¡A Vivir! - Grité en el coche de
una amiga días después de ver el monólogo de Odin Dupeyron, tenía 19 años, era
la primera vez que viajaba sola - en realidad ha sido la única vez que he
viajado sola - y luego de mi grito animado, creyente y vivo, al que la conductora
respondió con un indiferente silencio, pensé lo estúpida que puedo verme
gritando lo que siento. Ya estaba un poco acostumbrada, lo había hecho también
en la universidad recargada del balcón y gritando con todas mis fuerzas ¡Te
amo!, probablemente en ese momento también le hablaba a la vida o tenía una
necesidad imperiosa de decirlo aunque sea al aire, y el aire sí me lo
agradecería.
Hace casi cinco años, en el
Teatro Ofelia, me sentí revolcada por mis emociones; seguro atravesaba alguna
crisis de juventud, de esas que se tienen cada año los 365 días.
A los diecinueve años uno ya siente que sufre, aun sea porque el viento no respondió con un “Yo también” cuando le declaraste su amor, porque no obtuviste un 10 en el examen, o porque tu amor platónico te dejó plantada, sin embargo sientes que sufres y también se vale entristecerte por tonterías. En el Ofelia escuché que la vida es precisamente eso, sentir, y que nadie va por el mundo sintiendo sólo cosas bonitas, que cuando estés desesperada, triste, molesta, hambrienta, cansada o te sientes terriblemente mal, puedes darte el lujo de gritar ¡Estoy vivo!
A los diecinueve años uno ya siente que sufre, aun sea porque el viento no respondió con un “Yo también” cuando le declaraste su amor, porque no obtuviste un 10 en el examen, o porque tu amor platónico te dejó plantada, sin embargo sientes que sufres y también se vale entristecerte por tonterías. En el Ofelia escuché que la vida es precisamente eso, sentir, y que nadie va por el mundo sintiendo sólo cosas bonitas, que cuando estés desesperada, triste, molesta, hambrienta, cansada o te sientes terriblemente mal, puedes darte el lujo de gritar ¡Estoy vivo!
Me siento viva aunque haya tenido
que reemplazar el café con chocolate por un termo con agua y puñitos de sal,
aunque sienta mi libertad coartada por las obligaciones y mis horarios de
comida, aunque sienta que corro en lugar de caminar, y no por dar pasos
agigantados sino porque vivo en lucha constante con el tiempo y siempre me
gana, aunque haya llegado a la temible etapa de sentirme una mujer con
compromisos y deba que involucrarme en pláticas de dietas, labores domésticas o
tratamientos capilares, ¡Qué flojera, Madame Olivares!. Me siento viva aunque
tenga que tomar una pastillita para que no me lata tan fuerte el corazón,
pobrecillo siempre ha sido un acelerado. Me siento viva aunque quisiera ver mi
trabajo materializado en la enormidad y lo que obtengo son ojos cansados o un
tweet al final del día que me hace sentir pavorreal. Me siento viva cuando me
equivoco y siento como el calor recorre mi cuerpo señalándome las múltiples
exposiciones a la tontería que tenemos.
Me siento viva cuando me pongo
loca, para mí la cordura es la manera más sana de morir.
Ese día, después de sentirme
rechazada por mi amiga a mi invitación de vivir, pasamos por un jardín del
fraccionamiento donde vive y le pedí que bajáramos a “explorar el bosque”
(literalmente así fue). Me sentía en una misión secreta observando y fotografiando
todo y trepando los árboles, tocando las plantas. Al final me subí una piedra a
gritar ¡A VIVIR! … No me contestó nadie, pero esa vez me valió madre ¡A vivir, pazguatos!
Lucía Olivares.
@Olivareslucia
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