martes, 28 de mayo de 2013

Dice que me quiere…


Todas las mañanas me lo dice, voltea a verme mientras juega con una pluma, la detiene en su labio, y luego, luego dice que me quiere.

Dice que me quiere…

De vez en cuando lo menciona en un mensaje de texto a altas horas de la noche, con un par de letras de más, como si sus dedos se deslizaran sin control sobre las teclas, algo alejado de la formalidad y el romanticismo, pero eso sí, de vez en cuando dice que me quiere.

Dice que me quiere…

Cuando todos se han quedado callados, él toma la última frase y la convierte en canción, alcanza las notas más altas y después de una sonrisa tímida, me mira y entonces, dice que me quiere; otras veces me abraza de lado como grandes amigos, y sí, también me lo dice.

Dice que me quiere…

En cada oportunidad, él dice que me quiere, lo escribe en una nota para que el resto no comprenda, con el peor y más vago de sus recursos, pero,  siempre, siempre dice que me quiere.

Dice que me quiere…

Cuando me recuerda por una fotografía, la observa y luego escribe que me quiere, en ocasiones, lo reduce a dos o tres letras, pero, aun así dice que me quiere.

 

Y luego dudo del significado, de las plumas y los labios, de las verdades del alcohol,  de las canciones, de la lejanía, de las palabras, del amor.

De repente, las palabras nos entorpecen, engloban tanto en una sola frase, en una frase que se ha vuelto insípida e indeseable; en ocasiones nos gusta escucharla, leerla, pero ya no pretendemos saborearla, ni olerla, ni tocarla, porque ha quedado impresa en todas las conversaciones amables, en todos los favores concedidos, en todos los mensajes inesperados.

Si las palabras fueran la única herramienta sería tan fácil sentir el amor, las cartas continuarían escribiéndose solas, las serenatas todavía estarían de moda, leeríamos un poco más, le tendríamos miedo al whatsapp, a las conversaciones simultáneas; podríamos querer sin estar.

Decimos te quiero, así como aprendimos a decir bye en cada despedida, sin sentido, sin atención a lo expresado, como una maquinita creadora de burbujas, en la que sin darnos cuenta entramos para aislarnos. Decimos te quiero, porque así todos lo dicen, nos sentimos sinceros, nos sentimos amigos, nos sentimos tan poco comprometidos. Tal vez falta conciencia, tal vez falta entendernos, escucharnos, conocer, conocer el significado único de esa frase en cada situación y hacia cada destinatario.
 
 

Te quiero
(grito de noche blanca...)
en el insomnio reflexivo
de donde ha vuelto en pájaros mi espíritu.
     
Julia De Burgos


Lucía Olivares.
@Olivareslucia

 

martes, 7 de mayo de 2013

Semáforo en rojo


           Medias negras bajo un short diminuto del mismo color. Treinta y cuatro grados a la sombra, ¿Y debajo de ese toldo?.
Ella marca el ritmo con sus caderas, no escucho nada y tampoco hay bocinas a su alrededor; efecto fallido de alegría, aplaude y flexiona sus rodillas, primero la derecha, luego la izquierda. Tres hombres en bicicleta pasan junto a ella, sigue bailando, alcanzan a mandarle besos tronados, de esos con final asqueante y  que rematan con un “chiquita” acosador; uno de ellos se queda atrás, gira su cabeza noventa grados, sin dejar de pedalear; la chica cree que se han ido y deja de golpear sus manos para tomar un descanso. El hombre ahora ha girado completamente su rostro, no deja de mirarle, ha avanzado más de quince metros.

No, no se cayó; el semáforo se puso en verde y el claxon de una camioneta lo alertó. Todos continuamos derecho y ella, sin música y sin ganas, siguió moviendo las piernas, temiéndole al peatón.


Lucía Olivares
@Olivareslucia