martes, 18 de octubre de 2016

A mi, mi abuelo me ha enseñado mucho del amor.



Es difícil cuando la gente te comparte historias de alguien que es parte de ti, aunque no como hubieses querido. Tardé tres meses para hablar de mi abuelo y del vacío que me deja, pero hoy depurando la bandeja de mi correo me encontré con un mail que no quise abrir porque sabría me lastimaría.
Hace años iba con frecuencia al Starbucks de independencia, era mi salida de los fines de semana, y siempre, siempre me topaba a una persona que me dio una conferencia en la universidad, sentado en la misma mesa con su computadora Mac y un café caliente, yo lo saludaba, suelo saludar a todas las personas que he visto por lo menos una vez en la vida, muchos se hacen tontos lo cual aborrezco, y otro, como él en este caso responden el saludo, hasta que un día no recuerdo si fui yo o él quien se acercó y me dijo que conocía a mi abuelo, Carlos Cardán. Tema complicado, pensé yo, simplemente sonreí y él comenzó a relatarme algunas anécdotas, mencionaba incluso calles, direcciones que fingía conocer, estaba actuando; él me dijo que tuvo la oportunidad de acompañarlo a filmar una película e incluso conservaba una fotografía, me pidió mi correo para enviármela y se lo di.

Cuando llegué a mi casa le conté a mi mamá, pero tratamos de no ahondar mucho en el tema; al día siguiente encontré en mi bandeja de entrada un correo titulado “Foto que te comenté... Saludos”. Pinche viejo, fue lo que pensé, y del coraje, la tristeza, la envidia, no lo abrí. Hoy la descubro, descubro la imagen de mi abuelo montando a caballo y al parecer sonríe.

Todos dicen compartir anécdotas con mi abuelo y uno tiene que permanecer erguido, aguantar el llanto y dibujar la sonrisa, no podemos decir ¡Ya cállate, idiota, que no quiero escucharte! Pero si miro un poquito atrás yo también tengo historias que contar de él.

Recuerdo cuando mamá y yo veníamos del súper muy cerquita de la casa y mi abuela casi se nos cae en cima, se tropezó con el piso de esa cuadra que siempre ha sido un asco, pero las botas lo salvaro, nosotras nos asustamos mucho y le dijimos ¡Cuidado!, él no nos dijo nada y seguimos caminando, mamá y yo ni siquiera nos volteamos a ver, mejor así, total ya casi llegábamos.

También me acuerdo de un día que lo invitamos a comer a la casa, estábamos en la sala platicando y en medio de la conversación mi abuelo dijo “escuchen como me gruñen las tripas”, mi mamá saltó de la verguenza y lo pasó de inmediato a la cocina, había spaghetti y a mi abuelo le fascinó, llenó de elogios a la señora que trabajaba con nosotros que parecía retorcerse de la emoción y la pena a lado de la estufa .

Tengo muy presente un día que visitó la casa de mi abuelita, platicábamos con él y cuando mi tía Alejandra cruzó la pierna mi abuelo le dijo “sigues teniendo buena pierna”, mi tía también se sonrojó... creo que todos nos sonrojábamos.

Tal vez el recuerdo más viejo es de la exposición que le organizó Yeye Romo en el Teatro Alberto M. Alvarado, nos sentíamos hijos de un artista de cine (y sí, eh), me acuerdo muy bien de cómo iba vestida mi mamá, toda de negro con una capa en tonos café, era rubia en aquel entonces.

Pero las imágenes más presentes se las debo a mi tocaya y a mi abuelita Esperanza. Mi mamá es muy buena para contar historias aunque siempre he pensado que le echa de su cosecha. Antes de que mi abuela muriera tuve la oportunidad de convivir más con ella, comía en su casa todos los miércoles porque mi horario de clases era una locura así que platicábamos mucho solas, siempre me dijo que fue muy feliz con mi abuelo, que no se arrepentía de nada porque aunque pocos, había vivido unos años maravillosos a su lado. Me decía que mi abuelo leía mucho y que cuando terminaba un libro la obligaba a leerlo y le hacía preguntas para comprobar que había entendido, “¡Ay no, y a mi no me gusta leer!” decía mi abuela, lo curioso es que todos los días que llegaba a su casa la veía en la cama leyendo el periódico y con montones de cuadernos de crucigramas en la mesita de junto.

La última vez que hablé con él le pregunté cómo estaba y me dijo "Pues bien flaco", "Ay, pues yo también" le respondí. "Yo también te quiero mucho, mamita. Voy a ir pronto a visitarte a Torreón" así se despidió de mi.

Y pues no, yo no viví muchas cosas con mi abuelo, pero cómo me ha enseñado... más de lo que pude imaginar. Subrayó el amor incondicional que le tuvo mi abuela, y no solo las bondades y generosidad de una hija, sino también de un esposo, mi papá, que simplemente es irreal.

A mi, mi abuelo me ha enseñado mucho del amor.
Gracias abuelo porque así es como tenía que ser. 


















