Y que una
princesa debía ser perfecta, ¿Qué es perfecto? se preguntó, ¿Cómo debe ser una
princesa? ser princesa ¡es sencillo! Una mirada dulce, una sonrisa grande, muy
grande; el cuerpo erguido y las manos finas, una figura moldeada al ballet, las
palabras adecuadas, no más, no menos, inteligencia moderada, no ignorante,
tampoco liberal, cortés, jamás servil, noble, merecedora, educada e inútil. Y sí,
a la princesa le resultó fácil serlo, aprendió a ser, así como todos, así como aprendemos a hacer ridículas diferencias entre sexos
sólo porque alguien, que tal vez ahora ni siquiera recordamos, nos dijo que así
debía ser, así como nos dijeron que la noche es para dormir, que el cabello hay
que cortarlo con regularidad, que las mujeres deben cerrar las piernas al
sentarse, que cuando veas a alguien por la calle debes decir ‘buenas tardes’,
que a cierta edad debes formar una familia,
que debes destinar horarios para alimentarte, que no puedes golpear a
una mujer… pero a un hombre sí, que no debes mostrar tu disgusto frente a la
persona… pero puedes hacerlo cuando no estés con ella; pues de la misma manera
esta mujer se convirtió en princesa.
Un día, una de sus amigas le preguntó por
su corona, porque una verdadera princesa, según la televisión y los cuentos
debe portar una corona, “se me perdió” respondió rápidamente, “se perdió cuando
nací, alguien muy malo me la robó”… y las niñas se quedaron tranquilas, era
claro que tenían una gran amiga y eso las llenaba de orgullo.
Pasaron los
años, la niña se convirtió en mujer, una mujer socialmente aceptable, alimentada
por todos los tabúes que la burguesía pudo recoger, siguió al pie de la letra las normas de su existencia.
Un día, transitaba por la calle mientras
intentaba esconderse de la lluvia caminando al ras de las paredes,
cuidando la cabellera del temible frizz, protegiendo sus pies de la humedad y
sobre todo del frío que podía quemarle la piel; se encontró con dos niñas que
pedían limosna fuera de una tienda de golosinas, ambas compartían una corona en
la cabeza; la princesa las miraba estupefacta, su cabello y ropa empapada,
sentadas sin ningún tipo de línea, las manos talladas, palabras que brotaban sin
sentido de un par de labios secos, serviles para conseguir lo que necesitaban,
liberales por el tacto de la calle, no educadas pero útiles.
La princesa su puso
a llorar al ver esto, seguramente se dio cuenta que estuvo equivocada todo el
tiempo, que no era una princesa, simplemente era una mujer, una mujer guiada,
una mujer que pudo aprender y tener mucho, pero finalmente era un ser que
experimenta al igual que todos. Quienes la veían desde lejos sintieron un gran
alivio al pensar que por fin la princesa comprendería la situación y vería el
mundo desde otra perspectiva. Caminó hacia las niñas y con la voz entrecortada
les pidió que le devolvieran su corona, “mi gentiliza permite perdonarlas, pero
han robado mi corona y les ruego me la entreguen”; las niñas le pidieron dulces
a cambio de esa tiara de tres pesos y la princesa con la corona en alto
continuó caminando al ras de las paredes.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia
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