El amor que
se deshace con el tiempo, como la nieve bajo el Sol, como se desgasta la
pintura de tu coche, como la piel, como tus dientes. El desenfreno que se
estabiliza, que pierde la ilusión; los sueños perseguidos, la lucha y la ambición.
Nos ata la
seguridad, el compromiso, la corrección, dejamos los amores nuevos, pues el
camino a casa está ya trazado, el tiempo medido, la distancia controlada.
Tenemos un tenedor especial, un lugar en el desayunador, la costumbre de los
espacios que hay que compartir y tal vez exista algo más interesante, más
provocador, más grande, ¡Especial!, pero no, no podemos arriesgar lo construido
con los años, no podemos olvidar el pasado, ni pretender que el futuro nos
pertenece.
Nos despiertan los
sueños. Soñar todos los días, actuar cada momento por acercarte a un deseo,
planear, redactar metas y seguirlas al
pie de la letra, ¿Por qué no funciona?, ¿Qué estoy haciendo mal? ¡Maldita sea!
¡Qué estoy haciendo mal!
Lo gritaste.
Aquel gritó la desdicha de su matrimonio y sigue atado, la pintora, gritó su
próximo éxito y no lo ha conseguido. Él ama incondicionalmente a otra mujer;
ella, posee un talento espectacular y nadie lo ve, ¿Están todos mal? ¿Necesita
una vida trágica como Frida? ¿Tendrá que dejar de ser Lola?
Ellos intentaron. Vivir un amor mágico que se rompería cuando
los detalles mínimos se apoderaran de los máximos. Seguir sus convicciones,
emocionarse al pintar un paraíso y luego tener que reemplazarlo por las sandías
que pedía su cliente. ¡Maldita sea! ¡Qué estoy haciendo mal!
¿De quién es
el futuro, entonces?
El futuro no
será de nadie, de Oscar de la Borbolla.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia
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