miércoles, 20 de diciembre de 2017

Cómo quiere uno a la gente cuando ya no está


¿El amor se maximiza con la ausencia? ¿O será el remordimiento golpeándonos el pecho lo que duele tanto? No sé, pero, cómo quiere uno a la gente cuando ya no está.

Nos dicen que antes de morir debemos hacer muchas cosas: plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo; ¿para permanecer? ¿para que no nos olviden? ¿para dejar una huella en nuestro paso por la vida? ¿para continuar? ¿para que no desaparezca? ¿Para qué?

Cómo quiere uno a la gente cuando ya no está…

Cómo anhela uno la textura de su voz; esas frases que recordamos como únicas, como creadas y pronunciadas solo por esa persona. No recordamos… volvemos a sentir, sus manos tocando nuevamente tu piel, sensaciones que se quedan archivadas en tu cuerpo, aromas que parecieran vivir dentro de ti y que se prenden como una vara de incienso. Abrazos. Abrazos que te reconectan, que fusionan almas, que te recuerdan que compartes vida… abrazos que ahora le das al viento con la esperanza de que sople como la última vez, esa que tal vez por las prisas, fue una despedida rápida, floja, como solemos ser cuando creemos que siempre hay un día más.

Los hijos, los libros, los árboles, no anidan el recuerdo; las miradas, los abrazos, los apretones de mano, las risas, las voces, la complicidad, las conversaciones, los planes, su piel, los momentos compartidos y los que quisiste compartir, su olor, las enseñanzas accidentales, su existencia, el palpiltar…eso sí.

Cómo quiere uno a la gente cuando ya no está…

Cómo extraña uno a la gente cuando ya no contesta el celular, cuando su casa se convierte en una habitación vacía, cuando la fuerza de sus manos desaparece, cuando lo buscas en los mismos sitios y no aparece, cuando esperas su voz en una melodía que no llega, cuando no entiendes por qué si aquí estaba se fue, cuando el tiempo comienza a pasar más rápido y más lento, cuando se te apaga una luz y andas a tientas , cuando aprendes a seguir la estela, cuando el recuerdo te alimenta.

Cómo quiere uno a la gente cuando ya no está.


Lucía Olivares

@Olivareslucia




jueves, 14 de diciembre de 2017

La enfermedad



           Le tememos a todo aquello que pueda alterar nuestra comodidad, y existe entonces una palabra que nos devuelve a lo humano, que nos recuerda lo imperfectos, lo mundanos, lo terrenales, lo temporales, lo frágiles,  lo prestado, lo inconstantes que somos: la enfermedad.

Pareciera que llega a recordarnos que todo lo construido con el cuerpo se destruye, que los huesos se rompen, que los músculos se desgarran, que el pelo y los dientes se caen, que el cuerpo se infla y desinfla, que los órganos funcionan y a veces no. La enfermedad es un mágico recordatorio de que somos lo que alberga la materia, pero no la materia; somos tal vez esa voz que piensa en levantarse aunque las piernas no le den, esa fuerza que intenta  expulsar lo que le hace daño, esa confusión al ver tu cuerpo lánguido y el alma vigorosa.

La enfermedad nos hace creer  que el encanto y la chingonería trabajada por años se pierden cuando la gente te descubre corriendo por una diarrea, cuando en un baño público eres incapaz de echarte un pedo, cuando una tos con flemas aparece en medio de una conversación,  cuando has dejado tu lugar con un montón de pañuelos usados, cuando quieres esconder con maquillaje la espinilla que te salió en la barbilla, cuando tu pelo se cae por un tratamiento y decides cubrir tu cabeza para que los demás no se enteren, para que no se hagan preguntas, para que no se asusten, para que no comenten. La enfermedad viene a recordarnos lo imperfectos que somos y lo fuertes que podemos llegar a ser.

En la comodidad difícilmente se descubre, en las penas nos volvemos grandes y en la grandeza encontramos sanación.

Me descubro en los momentos difíciles.

Y escribo para sanar.



