La obscuridad de la noche invadió
mi habitación, me recosté más por indicación que por cansancio y mis párpados
decidieron no pelear más con la diminuta lucecita del celular. Acostada con la cara
hacia el librero... como siempre; la última imagen era el rostro blanco pegamento
de la geisha que desequilibra mi colección de hadas. Hasta mañana.
Comencé a escuchar algo, música,
como un piano, un violín, un piano y un violín, que sueño tan apropiado, ahora
podría dibujarse la historia y verme correr por un campo inmenso mientras
observo un caballo negro y de él bajara él, ya quería ver mi cabello
perfectamente acomodado al viento creando figuras aleatorias y permitiendo a la
naturaleza verme los calzones… pero no vi nada y la música continuaba. Abrí los
ojos, sentía que de un momento a otro los libros saldrían a bailar y vería
volar por primera vez a mis haditas, pero tampoco eso ocurrió. Una vos
acompañaba el violín y sentí miedo, me enderecé y vi una rosa abierta flotando
al pie de mi cama, la causante de la música, del piano y el violín. Desapareció
y el negro volvió a invadir la habitación.
¿Una rosa? ¿No sería más fácil
que un coche se estacionara frente a mi ventana y pusiera su canción favorita
hasta que el volumen diera 361 grados, luego de gritar una que otra tontería y
después retirarse cual valiente caballero? O incluso traer a tres regordetes a
entonar un par de canciones con significación extraña para la época y después
de un agradecimiento más formal escuchar la reja estrellarse por su partida; si
el entusiasmo fuera mayor podría imaginar una orquesta y la curiosidad de los
vecinos asomarse por el espacio de las cortinas... pero no; esta noche ha venido
una rosa con un piano y un violín, no sé quien la haya enviado, ni lo quiero
descubrir.
Lucía Olivares
@Olivareslucia