Nos gusta hacer historias…
Todos tenemos
un poco de imaginación, un poco de malicia, un poco envidia, algunos vacíos y
un poco de mierda embarrada por dentro… justo dónde nadie ve.
Nos gusta ocuparnos del resto
cuando nos damos por vencidos con nosotros mismos; volteamos a ver a la
solterona empedernida, a la niña de diecinueve años que espera un hijo, al
compañero que no ha salido del clóset, al trabajador compulsivo, al intenso que
pasa horas en el gimnasio, a la niña que satura tus redes sociales con
fotografías banales, a tu amiga que luce más débil que un palillo de dientes y
a la otra más maciza que un roble. Nos sorprendemos también de quien compra una
camioneta de un día para otro, pero luego nos burlamos de quien maneja una
carcacha; motivamos a quien está constantemente deprimido y nos en jaqueca el
vecino que lleva la risa colgada en la cabeza. Nos sorprende que la gente se case antes de
los 25, pero también que lo hagan después de ese rango de edad. Nos asombra que
nuestros amigos tomen mucho y nos asombra aún más que no lo hagan. Enfurecemos si
servidores públicos roban del erario, si tiene fiestas son sexoservidoras, si
tienen un departamento en Miami, pero quisiéramos un amigo como ellos.
En este mundo radical, o eres
holgazán o eres un idiota (porque así se les dice a quienes trabajan mucho),
perdón, olvidaba la tercera opción “el cerdo capitalista”. La sociedad, cada
vez más exigente, no reconoce ni al ama de casa, ni a la mujer trabajadora; a
una la tacha de cómoda y a otra de desobligada.
En este lugar tan competitivo ya no se sabe qué es mejor, ser la gordita
feliz pero criticada o ser la flaquita linda… pero señalada. En este negocio de
la vida, o eres ladrón, o eres chalán, o eres arribista. Ya no creemos en las
buenas intenciones, ya no creemos en las buenas… en los buenos… en nada.
Tal vez aún no nos hemos dado
cuenta de que vivir para el otro, aunque sea de manera inconsciente, nos
arrebata la conciencia de nosotros mismos. En este momento donde todo es información de
todos y donde podemos expresar y manifestar nuestras opiniones sobre cualquier
situación y sobre cualquier persona, nos sitúa en un papel tan absurdo, y lo
peor de todo es que nos creemos muy humanos al tuitear una condolencia sobre
una persona que disfrutamos por televisión… un actor, como todos nosotros, unos
farsantes disfrazados de vidas perfectas y armoniosas. Por supuesto que formo parte de ese grupo de
consumidores de información digital y me deja inquieta y terriblemente
sorprendida que la gente forme una “O” con sus labios cuestionándose cómo una
persona que hizo reír “al mundo entero” se haya quitado la vida por depresión… ¿no nos hemos dado cuenta de que somos material para eso día con día?.
El mundo te dice que te ama
cuando mueres, pero, ¿Quién lo hace mientras vives?
El mundo te dice que te ama cuando mueres porque
nunca te ha amado y porque obviamente no te amará. Aplaudimos cuando la obra no
se presenta desde hace diez años, compramos los discos de éxitos como homenaje
al cantante que falleció el año pasado, leemos frases de los escritores en boga
sólo mientras están en coma; ¿sensibilizarse también está de moda?
Dicen, que a los amigos se les conoce “en las malas”,
yo seguiré insistiendo que esto no es verdad. A los amigos se les conoce cuando
tú estás volando y ellos no pinchan el globo para que caigas; amigo es quien aplaude
durante la función. Se es amigo cuando puedes voltear hacia arriba sin
resentimientos… se es amigo en vida, no cuando estás desfalleciendo.
El mundo te dice que te ama
cuando mueres… queramos en vida.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia