Es difícil
cuando la gente te comparte historias de alguien que es parte de ti,
aunque no como hubieses querido. Tardé tres meses en hablar de mi
abuelo y del vacío que me deja, pero hoy depurando la bandeja de mi
correo me encontré con un mail que no quise abrir porque sabría me
lastimaría.
Hace años
iba con frecuencia al Starbucks de independencia, era mi salida de
los fines de semana, y siempre, siempre me topaba a una persona que
me dio una conferencia en la universidad, sentado en la misma mesa
con su computadora Mac y un café caliente, yo lo saludaba, suelo
saludar a todas las personas que he visto por lo menos una vez en la
vida, muchos se hacen tontos lo cual aborrezco, y otros, como él, en
este caso, responden el saludo. Hasta que un día, no recuerdo si fui
yo o él quien se acercó y me dijo que conocía a mi abuelo, Carlos
Cardán. Tema complicado, pensé yo, simplemente sonreí y comenzó
a relatarme algunas anécdotas, mencionaba incluso calles,
direcciones que fingía conocer, estaba actuando; él me dijo que
tuvo la oportunidad de acompañarlo a filmar una película e incluso
conservaba una fotografía, me pidió mi correo para enviármela y se
lo di.
Cuando
llegué a mi casa le conté a mi mamá, pero tratamos de no ahondar
mucho en el tema; al día siguiente encontré en mi bandeja de
entrada un correo titulado “Foto que te comenté... Saludos”.
Pinche viejo, fue lo que pensé, y del coraje, la tristeza, la
envidia, no lo abrí. Hoy la descubro, descubro la imagen de mi
abuelo montando a caballo y al parecer sonríe.
Todos dicen
compartir anécdotas con mi abuelo y uno tiene que
permanecer erguido, aguantar el llanto y dibujar la sonrisa, no
podemos decir ¡Ya cállate, idiota, que no quiero escucharte! Pero
si miro un poquito atrás yo también tengo historias que contar de
él.
Recuerdo
cuando mamá y yo veníamos del súper muy cerquita de la casa y mi
abuelo casi se nos cae en cima, se tropezó con el piso de esa cuadra
que siempre ha sido un asco, pero las botas lo salvaron, nosotras nos
asustamos mucho y le dijimos ¡Cuidado!, él no nos dijo nada y
seguimos caminando, mamá y yo ni siquiera nos volteamos a ver, mejor
así, total ya casi llegábamos.
También me
acuerdo de un día que lo invitamos a comer a la casa, estábamos en
la sala platicando y en medio de la conversación mi abuelo dijo
“escuchen como me gruñen las tripas”, mi mamá saltó de la
vergüenza y lo pasó de inmediato a la cocina, había spaghetti y a
mi abuelo le fascinó, llenó de elogios a la señora que trabajaba
con nosotros que parecía retorcerse de la emoción y la pena a lado
de la estufa .
Tengo muy
presente un día que visitó la casa de mi abuelita, platicábamos
con él y cuando mi tía Alejandra cruzó la pierna mi abuelo le dijo
“sigues teniendo buena pierna”, mi tía también se sonrojó...
creo que todos nos sonrojábamos.
Tal vez el
recuerdo más viejo es de la exposición que le organizó Yeye Romo
en el Teatro Alberto M. Alvarado, nos sentíamos hijos de un artista
de cine (y sí, eh), me acuerdo muy bien de cómo iba vestida mi mamá,
toda de negro con una capa en tonos café, era rubia en aquel
entonces.
Pero las
imágenes más presentes se las debo a mi tocaya y a mi abuelita
Esperanza. Mi mamá es muy buena para contar historias aunque siempre
he pensado que le echa de su cosecha. Antes de que mi abuela muriera
tuve la oportunidad de convivir más con ella, comía en su casa
todos los miércoles porque mi horario de clases era una locura así
que platicábamos mucho solas, siempre me dijo que fue muy feliz con
mi abuelo, que no se arrepentía de nada porque aunque pocos, había
vivido unos años maravillosos a su lado. Me decía que mi abuelo
leía mucho y que cuando terminaba un libro la obligaba a leerlo y le
hacía preguntas para comprobar que había entendido, “¡Ay no, y a
mi no me gusta leer!” decía mi abuela, lo curioso es que todos los
días que llegaba a su casa la veía en la cama leyendo el periódico
y con montones de cuadernos de crucigramas en la mesita de junto.
La última vez que hablé con él le pregunté cómo estaba y me dijo "Pues bien flaco", "Ay, pues yo también" le respondí. "Yo también te quiero mucho, mamita. Voy a ir pronto a visitarte a Torreón" así se despidió de mi.
Y pues no,
yo no viví muchas cosas con mi abuelo, pero cómo me ha enseñado...
más de lo que pude imaginar. Subrayó el amor incondicional que le
tuvo mi abuela, y no solo las bondades y generosidad de una hija,
sino también de un esposo, mi papá, que simplemente es irreal.
A mi, mi abuelo me ha enseñado mucho del amor.
Gracias
abuelo porque así es como tenía que ser.
Lucía Olivares
@Olivareslucia
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