Lucía Olivares
@Olivareslucia



miércoles, 11 de octubre de 2017

La envidia



      Podemos entristecernos por la pérdida de una persona amada, por el extravío de un objeto especial, por el incumplimiento de nuestras metas, por un sueño roto; también es posible enfadarse consigo mismo cuando fallas, cuando no has sido cauteloso ni perseverante; nos molestamos con los amigos cuando nos traicionan y nos hieren, aunque a veces sentimos rabia en sus momentos de mayor felicidad.

La envidia es un discreto y doloroso sentimiento de frustración que te carcome por dentro, porque no se desea, pero existe de manera inconsciente subrayando lo liviano de las relaciones, lo superfluo del cariño y la nula solidaridad.

Es silenciosa y venenosa, lastima y golpea con fuerza a quien no lo merece. La envidia es capaz de convertir tus pensamientos en alguien, solo por considerarlo más bello, más alto, más inteligente, más capaz, o en el peor de los casos, por poseer eso que tú deseas. El envidioso desperdicia el tiempo en destruir la felicidad del otro y se niega la posibilidad de encontrar la suya.

Aquello que envidiamos dice mucho de quienes somos; sus formas de expresión son innumerables, van desde el murmullo hasta las injurias, el rechazo y las agresiones sin motivo. Sin embargo, existen quienes se benefician de esta terrible sensación. La envidia más primaria de las mujeres engrosa la adquisición de productos de belleza; la envidia por dinero activa el consumismo; la envidia por estado anímico el uso y manejo de redes sociales: la mentira.

Es destructiva, asfixiante, amenazante. Es injusta, no es de amigos, mucho menos de amantes. La envidia muestra tus vacíos y desdichas, tus complejos, anhelos e incapacidades.

Quien ama se alegra contigo… quien irradia felicidad no lo opaca otro brillo.



Lucía Olivares
@Olivareslucia




domingo, 20 de agosto de 2017

Amor platónico

... ese que nunca fue y nunca será.

Se queda atrapado en el anhelo, el sueño, el deseo; crea imágenes de cuento con olores y sabores dulces; con sonrisas y solo lágrimas de alegría; es platónico porque no hubo decepciones, gritos, ni compromisos rotos. Es puro, porque es nuevo, inmaduro e inocente.

Un amor así, idealizado y etéreo, es como el viaje que no has hecho, como el pastel que ves impreso en las revistas, como las pieles perfectas gracias a photoshop... las deseas, pero al mismo tiempo te cuestionas si serán reales, imaginas a qué saben, a qué huelen, cómo son sus calles, ¿habrá basura tirada?, ¿moscas o ratas?, ¿será tan tersa como parece?, ¿es verdad o es una máscara?

El conocimiento quita esas máscaras, las arroja, las envuelve, y las admira, pero ama la piel marcada, brillosa, arrugada, a veces sucia; ama la sonrisa genuina que ve enmarcada en las fotografías porque al mirarla escucha ese sonido extraño que produce. El conocimiento ama los callos de tus pies por los caminos que recorres, el trabajo de tus manos, las ojeras que son muestra de tu esfuerzo, la pérdida de peso en los malos momentos y la fortaleza interna que te dejan.

El amor platónico sospecha que hay demonios dentro, pero no interactúa con ellos, los escoge y a veces los piensa para sentirlo más real. El conocimiento te hace odiar aquello que creías amar, te golpea contra la pared mil veces como si fueses un idiota, pero luego de esos choques ves con mayor claridad, a veces te quedas, a veces te vas.

Creemos amar sin conocer.. es más fácil.
Amar lo que conoces ¡Uy! amar lo que conoces, es amar.



Lucía Olivares
@Olivareslucia



martes, 11 de julio de 2017

A recuerdos huele la vida


 Por Lucía Olivares.


Que los recuerdos entren por la nariz y el olvido lo transpire gracias al Sol.

Un perfume de gardenias retrasó mi calendario y me llevó al mes de mayo, a los pasillos del auditorio donde estudiaba cuando niña y ofrecíamos a la Virgen: flores, una loción que arrojábamos en un tapete y velas blancas. Luego, hay aromas que convierten mi escenario en la habitación de mi abuela, la madera de los muebles, el metal de ese teléfono antiguo y el oído interfiriendo en los sentidos cuando escucho el coro de la Iglesia en misa de nueve, o el chasquido de mis dedos sobre la mesa que surge inconsciente cuando estoy pensando.

