión, desconfianza, molestia, que poco puede compararse con la frustración de quienes después de casi cuatro años siguen buscando a sus hijos debajo de las piedras o sobre las montañas; un miedo de ejercer tu profesión con rectitud cuando eso puede costarte la vida; y esa incertidumbre presente en cualquiera de las (hasta este martes 10 de abril) cuatro opciones que los partidos y la democracia nos ofrece: Margarita Zavala, José Antonio Meade, Ricardo Anaya, Andrés Manuel López Obrados, y ahora, El Bronco.

Por redes sociales circulan un sinfín de imágenes, una cantidad exorbitante de comentarios y opiniones que se replican, porque a eso estamos acostumbrados: a imitar, a repetir, a seguir… porque ya está aceptado, porque con eso “caigo en blandito”, porque ya medí que esa postura viene bien dentro de mi grupo social ¿Y qué pasa? Que nos limitamos y flotamos sobre las ideas de otros, no generamos nuestras propias reflexiones.

Hay una fotografía tomada por el periodista Isaac Esquivel Monroy, que ganó el Premio Nacional de Periodismo 2016, donde aparece el ahora candidato de la coalición “Todos por México” caminando por el centro histórico de la Ciudad de México junto a un indigente acostado sobre una mochila y trozos de cartón; nos sorprendemos de la frialdad, de la nula solidaridad, de la indiferencia y el desprecio frente al hambre y la pobreza. Sin afán de justificar el acto y la imagen, me pregunto: ¿Qué habríamos hecho nosotros? ¿No pasamos así frente a los desprotegidos todos los días aún con la opción de ayudar? ¿Cómo ayudamos? ¿Con lo que nos sobra o con lo que nos cuesta?

El candidato del PAN se le pide “no estar manchado” “No tener pasado” o “cola que le pisen” como si eso fuera posible, como si no fuéramos precisamente el resultado de una historia. A la única participante femenina se le vincula y refiere por su marido, ella, como muchas otras mujeres en el campo laboral, tiene que hacer alarde del género como estandarte. Mientras que el tres veces candidato a la presidencia de nuestro país es visto como la mejor opción “nomás por joder” como dicen las imágenes que se comparten diariamente en Facebook.

Hay que tener presente que la clase política surge de nuestra sociedad, no son personas ajenas, alienígenas, extranjeros, culturalmente distintos; ellos, nuestros candidatos son extraídos de esto que nosotros mismos formamos. Es muy triste tener que votar con desconfianza, con incertidumbre, sin firmeza, con dudas, y creo que este sentir es un pretexto perfecto para reflexionar qué tipo de ciudadanos somos. Reflexionemos si nos sentimos orgullosos de nuestro aporte social en este momento, si nosotros o nuestros allegados son personas con la estructura necesaria para confiar en ellas.

¿Qué tanto confiamos en la gente?

Muchos de nosotros pasamos junto al hambre, la tristeza, la soledad, la enfermedad, la ignorancia, la violencia, la pobreza, así como si nada, a veces con un pesar en el corazón, otras como si aquello fuera un desfile de modas o una pista de carreras... sin voltear siquiera. No olvidemos que somos nosotros quienes hacemos este país. Somos nosotros quienes poblamos el mundo.

Nos sorprende que un López Obrador pueda llegar a la presidencia de nuestro país, pero no la calidad de los contenidos más vistos en YouTube. Nos sorprende que el físico de un candidato resulte relevante para obtener votos, pero no que sigamos e idolatremos a hombres y mujeres solo por cómo se ven o la ropa que usan. No podemos creer que un personaje como El Bronco estará en la boleta electoral, pero sí creemos y reconocemos la música que consumimos y las enormes cantidades de dinero que ganan actualmente los grandiosos compositores de banda y reggaeton con sus letras.

Ahí está. Somos nosotros quienes hacemos este país.


Lucía Olivares
@Olivareslucia






sábado, 17 de marzo de 2018

No víctima. Mujer.

Lucía Olivares
@Olivareslucia


Ya, Pablito… te has portado muy mal hoy; mamá ya casi se tiene que ir a trabajar. No llores, no llores. Ya duérmete, mi amor. Ya duérmete, chiquito. Cierra tus ojitos, bebé.

