El coche se paró repentinamente
en la calle Bugambilias; Jimmy, el mejor amigo de Sofía hizo un par de llamadas
insistentes, había esperado más de diez minutos y en una de sus inspecciones
indiscretas Sofía se topó con el hombre que a partir de ese momento no tendría
un “pero” en sus descripciones… se llamaba Carlos y era guapísimo.
Cuando Carlos abrió la puerta,
Roger bajó de inmediato para cambiarle el lugar; Sofía confirmó que lo había
asustado con sus ideologías izquierdistas, el amor por la literatura, expectativas de vida un poco subidas de tono,
y lo más importante… que nunca había tenido novio; pero eso ahora carecía de
relevancia. Carlos miró a Sofía con los labios entreabiertos, hizo un par de
preguntas que luego él respondería con arrogancia y una sonrisa coqueta
enmarcada por una barba obscura y delineada.
Llegaron los cinco al cine: una
pareja feliz; Roger, un hombre guapo pero tímido; Carlos un hombre guapo,
presumido, inteligente, etc, etc, etc y Sofía, una mujer que quería amar, pero
desconocía los riesgos del amor.
Por desgracia para Roger, le tocó
cuidar los lugares en la sala junto a Sofía mientras los demás compraban
palomitas y refrescos en la dulcería; ella disfrutaba verlo asustado junto a
ella, ver sus ojos pidiendo auxilio mientras le explicaba la historia de una de
sus pinturas favoritas “El Grito” de Munch; su cara era justo una réplica de
esa obra de arte. Sofía moría de risa, una risa ahogada, sorda y al mismo
tiempo asfixiante, como la asfixia que sintió al ver a Carlos frente a Tania y
Jimmy subir por el pasillo hacia ellos y arrebatarle nueva y asertivamente el
lugar a Roger para quedar a lado izquierdo de Sofía. La película era de terror;
no se abrazaron, ni se tomaron de la mano, él le tapaba los ojos y ella lo
volvía a hacer para asegurarse de que ninguna imagen terrorífica se colara a su
cabeza.
Eso, hasta el momento, era lo más romántico que Sofía había vivido.
Eso, hasta el momento, era lo más romántico que Sofía había vivido.
Capítulo 01:
Sofía tenía 24 años, una
licenciatura en Letras y un diplomado en Historia del Arte. Todos los días se
despertaba a las seis de la mañana para hablar con su editor vía Skype;
trabajaba en un libro del que nadie conocía la trama; tenía gafete de prensa y
se colaba a todos los eventos culturales de la ciudad; cuando quería deshacerse
de algún pretendiente encajoso siempre utiliza la frase: “Tengo dos gafetes…
podrás acompañarme al teatro todos los fines de semana, ¡sería increíble!” Bastaban
14 palabras para no volverlos a ver, le decían “La Maga” desaparecía a todo
aquel que se le acercara.
No buscaba nada en específico, no
quería un Adonis, tampoco a un Pitágoras, simplemente deseaba sentirse frente a
una obra de arte; ella quería alguien que la emocionara tanto como un recital
de piano, como una novela histórica, como un poema feminista o como la muerte
del Cisne.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia
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