Las canciones que alguna vez bailé hasta el cansancio para limpiar una coreografía, mi cuerpo responde familiarizado a esos golpes que un momento se fundieron con mi cuerpo. El olor del café que me seduce a lo prohibido evocando a tantas conversaciones y tantas personas, esas historias, muchas que me hubiera encantado terminar de escribir… cuánta gente cabe en mi café sorbo a sorbo, sin prisa, pero con ritmo.

El mágico aroma de un libro viejo que vuelve a compartir sus páginas conmigo, ese sensación de abandono, de soledad, de haberse convertido en una muñeca fea y olvidada; el sonido de la hoja rasposa comparado con el olor a ilusión que guardan los cuadernos, lápices y libros nuevos, el nerviosismo del primer día de clases, el insomnio un día antes, el tacto cuidado de lo que pronto se convertirá en un desastre.

Y si la música tiene olor, hay canciones que me huelen a esperanza, que me huelen a ti, un poquito a despecho, unas gotitas de fragancia de tristeza, pero mucha libertad. Hay canciones que huelen como imagino que huelen las nubes, a aire fresco, a un largo aliento, a vida… no importa que sea pasada. A mi vida.

Y cuando camino mis dos cortos y rutinarios trayectos encuentro, primero, que en medio de tanta podredumbre hay destellos de azúcar bien escondidos que parecen deliciosos;  que ahí, en el centro de Torreón, además de esquinas con reuniones de basura del fin de semana y gente que escupe largo y ruidosamente a milímetros de tus pies, hay aromas que pueden volverte loca, porque aunque nunca he visto el lugar, sé que existe un sitio que me despide y agradece todos los días con lo que imagino es una concha de chocolate con un poder de alcance terrorífico. Mi segunda rutina es más corta, más cuidada, más infantil, y me invita todos los días a dar las gracias por esa inyección de recuerdos, por esos ritmos que palpitan dentro, por la música que mi cuerpo genera y por lo que, para bien o para mal, yo también transpiro.


@Olivareslucia



miércoles, 17 de mayo de 2017

La mujer en los medios de comunicación


Se ha hablado hasta el cansancio del papel de la mujer en la sociedad, los cambios en los roles, la evolución de nuestra participación, la violencia de género, la brecha salarial, lo agotador que es ser mamá trabajadora, abusos sexuales, feminicidios, legalización del aborto, las expectativas sociales, exigencias físicas y esa búsqueda incansable por encontrar tu forma de ser mujer en un mundo dominado por hombres durante años.

Debido al periodo electoral que vivimos en Coahuila, se ha puesto sobre la mesa el papel de los comunicadores laguneros, no de los seis periodistas asesinados en lo que va del 2017, ni de la huelga digital que realizaron varios medios nacionales para exigir justicia y seguridad al gremio. No. Se habla de los comunicadores que, a decir de un grupo social, (podrán o no estar en lo cierto) se venden, venden el oficio y convierten sus espacios en centros de halago y publicidad.

Un par de semanas atrás me topé con una entrevista a la periodista Rosa María Calaf, ¡interesantísima! Ella hablaba de que la ciudadanía cree que está informada cuando en realidad solo está entretenida, ¡eso es peligroso! y no nos damos cuenta, porque ahora tenemos la creencia de que lo que cualquier usuario comparte en redes o en cadenas de Whatsapp es, y muchas veces no, no es.
Calaf también mencionaba que la información es cada vez menos rigurosa; en los medios puedes notar que la forma de comunicar se ha modificado porque la sociedad te pide condensar, la tecnología nos está haciendo flojos, no queremos y ya no sabemos esforzarnos más.