Lucía Olivares

@Olivareslucia

A mi, mi abuelo me ha enseñado mucho del amor.



Es difícil cuando la gente te comparte historias de alguien que es parte de ti, aunque no como hubieses querido. Tardé tres meses en hablar de mi abuelo y del vacío que me deja, pero hoy depurando la bandeja de mi correo me encontré con un mail que no quise abrir porque sabría me lastimaría.
Hace años iba con frecuencia al Starbucks de independencia, era mi salida de los fines de semana, y siempre, siempre me topaba a una persona que me dio una conferencia en la universidad, sentado en la misma mesa con su computadora Mac y un café caliente, yo lo saludaba, suelo saludar a todas las personas que he visto por lo menos una vez en la vida, muchos se hacen tontos lo cual aborrezco, y otros, como él, en este caso, responden el saludo. Hasta que un día, no recuerdo si fui yo o él quien se acercó y me dijo que conocía a mi abuelo, Carlos Cardán. Tema complicado, pensé yo, simplemente sonreí y comenzó a relatarme algunas anécdotas, mencionaba incluso calles, direcciones que fingía conocer, estaba actuando; él me dijo que tuvo la oportunidad de acompañarlo a filmar una película e incluso conservaba una fotografía, me pidió mi correo para enviármela y se lo di.

Cuando llegué a mi casa le conté a mi mamá, pero tratamos de no ahondar mucho en el tema; al día siguiente encontré en mi bandeja de entrada un correo titulado “Foto que te comenté... Saludos”. Pinche viejo, fue lo que pensé, y del coraje, la tristeza, la envidia, no lo abrí. Hoy la descubro, descubro la imagen de mi abuelo montando a caballo y al parecer sonríe.

Todos dicen compartir anécdotas con mi abuelo y uno tiene que permanecer erguido, aguantar el llanto y dibujar la sonrisa, no podemos decir ¡Ya cállate, idiota, que no quiero escucharte! Pero si miro un poquito atrás yo también tengo historias que contar de él.

Recuerdo cuando mamá y yo veníamos del súper muy cerquita de la casa y mi abuelo casi se nos cae en cima, se tropezó con el piso de esa cuadra que siempre ha sido un asco, pero las botas lo salvaron, nosotras nos asustamos mucho y le dijimos ¡Cuidado!, él no nos dijo nada y seguimos caminando, mamá y yo ni siquiera nos volteamos a ver, mejor así, total ya casi llegábamos.

También me acuerdo de un día que lo invitamos a comer a la casa, estábamos en la sala platicando y en medio de la conversación mi abuelo dijo “escuchen como me gruñen las tripas”, mi mamá saltó de la vergüenza y lo pasó de inmediato a la cocina, había spaghetti y a mi abuelo le fascinó, llenó de elogios a la señora que trabajaba con nosotros que parecía retorcerse de la emoción y la pena a lado de la estufa .

Tengo muy presente un día que visitó la casa de mi abuelita, platicábamos con él y cuando mi tía Alejandra cruzó la pierna mi abuelo le dijo “sigues teniendo buena pierna”, mi tía también se sonrojó... creo que todos nos sonrojábamos.

Tal vez el recuerdo más viejo es de la exposición que le organizó Yeye Romo en el Teatro Alberto M. Alvarado, nos sentíamos hijos de un artista de cine (y sí, eh), me acuerdo muy bien de cómo iba vestida mi mamá, toda de negro con una capa en tonos café, era rubia en aquel entonces.

Pero las imágenes más presentes se las debo a mi tocaya y a mi abuelita Esperanza. Mi mamá es muy buena para contar historias aunque siempre he pensado que le echa de su cosecha. Antes de que mi abuela muriera tuve la oportunidad de convivir más con ella, comía en su casa todos los miércoles porque mi horario de clases era una locura así que platicábamos mucho solas, siempre me dijo que fue muy feliz con mi abuelo, que no se arrepentía de nada porque aunque pocos, había vivido unos años maravillosos a su lado. Me decía que mi abuelo leía mucho y que cuando terminaba un libro la obligaba a leerlo y le hacía preguntas para comprobar que había entendido, “¡Ay no, y a mi no me gusta leer!” decía mi abuela, lo curioso es que todos los días que llegaba a su casa la veía en la cama leyendo el periódico y con montones de cuadernos de crucigramas en la mesita de junto.

La última vez que hablé con él le pregunté cómo estaba y me dijo "Pues bien flaco", "Ay, pues yo también" le respondí. "Yo también te quiero mucho, mamita. Voy a ir pronto a visitarte a Torreón" así se despidió de mi.

Y pues no, yo no viví muchas cosas con mi abuelo, pero cómo me ha enseñado... más de lo que pude imaginar. Subrayó el amor incondicional que le tuvo mi abuela, y no solo las bondades y generosidad de una hija, sino también de un esposo, mi papá, que simplemente es irreal.

A mi, mi abuelo me ha enseñado mucho del amor.
Gracias abuelo porque así es como tenía que ser. 


















Lucía Olivares

@Olivareslucia