sábado, 31 de mayo de 2014

JUSTA - JUSTA

No creo en los errores. Alguien me dijo hace poco “yo no me equivoco, yo aprendo”… y lo aprendí. Minutos después de compartir mi entrada anterior, recibí un  mensaje de mi mamá, una de las personas más críticas que he conocido (y que espero conocer). El mensaje decía: 

Te equivocaste, escribiste dos veces justa en lugar de gusta.

“Me traicionaría el inconsciente”, pensé. A veces cometemos errores impensables, tan tontos, tan inexplicablemente estúpidos, que a mí, en mis locos, exhaustivos e inútiles esfuerzos por encontrar la perfección, me pesan más que la vejez a Dorian Gray; me autodestruyo, me hago pedacitos, luego polvo y me espolvoreo, después llegan mis papás y me reconstruyen con un soplo, un gran soplo; entonces puedo decir que aprendo mucho, muchísimo.

El tema era la justicia y está de más decir que no existe y ojalá que nunca exista para seguirla buscando.

Buscamos la justicia porque nos gusta repartir, porque la justicia es relativa como todo lo que según nosotros debe ser equitativo: el amor, el dinero, la belleza, el intelecto, la sonrisa, los afectos.
Es cierto que la justicia no existe, que puedes trabajar sin descanso y ganarás diez veces menos que el que checa y se va, que puedes juntar dinero durante un año para comprar un coche y alguien se lo lleva así nada más, que puedes hacer ejercicio todos los días y de repente contraer una terrible enfermedad, que puedes dedicar tu vida a una persona y ella sin decir adiós se irá, que puede aparecer un espantoso grano en tu cara cuando tienes un evento especial.  

Hay que seguir renegando de nuestro estado humano, hay que seguir buscando la perfección, la justicia, la inclusión, la sabiduría, la libertad, la paz, aunque no la encontremos… hay que seguirla buscando.
Cuando el hombre llama justicia a la cárcel, a la tortura, a la muerte, a mí me queda una pregunta atorada en el pecho, ¿Para qué la quieres?, cuando la justicia llega cargada de rencor se me hace un nudo entre la cabeza y el corazón que me dicen ¿Para qué sirve?, pero el ser humano es tan complejo, tan maravilloso y tan constante que afortunadamente y aunque no queramos… seguimos buscando y seguimos aprendiendo.



Lucía Olivares.

@Olivareslucia

lunes, 26 de mayo de 2014

Al parecer todo nos gusta…

Desde el comentario más alentador, los buenos días de un tío, el meme más cruel o mejor dicho el bullying en su expresión gráfica, la fotografía de una amiga que luce más bonita que tú, la fotografía de una amiga que simplemente no debería existir, la niña que piensa que manifestar sus decepciones amorosas la hace interesante y popular, el niño que presume su borrachera de fin de semana y luego la cruda del mismo fin de semana, las frases de libros que alguien pegó en una postal, los videos de caídas o accidentes terribles, las fotografías familiares y de nuevo las palabras de despecho que no caben en una red social, comentarios excluyentes que pueden gustarte al mismo tiempo que una frase de la madre Teresa de Calcuta.

¿Qué nos gusta? ¿Dar clic? Tal parece que tenemos una necesidad de aprobación, de colectividad llevaba al vacío. No podemos olvidar que el “Like” también es un compromiso social, que un like puede generar un vínculo amistoso, que un like puede significar un: aquí estoy. En el mejor de los casos es admiración, unión, respaldo.

Y sí, al parecer nos gusta que existan parejas nuevas y también que se desmoronen, nos gusta que nuestros amigos tengan moretones o que les regalen un coche, nos gusta saber que alguien se quedó en casa porque está enfermo o que trabaja arduamente toda la mañana; nos gustan las fotografías de viajes y también las del perro acostado en su cama; nos gusta ver lo que los otros comen, nos gustan las publicaciones de “comida balanceada”; nos gusta ver cuántas botellas se acaban nuestros amigos, nos gusta ver cómo festejan a sus mamás los domingos; nos gustan las notas de accidentes automovilísticos, nos gusta que las niñas lloren porque no las quieren ni como amigos, nos gusta que la gente se asuste por detonaciones en la noche, nos gusta que sea de día o que sea de noche.


 Al parecer todo nos gusta…

Lucía Olivares.

@Olivareslucia

sábado, 10 de mayo de 2014

A mamá


            A veces se me olvida por qué, a veces tengo tanta prisa, me levanto veinte minutos después de la hora, pienso que las probabilidades de llegar tarde al trabajo son mayores y así comienza el día, con  premura, sin conciencia de por qué, de por qué vivo lo que vivo, por qué camino lo que camino, de por qué sonrío, por qué me enojo, por qué tanta impaciencia.

Me acostumbro también a tenerte, mamá, a saber que estarás ahí cuando regrese a casa, a saber que no haré más que dejar la bolsa y sentarme a comer, sé que estás a unos pasos, que tengo tus hombros para ponerme a llorar, que puedo perder las llaves todo la vida y siempre me abrirás incluso antes de que toque la puerta, sé que no necesito decir nada para que sepas lo que ocurre,  como también sé que nunca podré terminar de contarte algo sin tus múltiples interrupciones,  sé que tengo a la mejor compañera de café, que alguien me escucha mientras cocina, que tengo un monitor constante, que cuando me equivoque la primera en detectarlo serás tú y me lo dirás con crueldad, eres mi termómetro, después de tu crítica puedo soportar cualquier otra.

Me disfrazaste de todo y aprendí a ser princesa, bailarina, trapecista, bruja, duende, niña de la calle, muñeca, y  me lo tomé muy en serio… recurro a esos personajes de vez en cuando y así como cuando era una niña, me quitas el disfraz y me vistes de realidad.

Y sí, mamá, a veces se me olvida que no soy sola, que soy tres, o cuatro, o cinco, o seis; a veces prefiero que me vistas de niña y con moños otra vez, pero también me enseñaste a ponerme tacones, a caminar segura, a sonreír primero y dudar después.  
Lucía Olivares
@Olivareslucia