sábado, 3 de marzo de 2018

“Nos vemos el domingo. Te mando un beso”, se despidió



Él es ese amigo que todos quieren y pocos tienen. Él es ese amigo que siempre está, que no ve distancia, que no ve si no es por ti. Él es ese amigo que muchos consideramos el mejor porque no escatima, porque no conoce la mesura, porque en su corazón cabe el mundo, aunque el mundo le quedó muy chico a su corazón.

Después de seis años las fechas coinciden, y comienzo a creer en la numerología que recrea en mi cada momento y los mismos pesares...

Era un viernes ya cayendo el anochecer, (yo estudiaba por las tardes, trabajaba de mañana) me sentía abrumada, un poco agotada por las nuevas ocupaciones, y en la última clase recibí un mensaje de ese amigo que siempre tenía tiempo para acordarse de ti, preguntarte cómo estás y dedicarte los minutos u horas que tú decidas para platicar de todo o nada... ahora que lo pienso creo que fue él la última persona con quien hablé por teléfono solo porque sí, solo para escucharnos, solo para platicar.
Él recordaba mi cumpleaños, sin ayuda de las redes sociales. Me preguntó a modo de carrilla “¿Quién cumple años el domingo? ¿Qué vamos a hacer?” Yo le dije que planeaba ir a cenar al día siguiente y que lo esperaba ahí, él me dijo que no podía porque iba llegando a la presa, pero que el domingo me veía en mi casa para darme un abrazo y comer pastel. Quedamos en vernos ese día. Era un hecho, porque él es de esos amigos que no necesitan recordatorios, él es de esos amigos que si quieren verte te ven, que siempre tienen tiempo, que su prioridad tiene nombre... de personas.

“Nos vemos el domingo. Te mando un beso”, se despidió.

Se despidió como un regalo adicional a todo lo que había hecho por mi y a las múltiples ocasiones en que me demostró lo especial que era para él.

Yo pensé que era una despedida de dos día, nada más.

No podía dormir, me sentía mal, cansada, estresada, con dolor de cabeza y una inquietud que no me dejaba tranquila... estaba irritable. Se lo dije a mis papás.
Ese sábado muy temprano recibí una llamada - de otro amigo que quiero mucho – me comentó que se había presentado un accidente la noche anterior en la presa “¿y?” pensé. “Falleció Fer” me lo dijo con una pausa nerviosa, como evitando lastimarme, y de ahí surgió el que creo ha sido mi grito más doloroso. Mis papás llegaron asustados y Joaquín tuvo que explicarles por teléfono lo ocurrido. Pasó la tarde conmigo... haciendo nada, solo acompañándome, como lo hacen los amigos.

Al día siguiente, domingo 4 de marzo, era el Maratón Lala, como este año. Yo tenía que trabajar-, después fui a misa y al regresar a casa estaba mi pastel de cumpleaños, algunas de mis amigas, Joaquín, mis papás y mi hermana, pero no estaba él.

No me dio uno de sus abrazos apretados, no me apachurró las mejillas con sus enormes y elásticas manos con que destruía y reconstruía todo lo que tocaba. No volví a escuchar su “¡carnalilla!”, ni a ver sus ojos de risa nerviosa cuando tiraba algo y lo acomodaba rápido. Ya no me hablan por teléfono diciendo “me estaba acordando de ti”, pero me sé dichosa, muy afortunada de tener al mejor amigo y por ese beso cariñoso que sé es un mensaje eterno.


Al séptimo día siempre es domingo... ya quisieran muchos verse una vez por semana.

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