domingo, 8 de julio de 2012

La voz.


En un lugar apartado del ruido, edificios, aparatos electrónicos y de la contaminación, vivía un joven muy poderoso, su nombre era Hugo, el príncipe Hugo. Era dueño prácticamente de todos los bosques de su país, no le gustaba la política así que dejaba que el presidente, elegido por mayoría, se encargara de los asuntos de la nación; a Hugo únicamente le gustaba cabalgar mañana y tarde, esperando como buen príncipe que algún día una bella doncella se apareciera en su camino, indefensa, hermosa, torpe y dulce al mismo tiempo, se asombrara por su majestuosa posición y lo siguiera hasta convertirse en su esposa; así que todos los días en punto de los ocho de la mañana Hugo salía del palacio con Homero (su caballo) y al no encontrar nada descansaba un rato para regresar al bosque luego de las cuatro de la tarde… todos los días.

Cuando Hugo volvía a casa, entraba a su recámara y antes de dormir se miraba en el espejo; su belleza era admirable, sus cejas eran los sombreros más elegantes para aquellos ojos tan apuestos, negros y profundos como sus frustraciones, su nariz era un juego simétrico, la escuadra de noventa grados con más vida que un jazmín, sus labios eran la representación de la duda y el deseo, y sus manos duras simulando la respiración de la fuerza y el pudor. Pero Hugo no entendía porque no podía encontrar el amor, estaba solo y con mucha riqueza por compartir; no hablaba con nadie, con Homero únicamente, él era quien conocía el mayor de sus atributos… su voz.

Una mañana cualquiera, Hugo despertó, tomó un ácido jugo de toronja y montó a Homero, comenzaron el paseo como todos los días y al querer dar unas indicaciones se dio cuenta de que no podía hablar, ¡No le salían las palabras! Homero hizo un gesto de protección e intentó seguir el camino de siempre, pero de un momento a otro comenzaron a escuchar estruendos, el pasto se convirtió en cemento y los árboles en edificios… habían llegado a la ciudad. Hugo estaba sorprendido al ver tantas luces, tantas mujeres por las calles, ruido, coches, todo le parecía extraño, quería regresar a casa pero no tenía manera de decírselo a su caballo, así que Homero anduvo por un largo rato siguiendo un terrible sonido hasta llegar a una zona muy obscura donde se encontraban  las vías del tren, se detuvieron a mirarlo hasta que se convirtiera en la casa de dos pequeñas hormigas; Homero dio media vuelta y escuchó la voz de su amo… Hugo también la escuchó.

¡Era ella!, era la voz de Hugo, pero el sonido no salía de sus labios.

Homero comenzó a caminar buscando el origen de aquello que se convertía en melodía, se detuvo junto a un túnel y escuchó palabras cubiertas en terciopelo, la gravedad del te odio diciendo te amo, la fuerza de un relámpago acariciando el rostro, la profundidad del pensamiento callado y la inquietud mezclada en melancolía.  El eco de su voz maximizaba el sentimiento, envolvía en una sábana de seda color lila, incluso lo más pesado parecía frágil  y lo diminuto se volvía entero.

De repente, toda aquella zona obscura estaba cubierta de gente, entre suspiros y rostros atentos se encontraban Hugo y Homero, viendo como algunos decidían sentarse a escuchar aquellas palabras dulces aderezadas con sal que transportaban a una dimensión mágica y pasional.

Y por si fuera poco… hace días que no te veo.

Susurrando en tu silencio, acariciándote en la ausencia.

Y por si fuera poco… hace días que no me miras,

Recordando en lejanía, adornándome sin vida.


Hugo estaba tremendamente confundido, cómo era posible que su voz surgiera de otro lugar, que las mujeres estuvieran atentas a algo que no ven, a un hueco fundido en negro de quien no conocen apariencia. Luego de algunos minutos la voz concluyó y la muchedumbre se levantaba con pesadez, algunas incluso cubiertas en lágrimas, suspirando, lamentando que el recital terminara.  Hugo y Homero esperaron a que todos partieran; la obscuridad era total y luego de un par de minutos se hizo presente una queja seguida de un bostezo gigante, un hombre salía de aquel hoyo negro mientras estiraba sus brazos, sólo pudieron verle por detrás, era fuerte.

El hombre atravesó las vías del tren y lanzó una carcajada ensordecedora dejando una estela que parecía ahorcar a Hugo y a su acompañante, luego de esto sintieron de nuevo el silencio y Homero decidió buscar el camino a casa. Anduvieron hasta que el cemento se convirtiera en pasto y los edificios en árboles.


A Hugo le robaron la voz, le fue arrancaba sigilosamente por un hombre del que no se conoce rostro, un hombre que se oculta en la obscuridad, un hombre misterioso que eriza la piel de quien lo escucha, un hombre que hace eco con su risa, un hombre que habla y calla…cuando debe callar.  

Hugo nunca encontró a su doncella; siguió esperándola en el mismo bosque, en el mismo camino y aquella majestuosa voz siguió enamorando multitudes desde la obscuridad de un túnel.
A esa voz le faltaba un rostro como el de Hugo y a Hugo le faltaba la pasión de su voz.

@Olivareslucia
Lucía Olivares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario