martes, 11 de julio de 2017

A recuerdos huele la vida


 Por Lucía Olivares.


Que los recuerdos entren por la nariz y el olvido lo transpire gracias al Sol.

Un perfume de gardenias retrasó mi calendario y me llevó al mes de mayo, a los pasillos del auditorio donde estudiaba cuando niña y ofrecíamos a la Virgen: flores, una loción que arrojábamos en un tapete y velas blancas. Luego, hay aromas que convierten mi escenario en la habitación de mi abuela, la madera de los muebles, el metal de ese teléfono antiguo y el oído interfiriendo en los sentidos cuando escucho el coro de la Iglesia en misa de nueve, o el chasquido de mis dedos sobre la mesa que surge inconsciente cuando estoy pensando.

Las canciones que alguna vez bailé hasta el cansancio para limpiar una coreografía, mi cuerpo responde familiarizado a esos golpes que un momento se fundieron con mi cuerpo. El olor del café que me seduce a lo prohibido evocando a tantas conversaciones y tantas personas, esas historias, muchas que me hubiera encantado terminar de escribir… cuánta gente cabe en mi café sorbo a sorbo, sin prisa, pero con ritmo.

El mágico aroma de un libro viejo que vuelve a compartir sus páginas conmigo, ese sensación de abandono, de soledad, de haberse convertido en una muñeca fea y olvidada; el sonido de la hoja rasposa comparado con el olor a ilusión que guardan los cuadernos, lápices y libros nuevos, el nerviosismo del primer día de clases, el insomnio un día antes, el tacto cuidado de lo que pronto se convertirá en un desastre.

Y si la música tiene olor, hay canciones que me huelen a esperanza, que me huelen a ti, un poquito a despecho, unas gotitas de fragancia de tristeza, pero mucha libertad. Hay canciones que huelen como imagino que huelen las nubes, a aire fresco, a un largo aliento, a vida… no importa que sea pasada. A mi vida.

Y cuando camino mis dos cortos y rutinarios trayectos encuentro, primero, que en medio de tanta podredumbre hay destellos de azúcar bien escondidos que parecen deliciosos;  que ahí, en el centro de Torreón, además de esquinas con reuniones de basura del fin de semana y gente que escupe largo y ruidosamente a milímetros de tus pies, hay aromas que pueden volverte loca, porque aunque nunca he visto el lugar, sé que existe un sitio que me despide y agradece todos los días con lo que imagino es una concha de chocolate con un poder de alcance terrorífico. Mi segunda rutina es más corta, más cuidada, más infantil, y me invita todos los días a dar las gracias por esa inyección de recuerdos, por esos ritmos que palpitan dentro, por la música que mi cuerpo genera y por lo que, para bien o para mal, yo también transpiro.


@Olivareslucia



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