Además de estos conceptos, la periodista española habló de la labor periodística, del papel que jugamos quienes trabajamos en un medio de comunicación “El periodista no puede ser más importante que lo que cuenta porque entonces hacemos del periodismo un espectáculo” el trabajo del comunicador es comunicar, el protagonista de cualquier espacio televisivo, radiofónico, impreso, debe ser el hecho, los datos, los testimonios, la información y no sé en qué momento esto cambió. Actualmente puede ser más importante qué ropa usarás para pararte frente a una cámara que lo que vas a decir, ¿y saben qué? también como consumidores nos percatamos más de esos detalles que de la propia información.

“Ahora vuelve una sexualización de la mujer, sobre todo en los medios visuales, donde se prioriza la apariencia física y la edad... ¿Qué importa la belleza en una periodista? Estamos hablando de información. En el entretenimiento puede ser relativamente diferente, pero en la información no se está valorando si lo hace bien, sino que se suma la valoración del patrón físico”, decía Rosa María Calaf, y es que si eres bonita, lo que tienes se lo debes a tu belleza aunque te quemes las pestañas estudiando, porque vemos más y profundizamos poco.

Hacerse camino en esta profesión no es fácil, sin importar el medio en que te encuentres, se compite todo el tiempo, porque sí: todos quieren llegar, y siempre llegarán personas más jóvenes y con nuevas ideas, eso es una alerta amarilla para los trabajadores todo el tiempo, porque es difícil mantenerte en el nivel que esperas. En este gremio se mueven egos y envidias, todos los tenemos aunque digamos que no.
Se cree que para pertenecer a un medio debes tener una cara hermosa o una voz privilegiada; yo jamás sospeché que estaría frente a un micrófono, fue algo que busqué sin saber lo quería, pero que he aprendido a querer muchísimo, porque creo en lo que hago. Es difícil llegar muy joven, sentirte chiquita e inexperta, duelen los golpes al ego cuando practicamente toda la ciudad nota tus garrafales errores, se sufren  los latigazos que se da uno mismo cuando no sabes todo lo que deberías saber, y es que desde la universidad te dicen que un comunicólogo “debe saber un poquito de todo”, lastima despedirte de los espacios que se convierten en tu casa, cuesta hacer las cosas diferente, es frustrante que el hombre te haga creer que es intelectualmente superior. Ah y no es bonito saber cuántas cosas horribles ocurren en el mundo. Recuerdo que mucho antes de dedicarme a esto creía que los noticieros llegaban a un punto donde se hacían inmunes a los terrores de la calle, pero desde donde estoy parada noto que la piel se eriza cada vez más, la sed de justicia se hace mayor, el coraje es inevitable, y a veces, aunque quisieras no hablar, hay que gritar.

Los comunicadores (o los periodistas) deberíamos tener claro que nuestro trabajo es informar y que nuestra vida privada no tendría por qué tener un lugar en la jerarquización. Como dijo Antonio González – Karg de Juámbelz, director de El Siglo de Torreón, en entrevista con Marcela Pámanes en Entre Laguneros: “el medio no puede ser noticia, el medio es el canal, el vaso comunicante entre los hechos y los receptores”.


Hay una frase de Elena Poniatowska que me encanta “me volví periodista aunque estaba condenada a ser una niña con una casa bonita, un marido bonito, unos hijos bonitos, una mesa bonita” porque me identifico y, al menos en mi caso, creo que a esta profesión, por sobre todas las cosas, se le debe tener mucha fe y mucho amor.
Como mujeres en los medios nos queda la responsabilidad de respetar y dignificar el género


Lucia Olivares
@Olivares




sábado, 6 de mayo de 2017

Mamá, ¿soy una buena hija?


Tal vez tú mismo te lo estás cuestionando ahora y coincidirás con que es una pregunta muy difícil de responder, seguramente le ocurre lo mismo a las mamás, porque uno ama y demuestra el amor a su manera, más no sabemos si esas expresiones de amor sean siempre lo que el otro necesita.

A mi mamá le ahorré muchas preocupaciones mundanas, pero le compré otras no tan pasajeras. Mi mamá nunca sufrió por mis llegadas tardes a la casa en estado inconveniente, por algún vicio de adolescente, bajas calificaciones o por comportamientos inapropiados, aprendí a ser responsable y desee siempre que mis papás se sintieran orgullosos de mi, lo deseo aún. 