Pablito por fin se quedó dormido sobre el pecho de su madre, luego de despertarse tres veces durante la madrugada. Eran casi las seis de mañana, Sonia lo intuía y no sabía cómo tomar el celular antes de que la alarma sonara y alterara a su hijo; fue moviendo su cadera poco a poco, ayudándose con los pies y los codos hasta quedar junto al buró y tomar sigilosa, pero asertivamente el teléfono segundos antes de que sonara.

Sonia suspiró… como un agotamiento previo, suplicando energía, fuerza, maña y suerte, sobre todo suerte para que Pablito no despertara de nuevo.

Tomó un baño rápido, se puso unos pantalones negros y unas botas de piso, un suéter holgado con cuello de tortuga y una chamarra gruesa encima. Preparó algunos biberones mientras le indicaba a Alfonso que era hora de levantarse; puso agua para café y tostó tres panes para el desayuno.

Poncho, despierta, ya casi me voy – decía mientras movía el hombro de su esposo – Poncho, ya es hora.

Regresó a la cocina y agradeció escuchar la regadera minutos después.

- Poncho, aquí está tu café. Te hice huevo y pan tostado ¿quieres mermelada?

- Sí, por fa. ¿Tú no desayunas?

- En el camino... ya se me hizo tarde; tengo que llevar a Pablito con mi mamá. No vayas a salir así, está haciendo frío; en la recámara está tu saco azul, ayer lo recogí de la tintorería. Nos vemos al rato – dijo Sonia cargando el moisés con el brazo derecho, la bolsa sobre el hombro izquierdo, las llaves, un termo con café y un pedazo de pan tostado.

- Con cuidado.

- ¿Me abres? – se oyó desde lejos

Sonia dejó a Pablito (ya despierto y en llanto) en casa de su mamá; le dejó los biberones, la pañalera que guardaba siempre en el coche y dinero por si algo se ofrecía.

- Al rato vengo por él.

- ¡Sonia, traes el pelo empapado! Agárratelo por lo menos, pareces loca.

- Ay, mamá… debo traer una liga en la bolsa. No te apures. Ya voy tarde.

Sonia trabajaba en un despacho contable, de ocho a dos y de cuatro a seis. En la oficina la mayoría eran mujeres; el gerente era un señor de 55 años muy entusiasta y trabajador, le había enviado al hospital unos globos enormes para celebrar la llegada de Pablito y unas frazaditas divinas en color azul y amarillo; de eso hacían cuatro meses. Don Diego, el gerente, era un encanto, pero Zulema, la encargada del departamento, parecía tener algo contra las mujeres… su trato siempre era distinto, más exigente, más demandante, muy insensible.

Llegas tarde, otra vez, Sonia… pero a la salida eres muy puntual ¿verdad?

- Discúlpame, Zulema, se me hizo tarde con el niño.

Zulema lanzó los ojos hacia arriba desaprobando la respuesta de Sonia y se retiró marcando sus pasos al ritmo de sus tacones.

Había días tranquilos y otros muy pesados, sobre todo la última semana de cada mes. Justo era 28 de enero, un día frío, agotador desde el inicio, nublado, ¡con lo que Sonia odia los días sin Sol!, un montón de papeles y encargos en su cubículo, el café ya tibio en su termo y un molesto goteo en la nariz propio de su alergia al papel.

Los números provocaban que la tensión en su cabeza fuera aún más perturbante, como contracciones en el cráneo que no la dejaban en paz; a lo mucho durmió dos horas seguidas luego de despertar a calmar y alimentar a Pablito a las doce, tres y cinco de la mañana.

- No aguanto la cabeza, Paty ¿No traerás una aspirina? No he podido dormir en toda la semana; Alfonso no me ayuda y Pablito está cada día más inquieto. Estoy desesperada – dijo Sonia empezando a llorar – Te lo juro que no sé de dónde sacar fuerzas, nada más de pensar que tengo que llegar a hacer de comer, regresar, ir por mi niño, la cena… ya no puedo trabajar, Paty, pero no sé cómo lo tomaría Poncho.

- ¿No te acuerdas cómo lloró Lucero cuando dejó de trabajar por dedicarse a su marido e hijos? Amaba su trabajo ¡Lo amaba! Ella no se quería ir, aquí nos lo dijo llorando, ¿no te acuerdas? Es momentáneo, Sonia, todas hemos pasado por eso. Es difícil, sí, pero de que sacamos la garra para seguir adelante, la sacamos. Lo que sí tienes que hacer es comer, traes ese pedazo de pan desde que llegaste y no friegues ponte aunque sea corrector en las ojeras.

