domingo, 1 de febrero de 2015

Gritos al aire

¡A Vivir! - Grité en el coche de una amiga días después de ver el monólogo de Odin Dupeyron, tenía 19 años, era la primera vez que viajaba sola - en realidad ha sido la única vez que he viajado sola - y luego de mi grito animado, creyente y vivo, al que la conductora respondió con un indiferente silencio, pensé lo estúpida que puedo verme gritando lo que siento. Ya estaba un poco acostumbrada, lo había hecho también en la universidad recargada del balcón y gritando con todas mis fuerzas ¡Te amo!, probablemente en ese momento también le hablaba a la vida o tenía una necesidad imperiosa de decirlo aunque sea al aire, y el aire sí me lo agradecería.

Hace casi cinco años, en el Teatro Ofelia, me sentí revolcada por mis emociones; seguro atravesaba alguna crisis de juventud, de esas que se tienen cada año los 365 días.
A los diecinueve años uno ya siente que sufre, aun sea porque el viento no respondió con un “Yo también” cuando le declaraste su amor, porque no obtuviste un 10 en el examen, o porque tu amor platónico te dejó plantada, sin embargo sientes que sufres y también se vale entristecerte por tonterías. En el Ofelia escuché que la vida es precisamente eso, sentir, y que nadie va por el mundo sintiendo sólo cosas bonitas, que cuando estés desesperada, triste, molesta, hambrienta, cansada o te sientes terriblemente mal, puedes darte el lujo de gritar ¡Estoy vivo!


Me siento viva aunque haya tenido que reemplazar el café con chocolate por un termo con agua y puñitos de sal, aunque sienta mi libertad coartada por las obligaciones y mis horarios de comida, aunque sienta que corro en lugar de caminar, y no por dar pasos agigantados sino porque vivo en lucha constante con el tiempo y siempre me gana, aunque haya llegado a la temible etapa de sentirme una mujer con compromisos y deba que involucrarme en pláticas de dietas, labores domésticas o tratamientos capilares, ¡Qué flojera, Madame Olivares!. Me siento viva aunque tenga que tomar una pastillita para que no me lata tan fuerte el corazón, pobrecillo siempre ha sido un acelerado. Me siento viva aunque quisiera ver mi trabajo materializado en la enormidad y lo que obtengo son ojos cansados o un tweet al final del día que me hace sentir pavorreal. Me siento viva cuando me equivoco y siento como el calor recorre mi cuerpo señalándome las múltiples exposiciones a la tontería que tenemos.

Me siento viva cuando me pongo loca, para mí la cordura es la manera más sana de morir.  

Ese día, después de sentirme rechazada por mi amiga a mi invitación de vivir, pasamos por un jardín del fraccionamiento donde vive y le pedí que bajáramos a “explorar el bosque” (literalmente así fue). Me sentía en una misión secreta observando y fotografiando todo y trepando los árboles, tocando las plantas. Al final me subí una piedra a gritar ¡A VIVIR! … No me contestó nadie, pero esa vez me valió madre ¡A vivir, pazguatos!




Lucía Olivares.

@Olivareslucia

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