La vida era una, la tenía.
Pensaba en la permanencia como símbolo de felicidad… o certeza; “más vale lo
que sea por conocido, que bueno por conocer”. Al más ligero cambio me asustaba,
yo tenía un lugar y estaba segura ahí, solo tenía que seguir siendo eso que ya
era. Muy pocas cosas cambiaron las primeras dos décadas, luego, aunque doloroso
y revelador, yo seguía cobijada, encontrando un paraguas ante la lluvia, un
sombrero para el sol, un impulso para brincar los charcos más largos y yo
seguía siendo yo. Una vida que, como muchas, ya estaba destinada a ser de
principio a fin… con muy poco de autoría.
Tuve y perdí. Creo que vivimos
con ese miedo a perder lo que “nos hace ser”, el cuerpo, su tono, su figura;
nuestro rol en una familia, en una oficina, en la sociedad; una condición
física, espiritual, económica; y es aquí donde me pregunto qué de eso soy yo,
si no ha dependido de mi, si no hay meritocracia en ello. Llegamos con un
cuerpo lleno de características dadas, a una familia que nos abre una silla para
ocupar un lugar en el que ya estaban sentadas muchas expectativas, a una
religión, a un entorno socioeconómico y todo ello queremos preservarlo para
“seguir siendo”, cuando en realidad allí no somos nada, porque así es imposible
descubrirse.
Solo perdiendo encuentras, porque
tienes que ir a buscar, y cuando pierdes algo, ¿qué es lo primero que hacemos?
Ir a los sitios en los que has estado, seguir tus huellas, sentarte donde
estuviste, levantar los pies, ver hacia abajo y a veces resulta que solo estás
en pequeñas partecitas y descubres que ahora tú tienes que darte forma; que si
llueve y te mojas no será para siempre, que el sol cala y deja estragos en tu
piel… tienes que cuidarte tú sola, que tienes la fuerza suficiente para saltar
el charco por más grande que sea y que, además, es muy divertido.
La vida era una, la tenía y la
perdí.
Me he descubierto en el recorrido
por los lugares que ocupé y me encontré más hábil, más fuerte, más valiente,
más creativa, más risueña, más entregada, más firme, más segura, más divertida.
Y si esa que era yo siendo yo me
encontrara ahora, estoy segura que me vería como algo muy lejano y extraño para
ella, una mujer fuera de su molde. Y yo solo le recomendaría seguir viviendo
con los ojos y corazón bien abiertos para descubrirse en ese cuento en el que
despertamos.
Que si muero mil veces, mil uno
voy a buscarme.
Mientras más pasa el tiempo, más nos damos cuenta que aquello que parecía tan importante no lo era tanto y aquello que dábamos por sentado, ese abrazo de papá esas risas con aquel amigo eran en realidad oro puro. Que bonito escrito. Saludos
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