Lucía Olivares
@Olivareslucia
Cierro los ojos mientras mi mente
danza con estruendosa música, me recargo hacia la derecha, luego de un par de
minutos opto por el lado contrario, acomodo la almohada y el zapateado de mi
mente se acentúa, me enderezo, abro los ojos y me concentro en el movimiento
del ventilador, en el sonido delicado que provoca, en la sensación de que la
velocidad lo hará desprenderse del techo. Tengo frío, pero si lo apago dejaré
de depositar mi atención en él y volveré a escuchar lo que me aqueja. Ya no
quiero. Necesito dormir.
¡Qué duro es crecer y darse
cuenta!
La alarma está sonando, son las
cinco con cuarenta, ya está mi lista de pendientes revoloteando la cabeza, mis
pestañas se entrelazan para no abrir mis ojos nublados, me tiro de nuevo, muevo
los labios para decir que nada importa, que necesito dormir, que el descanso no
ha sido suficiente. Gasto cinco minutos más con el cuerpo lacio enredado entre
las sábanas… el celular vuelve a sonar, ahora cerca de mi cara. Me siento en la
cama, me quejo un poco, solo un poco, respiro profundo y pongo el pie derecho a
conciencia sobre el suelo por aquello de las supersticiones. El agua caliente
le avisa a mi cuerpo que hay mucho por hacer, y a partir de ese momento todo se
convierte en una lucha contra el reloj. Me cepillo el cabello y miro el reloj,
me pongo los zapatos y miro el reloj, preparo el desayuno y miro el reloj,
prendo el coche y miro el reloj, siempre tarde, nunca sé por qué.
¡Qué duro es crecer y darse cuenta!
Hay otro reloj del que habla la
gente, parece que ese es más cruel y va más rápido, dicen que cuenta los años,
no los minutos, y que solo mide el tiempo de las mujeres. Resulta que el
estómago también presenta ciertos cambios, que se enoja contigo cuando la pasas
mal o te mal pasas… que no es lo mismo. La piel se mancha o se seca, va dejando
marcas permanentes por sus movimientos habituales.
La mesita de noche cada vez más
llena, de pastillas, chochos y ungüentos, de libros que he de leer, pero “no he
podido”, de canciones que he de escribir, tesitos que debo tomar, de llamadas
que contestar y todo lo que cabe en un celular.
¡Qué duro es crecer y darse
cuenta!
Ese celular, luego de una hora sin
prestarle atención, me indica que la gente quiere hablar conmigo, o que hay
mucho por resolver aunque pasen de las once de la noche. La rodilla duele un
poco, a veces cuando camino, a veces cuando me hinco… la rodilla duele un poco
y no es por culpa de la edad. Organizar un café requiere precisión, pero sobre todo
ganas, ganas de ceder, de regalar lo que creemos es tiempo ocupado por las
labores de rutina. Asistir a una cita de café es una muestra de amor que solo
brindo los domingos por la mañana, o los lunes cuando se mete el Sol. Detecto que
una cerveza es más fácilmente aceptaba, no sé, tal vez el alcohol sí aumente el amor.
Qué duro es crecer y darse
cuenta que la libertad que tanto anhelas de niño no es tan fácil de operar
Qué
duro es crecer y darse cuenta que ya casi son las doce y mañana hay que
madrugar
Qué duro es crecer y darse
cuenta que cada quien crece a su ritmo, y que a veces no puedes esperar
¡Qué duro es crecer!, pero es más
duro darse cuenta.
A veces, a otros nos cae la edad de golpe y sopeton, que estamos ocupados y no nos percatamos de lo cotidiano
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