Le tememos a todo aquello que
pueda alterar nuestra comodidad, y existe entonces una palabra que nos devuelve
a lo humano, que nos recuerda lo imperfectos, lo mundanos, lo terrenales, lo
temporales, lo frágiles, lo prestado, lo
inconstantes que somos: la enfermedad.
Pareciera que llega a recordarnos
que todo lo construido con el cuerpo se destruye, que los huesos se rompen, que
los músculos se desgarran, que el pelo y los dientes se caen, que el cuerpo se
infla y desinfla, que los órganos funcionan y a veces no. La enfermedad es un
mágico recordatorio de que somos lo que alberga la materia, pero no la materia;
somos tal vez esa voz que piensa en levantarse aunque las piernas no le den, esa
fuerza que intenta expulsar lo que le
hace daño, esa confusión al ver tu cuerpo lánguido y el alma vigorosa.
La enfermedad nos hace creer que el encanto y la chingonería trabajada por
años se pierden cuando la gente te descubre corriendo por una diarrea, cuando
en un baño público eres incapaz de echarte un pedo, cuando una tos con flemas
aparece en medio de una conversación,
cuando has dejado tu lugar con un montón de pañuelos usados, cuando
quieres esconder con maquillaje la espinilla que te salió en la barbilla,
cuando tu pelo se cae por un tratamiento y decides cubrir tu cabeza para que
los demás no se enteren, para que no se hagan preguntas, para que no se
asusten, para que no comenten. La enfermedad viene a recordarnos lo imperfectos
que somos y lo fuertes que podemos llegar a ser.
En la comodidad difícilmente se descubre, en las penas nos volvemos grandes y en la grandeza encontramos sanación.
En la comodidad difícilmente se descubre, en las penas nos volvemos grandes y en la grandeza encontramos sanación.
Me descubro en los momentos
difíciles.
Y escribo para sanar.
Lucía Olivares
@Olivareslucia
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