Voy a defender siempre lo que
soy, aunque lo único que me quede sea lo que soy.
Despertar a las ocho de la mañana
en domingo y querer iniciar cuando todos están dormidos. Pedir un vaso de agua
con dos hielos, dos hielos nada más… no es una indicación necia, es mi
exactitud. No optar por el silencio cuando el silencio es mi mejor opción. Decir
no a lo que otro cuerpo pide, porque en mi cabeza mando yo. Cuestionar con la
mirada las mentiras que alguien dice aun sabiendo que conozco la verdad. Decir
no tomo, no fumo, esperando un gesto desaprobatorio o una mueca de sorpresa
como máximo halago escapatorio. Creer en la energía de los objetos guardados. Limpiar
con servilletas las grasas que me han dado. Decir con firmeza “no quiero” aunque se me
echen encima. Vivir con congruencia si es que quiero vivir con dignidad.
La dignidad es lo último que se va cuando la Esperanza se queda, lo
aprendí de mi abuela y lo aprendí bien; aunque a veces (casi siempre) no
entienda al mundo y el absurdo entendimiento social me aterre y me cuestione y
lo cuestione… y nos reunamos y peleemos… y
lo repudie y me repudie.
Si la base de este mundo fuera el
amor, ¿entonces por qué gastamos tanto tiempo y energía en llenar expectativas?
Al menos yo no amo a nadie por ser bello, inteligente, carismático, fuerte,
elegante, ni sano; por el contrario, amo a quienes conozco todos sus
defectos. ¿Entonces por qué? ¿Por qué
nos aferramos en vernos bien, en ganar mucho dinero, en tener el comentario
preciso, en una cabeza brillante que nadie remunera, en gozar de músculos
prominentes que jamás usarás, en vestir bien o en medir tus carbohidratos?
Seguramente lo hacemos para un imbécil que
nunca estará de acuerdo con lo que hay en ti.
Despertar a las seis de la mañana
en viernes, bañarte, hacer un desayuno rápido y llevar a los niños al colegio.
Llegar con ojeras y el pelo revuelto al trabajo. Cambiarte los lentes dos veces
por la luz de la computadora. Resolver pendientes. Ir por los niños al colegio.
Dejarlos con mamá. Regresar al trabajo preocupada porque uno de ellos tiene
fiebre. Ir a la farmacia y que se te regrese la tarjeta. Una llamada de tu jefe
te ordena que regreses a la oficina. ¿Y el papá? … no hay.
O decidir no tener hijos por temor
a que tu cuerpo se altere, por miedo a las estrías y a la flacidez, y luego preguntarte ¿Por qué tiene que ser
así? ¡Los hombres se ven bien con panza, yo no!
Las exigencias, los parámetros,
las medidas las hemos puesto nosotras para nosotras, permitiendo absurdamente
en el hombre lo que para la mujer es
penado, pena…doy. Pena damos procurando un cuerpo escultural, una
depilación perfecta y una sonrisa
exhausta por dedicarle tanta vida a lo que se ve y no se vive.
Salirse un poco de la línea es
complicado, llegar sin embonar es incómodo; pero a pesar de todo estoy aquí
parada enfrentando dignamente las consecuencias de lo que soy y lo que seré.
A vivir con congruencia porque
quien no se es fiel a sí mismo… no es.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia