Te quiero con el mismo poder de
mi mirada impregnándose en la tuya, tratando inútilmente de que leas mi mente y
no mis ojos, no mi ceño, no mis labios apretándose uno con el otro.
Te quiero con la misma fuerza con
que impulso mis palabras, no cuando despierto, ni cuando estoy a punto de
dormir; te quiero con la fuerza de mis palabras cuando me sorprendo, cuando la
rabia me ahoga, cuando la desesperación se apodera de mi cuerpo y ya no hay
espacio para correr.
Te quiero con la misma intensidad
de mis tristezas, cuando siento que el corazón se sale y no lo puedo detener. Te
quiero en cada insomnio, en cada tiempo muerto y en esas pausas vivas.
Te quiero con la espontaneidad
que me mete en problemas, que asusta, que envenena. Te quiero con la furia con
que leo una noticia, con la impotencia de hacer sin resolver; te quiero en los pensamientos fríos y templados;
en las noches cortas, en los días difíciles; en la obscuridad de la
incertidumbre y en la luz de los hallazgos.
Te quiero con la misma intensidad
de mis disgustos; con la misma seguridad con que me paro de mesa cuando algo me
molesta, con esas ganas de abofetear a quien insulta, a quien denigra, a quien
sobaja.
Y te extraño, te extraño cuando miro a la puerta y no estás, cuando busco entre las cortinas y no apareces, cuando digo tu nombre y no respondes, cuando no sé si estás o no estás.
Y te extraño, te extraño cuando miro a la puerta y no estás, cuando busco entre las cortinas y no apareces, cuando digo tu nombre y no respondes, cuando no sé si estás o no estás.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia