Sólo podía ver dos zapatos plateados por debajo de la
puerta; me inquietaba que fueran de
distinto modelo, luego noté que uno era más pequeño que el otro, ¿y el señor? ¿Dónde
están sus mocasines cafés?
Abrir esa puerta fue encontrarme con una de las escenas más
anheladas. La nieta, la hija, el abuelo. ¡Bendita unión!
Le dije: “Buenos días, soy Lucía Olivares” y le ofrecí mi
mano, misma que él tomó como palanca para levantarse y pronunciar su
nombre. Su rostro justo frente al mío,
el cabello completamente blanco, su piel
con esas pecas que aparecen por la edad. Por un momento imaginé que podría
decirme “siéntate, te leeré un cuento”, evidentemente no fue así. Regresé a la
realidad de inmediato y ahí seguíamos, en un acto protocolario.
-
¿Cómo dijiste que te llamas? me
preguntó.- Lucía. respondí.
- Hasta el nombre tienes bonito. eso dijo mientras sonreía y en cambio yo las lágrimas trataba de evitar.
- Gracias.
Gracias es la única palabra que encontramos en casos como
estos. Decimos gracias cuando sentimos pena, cuando estamos nerviosos, cuando
no tenemos nada qué decir, cuando nos enojamos, decimos gracias cuando nos
consuelan. Gracias, gracias, ¡Muchas gracias!
Regresé a la oficina y ya quería sentir esa paz de nuevo. “¡Es
el abuelito ideal!” decíamos todos.
Diez minutos después estaba afuera otra vez. Me decía que
estaba muy nervioso por la presentación de su libro “La niña que perdió su
sonrisa”, también me dijo que estaba sorprendido con el trato que todos le han
dado, que estaba muy agradecido. Así nos pasa, nos sorprendemos con las
atenciones, tal vez la normalidad está
más cerca de lo hostil que de las buenas costumbres y sobre todo… las buenas
intenciones, ¡digo! por algo la gente pierde su sonrisa, ¿no?.
El señor entró a la entrevista, sólo pude escuchar la parte
final cuando decía que él era un hombre muy feliz, con una familia hermosa, muy
buenos vecinos y grandes amigos, ¡Qué más!
¡Uff! Si nos preguntaran qué más…
Abrí la puerta por última vez; la niña y la señora se
levantaron de inmediato, pasaron su brazo sobre sus hombros y se fueron
diciendo gracias a destiempo y en diferentes tonos, como si fuera una canción.
Esa escena me robó una sonrisa y luego pensé en comprarle unos zapatos
plateados a mamá.
Lucía Olivares
@Olivareslucia
No hay comentarios:
Publicar un comentario