domingo, 9 de septiembre de 2012

Serenata


               La obscuridad de la noche invadió mi habitación, me recosté más por indicación que por cansancio y mis párpados decidieron no pelear más con la diminuta lucecita del celular. Acostada con la cara hacia el librero... como siempre; la última imagen era el rostro blanco pegamento de la geisha que desequilibra mi colección de hadas. Hasta mañana.

Comencé a escuchar algo, música, como un piano, un violín, un piano y un violín, que sueño tan apropiado, ahora podría dibujarse la historia y verme correr por un campo inmenso mientras observo un caballo negro y de él bajara él, ya quería ver mi cabello perfectamente acomodado al viento creando figuras aleatorias y permitiendo a la naturaleza verme los calzones… pero no vi nada y la música continuaba. Abrí los ojos, sentía que de un momento a otro los libros saldrían a bailar y vería volar por primera vez a mis haditas, pero tampoco eso ocurrió. Una vos acompañaba el violín y sentí miedo, me enderecé y vi una rosa abierta flotando al pie de mi cama, la causante de la música, del piano y el violín. Desapareció y el negro volvió a invadir la habitación.

¿Una rosa? ¿No sería más fácil que un coche se estacionara frente a mi ventana y pusiera su canción favorita hasta que el volumen diera 361 grados, luego de gritar una que otra tontería y después retirarse cual valiente caballero? O incluso traer a tres regordetes a entonar un par de canciones con significación extraña para la época y después de un agradecimiento más formal escuchar la reja estrellarse por su partida; si el entusiasmo fuera mayor podría imaginar una orquesta y la curiosidad de los vecinos asomarse por el espacio de las cortinas... pero no; esta noche ha venido una rosa con un piano y un violín, no sé quien la haya enviado, ni lo quiero descubrir.
 
Lucía Olivares
 @Olivareslucia

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