Podemos entristecernos por la pérdida de una persona amada, por el extravío de un objeto especial, por el incumplimiento de nuestras metas, por un sueño roto; también es posible enfadarse consigo mismo cuando fallas, cuando no has sido cauteloso ni perseverante; nos molestamos con los amigos cuando nos traicionan y nos hieren, aunque a veces sentimos rabia en sus momentos de mayor felicidad.
La envidia es un discreto y doloroso sentimiento de frustración que te carcome por dentro, porque no se desea, pero existe de manera inconsciente subrayando lo liviano de las relaciones, lo superfluo del cariño y la nula solidaridad.
Es silenciosa y venenosa, lastima y golpea con fuerza a quien no lo merece. La envidia es capaz de convertir tus pensamientos en alguien, solo por considerarlo más bello, más alto, más inteligente, más capaz, o en el peor de los casos, por poseer eso que tú deseas. El envidioso desperdicia el tiempo en destruir la felicidad del otro y se niega la posibilidad de encontrar la suya.
Aquello que envidiamos dice mucho de quienes somos; sus formas de expresión son innumerables, van desde el murmullo hasta las injurias, el rechazo y las agresiones sin motivo. Sin embargo, existen quienes se benefician de esta terrible sensación. La envidia más primaria de las mujeres engrosa la adquisición de productos de belleza; la envidia por dinero activa el consumismo; la envidia por estado anímico el uso y manejo de redes sociales: la mentira.
Es destructiva, asfixiante, amenazante. Es injusta, no es de amigos, mucho menos de amantes. La envidia muestra tus vacíos y desdichas, tus complejos, anhelos e incapacidades.
Quien ama se alegra contigo… quien irradia felicidad no lo opaca otro brillo.
Lucía Olivares
@Olivareslucia
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