Era todavía estudiante cuando
comencé a transcribir las entrevistas de “Entre Laguneros”, como parte de mis
actividades de practicante dentro de la empresa en la que ahora laboro. Cuando uno
es muy joven y sueña mucho, tragas ilusión cada que respiras, así que convertí
mi cabeza en un globo inmenso de ilusiones. Siempre he deseado escribir,
siempre lo digo y quisiera decir que siempre lo hago.
Durante muchos meses me alimenté
de historias que se descubrían a través de conversaciones que Marcela Pámanes
(mi jefa) sostenía con diferentes personajes de la región. Les conocí las
muletillas, escuché increíbles historias de amor, sorprendentes
anécdotas laborales, travesuras, lágrimas y frases que me obligaban a pausar y
reflexionar. Decían que me enajenaba, porque al terminar mis pendientes me
ponía a escuchar y teclear; llegué muy tarde a casa durante ese tiempo porque
era imposible no engancharse, y en ocasiones era muy complicado entender; ¡las
voces son tan distintas! Algunos hablan muy rápido, muy fuerte o muy bajito,
otros hacen demasiadas pausas, algunos son muy directos y otros le dan muchas
vueltas a las cosas; pero a pesar de todo, yo sentía que me nutría, sentía que
estaba platicando con ellos, que recogía esas palabras que volaban para dejarlas
grabadas.
La idea de participar en un proyecto literario siempre me pareció mágica, me hacía cariñitos en el
corazón de solo imaginar; siempre pensé que tardó mucho, ahora siento que pasó
demasiado rápido.
De cada entrevista salían alrededor
de trece cuartillas que había que reducir a un
máximo de cuatro; se dejaba lo esencial, lo que rescatara la esencia,
las entrañas del personaje, y esos chispazos movilizadores de almas los marcaba
en negritas. La publicación tuvo dos salidas en falso; cuando llegó la vencida
iba con pies de plomo, no podía creerlo, no sabía si creerlo. Tuve que creer y
trabajar con extraordinarias personas que me presentó este proyecto: Dolores
Quintanilla, Cecy Murillo, Belem Palomo y Valdemar Ayala. ¡Qué estresada y que
llena me sentía! Existía en mí una necesidad de responder y agradecer la
confianza que mis superiores habían depositado en mi, no me perdonaba perder ni
un solo detalle, porque lo quería, porque deseaba que esas páginas brillaran, y
finalmente, después de pocos pero intensos días, estaba en el Teatro Isauro
Martínez recibiendo catorce cajas de cartón que contenían el trabajo de tanto
tiempo convertido en un objeto. Eran tantas las prisas que escondí las cajas que
pude, abrí una y sin detenerme un momento acomodé los libros sobre una mesa y
me fui a la sala donde recibiríamos a los invitados. Todo fue muy rápido, no
sentí el nervio típico que llega cuando subes a un escenario, solo tuve muchas
ganas de reirme cuando vi el video que preparamos reproducirse en una enorme
pantalla, experimenté un fuete y tierno abrazo al corazón cuando Marcela y Dolores me
agradecieron durante su presentación. La noche para mi fue breve, pero regresé
a casa con una sensación de vacío que no me podía explicar; esperé tanto ese
momento, y ahora que llega siento que una pequeña parte de mi se ha ido, volteo
a ver esas cajas que vienen y van, y tal vez nadie se ha dado cuenta de lo que
viene dentro.
¡Dios mio, estoy entendiendo
tantas cosas! Y tal vez recurra a la más trillada de las frases, que por más
estúpida que me ha parecido toda la vida, apenas logro entenderla: las cosas
valen por lo que significan para ti, por esa compañía, por la presencia que
tienen un tu mente, por la intimidad que creas con ella.
No sé si esto sea normal; lo que
sé es que a partir de esta experiencia que agradezco enormemente haber tenido, no me va a alcanzar la vida para escribir todo lo que quiero, que voy
a dedicarme a crear historias, personajes, y compartirlos con quien sea
gustoso, teniendo como principio que no es el libro es la historia.
No es el libro ¡ES LA HISTORIA!
Lucía Olivares
@Olivareslucia
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