Fui la niña correcta que hace las cosas correctas, la que buscaba ser la mejor estudiante y la mejor bailarina, amé las aulas, amé a mis profesores, me reté y los reté, fui muy inocente y poco a poco aprendí a defenderme, sigo aprendiendo a poner límites; pero esa “corrección” me ha traído muchas buenas y muchas malas, esas malas – sin pensarlo – se convirtieron en una preocupación para mamá y papá. Sentía que no encajaba en ningún grupo porque no me gustaba lo que hacían los demás, a mi me gustaba platicar, conocer, así que empecé a leer y a ocuparme de diferentes maneras, a querer como loca a los amigos que llegaban, a extrañar como loca a los amigos que se iban y a seguir un sueño que encontré en el camino: ser escritora, ser una gran comunicadora.

Mamá tal vez preferiría ver a su hija un poco menos preocupada, más acompañada, más arreglada, menos exigente, pero yo no quise ser así, o tal vez encontré esta manera que se acomodó más a mis inquietudes, a lo que me interesa de la vida. 

Mamá, yo quise batallar porque creo que así mejores cosas se encuentran y he pagado (y les he hecho pagar) el precio de buscar lo justo, lo difícil, de actuar siempre de acuerdo a lo que pienso, aunque a muchos esto no les parezca. 

Mamá, no sé si soy una buena hija, mi pecado está en las palabras y ahí mismo mi virtud. El camino por más solo que parezca siempre ha tenido otras huellas, porque siempre, aunque no te parezca, vas tú.






Lucía Olivares
@Olivareslucia

miércoles, 22 de marzo de 2017

No se pierde la memoria de las cosas importantes



No se pierde la memoria de las cosas importantes...

Los latidos repentinos no se pueden olvidar, las pupilas dilatadas, las sonrisas congeladas, la hipersensibilidad en la piel, y  esas ganas, esas ganas de hacer lo que no hiciste, de decir lo que sentiste ayer y hoy, en diferentes momentos pero con la misma intensidad de los recuerdos, de la memoria que es historia y como historia vida es.

Un clavo no saca otro clavo, lo entierra, lo esconde, lo suprime, lo oculta. Las personas no se reemplazan, no como fichas o piezas de ajedrez, las personas vienen y pasan… la emoción permanece, se pega, se adhiere, penetra e inyecta una dosis que bloquea el olvido; tal vez sea eso tan sencillo lo que nos hace inmortales solo a los ojos y a las pieles que nos vieron de verdad.

No se pierde la memoria de lo insignificantemente maravilloso, de lo mundano convertido en pasaje, de las miradas como escáner, las palabras como lanzas, como frase de separador, como cuchillo enterrado dentro, dentro, dentro; y el tacto celoso que apenas pareciera existir como un pequeño rastro de vida, como un delgado rayo de luz.

No. No se pierde la memoria de las cosas importantes, de esas que cerramos los ojos y vemos, esas que al abrirlos no te dejan aterrizar, de esas que son siempre la primer y eterna anécdota, tu parteaguas, tu ejemplo, tu conexión con otros sentimientos, a donde va tu mente… a donde regresa siempre.

Si te olvido o no te olvido está de más. No es la cabeza, no soy yo, son todos los estímulos que te evocan aun cuando no estás.

Somos historias que no pierden la memoria de las cosas importantes o las más insignificantes que se colaron hasta lo más profundo y han tendido su casa, se han llevado su almohada, su música, sus palabras para que no las extrañes, para que vivan contigo, sin exagerar.

¿Y si se van? ¿Y si se quedan? Les dejo mi cuerpo por si lo quieren abrazar.