Sonia hizo un gesto de despreocupación ante el último comentario de Paty, se sonó la nariz con una servilleta y se fue a hacer un café... todavía tenía mucho trabajo pendiente.

Llegó la hora de comida y las cuatro mujeres salieron en un santiamén de la oficina, Sonia compró un pollo rostizado, pasó por su hijo a casa de sus papás y preparó una sopa caldosa al tiempo que arrullaba a Pablito con su voz.

- Tranquilo, mi niño, ya casi termino, mi amor. Ya, ya no llores, ya va a llegar papá.

Alfonso le dio un beso al niño y se sentó a la mesa.

- ¿Otra vez pollo?

- Mi amor, anoche no alcancé a preparar nada para hoy, ya ves cómo ha estado de chipil Pablito, pero te hice sopa de bolitas, la que te gusta.

Alfonso era abogado, trabajaba para una empresa local, así que tenía un horario más flexible. Iba siempre de vestir, a veces con traje, solía ser muy especial con el planchado de sus camisas y la forma de acomodar su ropa; Sonia se había olvidado un poco (o mucho) de ella, era delgada, pero ahora se deja ver con unos cuantos kilos en cima que no ha logrado bajar desde el embarazo. De soltera jugaba fútbol, también le gustaba mucho correr; por supuesto que esas actividades resultan imposibles de momento. Tiene los ojos color miel y el pelo ondulado, es por eso que la humedad no hace buena mancuerna con ella. Sus ojos son lindos, pero esa sombra café justo debajo de ellos grita agotamiento.

Salieron los tres juntos de la casa. Antes de llegar de nuevo a la oficina, Sonia dejó a su hijo en una guardería ubicada a dos cuadras del despacho; no le gustaba mucho el trato que les dan a los niños, mucho menos a los bebés, Pablito era el más chico, pero regresar a casa de su mamá y cruzar toda la ciudad resultaría imposible e impráctico.

Los últimos minutos de su jornada se alargaron, y entre el estrés laboral, las manecillas del reloj caminando y la guardería a punto de cerrar, aquello era la locura disfrazada de mujer. Bajó del coche justo frente a “Grandes sonrisas”, la estancia infantil donde los niños salían con el antónimo del letrero dibujado en el rostro. Lety la esperaba afuera con Pablito en brazos.

En el coche, ya agotada, deshecha y sin imaginación para la cena, decidió pasar por un café. Una cadena impedía el paso por el drive thru; tendría que bajar, con todo lo que eso implicaba. Tomó a su hijo, la bolsa y las llaves las dejó en su mano, ya se las ingeniaría para pagar.

- ¡Sonia! ¿Cómo estás? Hasta que te dejas ver

- ¿Cómo están? Sí, pues es que con el niño y el trabajo ya no me da tiempo de nada.

Ellas, esposas del grupo de amigos de Alfonso, la miraban disimulada y detalladamente al mismo tiempo. Sus labios entreabiertos, sus sonrisas fingidas, su gusto fabricado, su interés malicioso brotaba de sus ojos queriéndose escapar por sus dientes.

- Pero te ves bien, Sonia, digo, es evidente que traes unos kilitos de más, pero al rato los bajas – dijo una de ellas como si el tema del peso estuviera ya sobre la mesa.

- Bueno es que también esa chamarra no ayuda – continuó Mónica, otra de ellas.

Sonia sonreía con los labios.

- Mira, te va a pasar lo que a todas que se casan con hombres sin dinero, no es que Alfonso sea pobre, ni tú tampoco, pero si alguien me dice ¿qué pasó con Sonia, la niña bonita, delgadita, risueña y sobre todo arreglada? Tendré que responder: se casó, tuvo criatura y el marido no es rico.

Las tres mujeres sobre la mesa periquera de la cafetería se echaron a reír como chiste en piñata.

Sonia seguía sonriendo con los labios… ahora sin mostrar los dientes.

Pagó su café haciendo malabares con las manos y se despidió sin mostrar mayor efusividad. Apenas cerró la puerta del carro y soltó en llanto, un llanto ahogado, desesperado, tan lleno de fuerza y tan carente de tristeza. Al llegar a casa acostó a Pablito en su cuna y se paró frente al espejo, ignorando por completo a Alfonso, que ya descansaba en la recámara.

- ¿Qué pasa, Sonia? ¿Qué tienes?

