jueves, 8 de diciembre de 2016

No es el libro, es la historia



Era todavía estudiante cuando comencé a transcribir las entrevistas de “Entre Laguneros”, como parte de mis actividades de practicante dentro de la empresa en la que ahora laboro. Cuando uno es muy joven y sueña mucho, tragas ilusión cada que respiras, así que convertí mi cabeza en un globo inmenso de ilusiones. Siempre he deseado escribir, siempre lo digo y quisiera decir que siempre lo hago.

Durante muchos meses me alimenté de historias que se descubrían a través de conversaciones que Marcela Pámanes (mi jefa) sostenía con diferentes personajes de la región. Les conocí las muletillas, escuché increíbles historias de amor, sorprendentes anécdotas laborales, travesuras, lágrimas y frases que me obligaban a pausar y reflexionar. Decían que me enajenaba, porque al terminar mis pendientes me ponía a escuchar y teclear; llegué muy tarde a casa durante ese tiempo porque era imposible no engancharse, y en ocasiones era muy complicado entender; ¡las voces son tan distintas! Algunos hablan muy rápido, muy fuerte o muy bajito, otros hacen demasiadas pausas, algunos son muy directos y otros le dan muchas vueltas a las cosas; pero a pesar de todo, yo sentía que me nutría, sentía que estaba platicando con ellos, que recogía esas palabras que volaban para dejarlas grabadas.

La idea de participar en un proyecto literario siempre me pareció mágica, me hacía cariñitos en el corazón de solo imaginar; siempre pensé que tardó mucho, ahora siento que pasó demasiado rápido.

De cada entrevista salían alrededor de trece cuartillas que había que reducir a un  máximo de cuatro; se dejaba lo esencial, lo que rescatara la esencia, las entrañas del personaje, y esos chispazos movilizadores de almas los marcaba en negritas. La publicación tuvo dos salidas en falso; cuando llegó la vencida iba con pies de plomo, no podía creerlo, no sabía si creerlo. Tuve que creer y trabajar con extraordinarias personas que me presentó este proyecto: Dolores Quintanilla, Cecy Murillo, Belem Palomo y Valdemar Ayala. ¡Qué estresada y que llena me sentía! Existía en mí una necesidad de responder y agradecer la confianza que mis superiores habían depositado en mi, no me perdonaba perder ni un solo detalle, porque lo quería, porque deseaba que esas páginas brillaran, y finalmente, después de pocos pero intensos días, estaba en el Teatro Isauro Martínez recibiendo catorce cajas de cartón que contenían el trabajo de tanto tiempo convertido en un objeto. Eran tantas las prisas que escondí las cajas que pude, abrí una y sin detenerme un momento acomodé los libros sobre una mesa y me fui a la sala donde recibiríamos a los invitados. Todo fue muy rápido, no sentí el nervio típico que llega cuando subes a un escenario, solo tuve muchas ganas de reirme cuando vi el video que preparamos reproducirse en una enorme pantalla, experimenté un fuete y tierno abrazo al corazón cuando Marcela y Dolores me agradecieron durante su presentación. La noche para mi fue breve, pero regresé a casa con una sensación de vacío que no me podía explicar; esperé tanto ese momento, y ahora que llega siento que una pequeña parte de mi se ha ido, volteo a ver esas cajas que vienen y van, y tal vez nadie se ha dado cuenta de lo que viene dentro.

¡Dios mio, estoy entendiendo tantas cosas! Y tal vez recurra a la más trillada de las frases, que por más estúpida que me ha parecido toda la vida, apenas logro entenderla: las cosas valen por lo que significan para ti, por esa compañía, por la presencia que tienen un tu mente, por la intimidad que creas con ella.

No sé si esto sea normal; lo que sé es que a partir de esta experiencia que agradezco enormemente haber tenido, no me va a alcanzar la vida para escribir todo lo que quiero, que voy a dedicarme a crear historias, personajes, y compartirlos con quien sea gustoso, teniendo como principio que no es el libro es la historia.


No es el libro ¡ES LA HISTORIA!



Lucía Olivares
@Olivareslucia