Lucía Olivares
 @Olivareslucia



sábado, 14 de enero de 2017

Lo que debes saber antes de graduarte


Revisando "los papeles viejos" me topé con el discurso que escribí para mi graduación hace tres años, se las comparto porque vale la pena darnos cuenta que el aprendizaje no tiene fin y que como decía Viktor Frankl "el que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo":


         El primer día de clases en la universidad, me di cuenta de que tenía la inocencia de una niña, y muchas, pero muchas ganas de aprender. Llegas a la universidad con grandes dudas, con incertidumbres, con una idea errónea de la carrera que eliges, con miedos, algunos de ellos te acompañan, te vigilan, te cuidan durante cuatro años y medio. 
Llegas a la universidad a exponer tus sueños, a compartirlos con tus nuevos compañeros, a repetir tu nombre, tu edad, tu carrera, tus metas; en cada clase, en cada semestre, para que te quede bien claro y no te queda claro. Alguna vez escuché a una compañera mayor decir “yo quería trabajar en la embajada… qué tonta, qué ilusa”, no basta desear, la vida no es una bola de cristal, ni una lámpara maravillosa, hay que trabajar.
Pasan cuatro años y medio… ¡corriendo! y nadie nos avisó que éramos atletas y que llegaríamos tan rápido, nadie nos dijo que experimentaríamos una inestabilidad tremenda y que aunque se moviera el barco nosotros no nos podíamos caer. Yo me mareé muchas veces, pero me sostenía fuerte. 
Aprendes que la universidad es la bahía, pero para pescar te tienes que meter al mar, ensuciarte, caerte, lastimarte… con que no te ahogues… ¿y qué creen? nosotros no nos ahogamos.
Es fácil memorizar conceptos, desarrollar habilidades, obtener un diez, hacer bien una tarea; es un poco más complicado el tema de la resistencia, el tema del valor y los valores, el tema de la dignidad, el abrir la boca porque para algo existe, el hablar de frente, el tener convicciones, saber perder, reconocer errores, pedir disculpas, no confiar del todo, dudar también de lo que un profesor te dice… eso te lo da la escuela, la experiencia, los berrinches… todo lo que nos parecía inútil es lo que más nos hacía falta.

El primer día de clases en la universidad, me di cuenta de que tenía la inocencia de una niña, y muchas, pero muchas ganas de aprender. El último día de clases me di cuenta de que todo lo que pasó, todo lo que vivimos tenía una razón de ser, que el estudiar no es sacrificio, que el estudiar es delicioso, que nosotros somos las piedras de otros y tropezamos así, unos con otros, y que hoy y hace cuatro años y medio el sueño sigue siendo el mismo, que me expongo de la misma manera en frente de desconocidos y luego amigos a contarles qué quiero para mi vida, compartir pasiones, dolores, desesperación, corajes, grilla; compartir mañanas y tardes, extrañarlos de un día a otro. Nosotros conocemos nuestros sueños… 
Esta carrera duró muy poco, cuatro años y medio de resistir y gozar muchas cosas, pero siguen años que no se acotan, que no se segregan, que no se dividen; en los que habrá de soportar situaciones, personas, cambios, horarios, el que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier como… lo decía Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido; Viktor es el padre de la logoterapia, que habla del sentido a la vida y cuando tienes metas claras, cuando repites tu nombre, tu edad y tu objetivo último en la vida con seguridad, entonces, los cómos te perseguirán como caballos a todo galope y tú tendrás que cabalgar cada uno de ellos, aceptarlos y agradecer.

Gracias. Gracias a los profesores que nos dieron el beneficio de la duda, gracias a los profesores que podían ser oído y no sólo voz, gracias al que decía Buenos días y al que nunca contestaba, gracias al que te cerraba la puerta, gracias al que siempre la dejaba abierta. Gracias al que te dijo que tu trabajo era una basura, gracias al que te adulaba y no entendías por qué. Gracias al amigo que te daba un abrazo en las mañanas, gracias al que te envidiaba hasta la taza de café. Gracias al que te veía llorar y se acercaba, gracias al que te veía y se burlaba.
El último día de clases me fui como llegué, sintiéndome una niña todavía, pero con muchas, muchas ganas de aprender.  
El barco que zarpó hace más de cuatro años ya se detuvo y ahora hay que bajar a pescar.    Afortunados los que se quisieron lanzar y lo reconsideraron, afortunados los que se pelearon con el capitán y llegaron a un acuerdo racional, afortunados los que encontraron el método antimareo, porque en el barco estás seguro, porque ahora nos toca el mar.



Lucía Olivares
@Olivareslucia