Ella ensordeció.

- ¿Sonia?

Se miraba a detalle, empezando por el cabello sujetado torpemente con una liga maltrecha que encontró en su bolso, las cejas casi uniéndose una con la otra, la piel seca y agrietada por el frío, su nariz roja y ancha por la congestión después del llanto, sus labios pálidos y gruesos, quienes solían pelear el protagonismo de su rostro contra esos ojos color miel que la observaban. Esos ojos color miel que sujetaban una sombra café o grisácea, que ahora todos miraban.

Después de unos minutos empezó a sonreír con todo el rostro y con toda el alma.

Volteó hacia su esposo y le dijo: ¿Qué vamos a hacer de cenar, Alfonso?

La cena viene en camino – respondió mientras la besaba en los labios, y en eso, se escuchó a Pablito llorar.



Fin.






sábado, 3 de marzo de 2018

“Nos vemos el domingo. Te mando un beso”, se despidió



Él es ese amigo que todos quieren y pocos tienen. Él es ese amigo que siempre está, que no ve distancia, que no ve si no es por ti. Él es ese amigo que muchos consideramos el mejor porque no escatima, porque no conoce la mesura, porque en su corazón cabe el mundo, aunque el mundo le quedó muy chico a su corazón.

Después de seis años las fechas coinciden, y comienzo a creer en la numerología que recrea en mi cada momento y los mismos pesares...

Era un viernes ya cayendo el anochecer, (yo estudiaba por las tardes, trabajaba de mañana) me sentía abrumada, un poco agotada por las nuevas ocupaciones, y en la última clase recibí un mensaje de ese amigo que siempre tenía tiempo para acordarse de ti, preguntarte cómo estás y dedicarte los minutos u horas que tú decidas para platicar de todo o nada... ahora que lo pienso creo que fue él la última persona con quien hablé por teléfono solo porque sí, solo para escucharnos, solo para platicar.
Él recordaba mi cumpleaños, sin ayuda de las redes sociales. Me preguntó a modo de carrilla “¿Quién cumple años el domingo? ¿Qué vamos a hacer?” Yo le dije que planeaba ir a cenar al día siguiente y que lo esperaba ahí, él me dijo que no podía porque iba llegando a la presa, pero que el domingo me veía en mi casa para darme un abrazo y comer pastel. Quedamos en vernos ese día. Era un hecho, porque él es de esos amigos que no necesitan recordatorios, él es de esos amigos que si quieren verte te ven, que siempre tienen tiempo, que su prioridad tiene nombre... de personas.

“Nos vemos el domingo. Te mando un beso”, se despidió.

Se despidió como un regalo adicional a todo lo que había hecho por mi y a las múltiples ocasiones en que me demostró lo especial que era para él.

Yo pensé que era una despedida de dos día, nada más.

No podía dormir, me sentía mal, cansada, estresada, con dolor de cabeza y una inquietud que no me dejaba tranquila... estaba irritable. Se lo dije a mis papás.
Ese sábado muy temprano recibí una llamada - de otro amigo que quiero mucho – me comentó que se había presentado un accidente la noche anterior en la presa “¿y?” pensé. “Falleció Fer” me lo dijo con una pausa nerviosa, como evitando lastimarme, y de ahí surgió el que creo ha sido mi grito más doloroso. Mis papás llegaron asustados y Joaquín tuvo que explicarles por teléfono lo ocurrido. Pasó la tarde conmigo... haciendo nada, solo acompañándome, como lo hacen los amigos.

Al día siguiente, domingo 4 de marzo, era el Maratón Lala, como este año. Yo tenía que trabajar-, después fui a misa y al regresar a casa estaba mi pastel de cumpleaños, algunas de mis amigas, Joaquín, mis papás y mi hermana, pero no estaba él.

No me dio uno de sus abrazos apretados, no me apachurró las mejillas con sus enormes y elásticas manos con que destruía y reconstruía todo lo que tocaba. No volví a escuchar su “¡carnalilla!”, ni a ver sus ojos de risa nerviosa cuando tiraba algo y lo acomodaba rápido. Ya no me hablan por teléfono diciendo “me estaba acordando de ti”, pero me sé dichosa, muy afortunada de tener al mejor amigo y por ese beso cariñoso que sé es un mensaje eterno.


Al séptimo día siempre es domingo... ya quisieran muchos verse una vez por semana.