sábado, 12 de septiembre de 2015

Mujeres de postal



Por muchos años la única tarea que desempeñaba una mujer era ser esposa y madre, ese ha sido el principal estereotipo que el movimiento feminista ha querido destruir, desarrollando otro incluso más demandante y exigente, el de la mujer trabajadora y exitosa, madre, deportista, guapa, ocupada de su familia, con conocimientos de nutrición y gastronomía; ese contra estereotipo visible en anuncios y programas de televisión es también una carga pesada.

Lucía Olivares.


Un joven estudiante de periodismo realizaba una entrevista vía telefónica a una investigadora de renombre que vive en la ciudad de México; ella le habló de su profesión, de los estudios recientes que había publicado, de los tres idiomas que domina - además del propio -, de su gusto por las artes que la había llevado a exponer su obra pictórica en una de las salas más importantes de la ciudad y como dato adicional, de su familia.
Sorprendido por la cantidad de actividades de aquella mujer y por la exigencia de las áreas en las que se desempeña, a Mario sólo le restó una pregunta: No entiendo, ¿Cómo le hace?
A lo que ella respondió: Siempre voy despeinada, como en tuppers y tengo ojeras; con una sonrisa en los labios que no se veía, pero se escuchaba.

Luego de esas declaraciones y el impacto que en él generaron, Mario decidió darle otro giro a su reportaje, hablar de las mujeres que trabajan, de su incursión en el ambiente laboral, los retos y el equilibrio entre la casa y la oficina.



Las mujeres que trabajan

En México, la participación económica de las mujeres – mayores de 15 años y con al menos un hijo – es de 44.1%, de las cuales casi el 98% combina el trabajo con el quehacer doméstico, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.
Recientemente, el INEGI junto al Instituto Nacional de las Mujeres elaboraron la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo, la cual arrojó que las mujeres trabajan más que los hombres, dedicando cerca de 92 horas semanales al trabajo del mercado y del hogar.
Cifras de dicho sondeo apuntan que a partir de los 25 años las mujeres dedican más de 20 horas, en promedio a la semana, a las labores del hogar, que desde los doce años se aprenden como un requisito indispensable de la feminidad. No es casualidad que luego de la primera sopa de arroz exitosa algún miembro de la mesa exprese con orgullo la famosa frase: “Ya te puedes casar”; tampoco es casualidad que los niños jueguen con pelotas, carritos y pistolas de agua, mientras las niñas preparan un pastel en su cocinita o arrullan a un bebé en sus brazos.
Por muchos años la única tarea que desempeñaba una mujer era ser esposa y madre, ese ha sido el principal estereotipo que el movimiento feminista ha querido destruir, creando otro incluso más demandante y exigente, el de la mujer trabajadora y exitosa, madre, deportista, guapa, ocupada de su familia, con conocimientos de nutrición y gastronomía; ese contra estereotipo visible en anuncios y programas de televisión es también una carga pesada.



Retos de la mujer trabajadora

El principal reto al que se enfrenta la mujer profesionista es la coordinación entre el trabajo y la familia, sin embargo, esto no le corresponde únicamente a ella, sino también al gobierno y las empresas, que de acuerdo a las modificaciones de la Secretaría del Trabajo, deben ofrecer prestaciones laborales distintas como jornadas de trabajo más reducidas, horarios flexibles y permisos por maternidad, que ronda en las 12 semanas con goce de sueldo.
Otro desafío es incursionar en áreas donde una mujer no es bien recibida, a pesar de la supuesta apertura de la época. Según PageGroup la mayoría de las mujeres trabajadoras se ubican en el área de ventas y las profesiones más comunes del género (que además son las peor pagadas) son psicología, educación y enfermería, es decir, lo que ya se hacía en casa, los conocimientos básicos que un ama de casa pone en práctica con los miembros de su familia.
Los logros profesionales de una mujer, comúnmente se ven mermados por un tema sexista, que no es otra cosa más que un pensamiento medieval traído a la modernidad; ocurre en ambos casos, se critica la escalada laboral de una mujer dando por hecho que fue ayudada por un hombre, así como quien sube de nivel socioeconómico cuando contrae matrimonio. A la mujer - o entre mujeres - le cuesta aceptar que es capaz crecer por sí sola.



Rompiendo estereotipos

Fue hasta 1955 que la mujer mexicana pudo emitir su voto, esto es sin duda un fuerte parámetro para imaginar las limitaciones de género antes de esa fecha. Aquella que deseaba acercarse a la
ciencia o a la literatura, tenía, en cierta parte, que renunciar a su condición de mujer, como es el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, que enamorada renunció al amor, con el afán de poseer un derecho humano: el conocimiento.
No genera extrañeza que Disney, la compañía divulgadora de los mayores referentes sexistas, haya incluido en su cartel de películas a una mujer valiente, aguerrida, ágil y sacrificada que tuvo que disfrazar su cuerpo para mostrar esas características que también son propias del género, pero que por mucho tiempo se anularon: Mulán, la única princesa que ha salvado a su príncipe. Esta leyenda china, surge a partir del poema de Guojian Chen “Balada de Mulán” que precisamente aboga por la igualdad de géneros. Cuando ves una pareja de liebres correr, ¿Quién podrá distinguir entre el macho y la hembra?



¿Y ella dónde?

La situación lejos de mejorar, cada día es más pretenciosa…
La mujer en sociedad debe estar en perfecta armonía con la belleza; son características distintas entre géneros lo que potencian su incursión o relevancia en un grupo, mientras en los hombres la posición económica es el principal factor, además de la “triple f” (feo, fuerte y formal), a la mujer le corresponde la “triple b” (buena, bonita y barata), que entre broma y broma describe a la dama idealizada de todos los tiempos.
Se habla de un descuido físico cuando ya no encuentras esos quince minutos extra para secarte el cabello y coordinar el barniz de las uñas con la ropa, o cuando tienes que cancelar la visita al ginecólogo y llevar a cuestas un problema de fertilidad; cuando intentando ser esa súper mujer de los anuncios de televisión, te quedas en la línea entre lo que “deberías y no deberías ser”.
Detrás de los escritorios de esas mujeres que trabajan por necesidades distintas, detrás de la figura exitosa o la dureza de un trato, hay una historia, donde persiste el miedo a las llamadas de la guardería y donde el horario de salida es en realidad el inicio de una nueva jornada.
Esas mujeres hermosas, que comen sano todos los días, que son directivas de una empresa, que llevan los tacones sin cansancio y el pelo perfectamente acomodado, no existen, como dijo Alma Delia Murillo, autora de “Las noches habitadas” durante la presentación de su libro en Torreón, y si existieran, eso sería una pesadilla.



A Mario se le fue el tiempo documentándose sobre su tema en un café internet a varias cuadras de su casa, salió cuestionándose cómo luciría su entrevistada más allá de la foto de estudio que aparece en internet cuando tecleas su nombre, cómo serían sus hijos, cómo sería su vida…

El joven regresó a casa pasadas las once de la noche; su mamá lo esperaba en la cocina, con el plato servido junto a una jarra de agua fresca. Mario se detuvo a mirarla con una sonrisa, despeinada, comiendo en un tupper y con ojeras.

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