sábado, 19 de abril de 2014

Mucho qué callar


No quiero tener muchas cosas qué decir, prefiero tener mucho qué callar…

Hoy escribo para no volverme loca, porque para mí los tiempos muertos cargan mi ataúd, entonces me entretengo preparando el epitafio, y luego se me olvida, se me olvida que moría y comienzo a soñar, por eso las palabras son mi salvavidas, la pluma el barandal, las teclas el cimiento.

A veces creemos que lo ideal sería tener mucho qué decir; asistir a una reunión y llevar la batuta de la conversación, dejar a todos boquiabiertos, conocer a todas las personas a quienes se refieran los invitados, poder hablar en cualquier idioma, tener la indecencia de llenarte la boca del pasado y así sentirte un triunfador, una persona brillante, aunque sólo sea de dientes hacia afuera… pero esta mañana en mi desesperación, cuando recién decidí redactar mi esquela, pensé en mi silencio que a veces añoro y otras escondo bajo carcajadas o un sinfín de respuestas irónicas o hirientes. Pensé en mi silencio y me di cuenta de que no quiero tener muchas cosas qué decir, sino todo lo contrario, deseo tener mucho qué callar, porque aquel que despilfarra información es porque no le es exclusiva, quisiera tener mucho qué callar para poder verterlo en el momento preciso y sólo una vez, no como un chisme que te invade la boca y te hace ver estúpido. Quisiera tener mucho qué callar, mucho qué pensar, mucho qué escuchar, mucho qué escribir o depositar aquí mis secretos, entre laberintos, sin direcciones, sin dirigirse a nadie en particular.

Es por eso que he decidido no escribir mi esquela, he decidido dejarla así por ahora, me guardo en mi silencio y sigo pensando antes de que el pensamiento me vuelva loca; pero cuidado con la locura porque siempre te hace hablar de más.


Lucía Olivares
 
@Olivareslucia

viernes, 4 de abril de 2014

¿Quién será?

         Todos los días lo veo pasar, es como si me diera la hora sin ver el reloj y sin voltearme a ver; en realidad ve siempre hacia el frente; su espalda es una tabla, pareciera que un hilo invisible lo jalara de la cabeza, camina seguro, viste formal y lleva un maletín que lo hace ver importante, aunque estoy segura de que no lleva nada relevante en él.

Me intriga, me inquieta que siempre tenga que frenar mi paso acelerado, entorpecido por una bolsa que bien podría llevarme a mí en lugar que yo a ella, las llaves en la mano, el celular en la otra;  y él así como si el tiempo no existiese, camina, camina mirando únicamente hacia adelante, con ese maletín inútil y ese relamido perfecto que a mí me dura dos minutos. No se da cuenta de nada, ni de nadie.
Quisiera un día pararlo y preguntarle cómo se atreve a presumir su serenidad y su paciencia frente a mi todos los días, me gustaría preguntarle su hora de entrada y cómo es que no lleva ritmo al caminar, me gustaría preguntarle por qué demonios se me atraviesa así tan detalladamente arreglado, con los zapatos boleados, el pantalón perfectamente planchado, el pelo cual casco a la medida y su maletín… me gustaría arrebatárselo y confirmar que no lleva nada en él, que es sólo una distracción para esta niña que va con la bolsa abierta, la camisa al revés y el cabello volando; que tiene una hora en la muñeca, otra en el celular y otra en el carro, que al cruzar la calle se arregla en el vidrio de en frente y se ríe… de nervios.

Pero quién será ese fulano que modela todas las mañanas su tranquilidad, su seguridad y su enajenación, ¿hasta dónde camina?, ¿por qué nunca voltea?, ¿quién le plancha sus camisas?, ¿qué se pone en el pelo?, ¿por qué va tan derecho?, ¿por qué siempre frente a mí?

No, no es cierto. Tanta tranquilidad, tanta perfección no es cierto.

 

Lucía Olivares.

@Olivareslucia