No quiero tener muchas cosas qué decir, prefiero tener mucho
qué callar…
Hoy escribo para no volverme loca, porque para mí los tiempos
muertos cargan mi ataúd, entonces me entretengo preparando el epitafio, y luego
se me olvida, se me olvida que moría y comienzo a soñar, por eso las palabras
son mi salvavidas, la pluma el barandal, las teclas el cimiento.
A veces creemos que lo ideal sería tener mucho qué decir;
asistir a una reunión y llevar la batuta de la conversación, dejar a todos
boquiabiertos, conocer a todas las personas a quienes se refieran los
invitados, poder hablar en cualquier idioma, tener la indecencia de llenarte la
boca del pasado y así sentirte un triunfador, una persona brillante, aunque sólo
sea de dientes hacia afuera… pero esta mañana en mi desesperación, cuando
recién decidí redactar mi esquela, pensé en mi silencio que a veces añoro y
otras escondo bajo carcajadas o un sinfín de respuestas irónicas o hirientes.
Pensé en mi silencio y me di cuenta de que no quiero tener muchas cosas qué
decir, sino todo lo contrario, deseo tener mucho qué callar, porque aquel que
despilfarra información es porque no le es exclusiva, quisiera tener mucho qué
callar para poder verterlo en el momento preciso y sólo una vez, no como un
chisme que te invade la boca y te hace ver estúpido. Quisiera tener mucho qué
callar, mucho qué pensar, mucho qué escuchar, mucho qué escribir o depositar
aquí mis secretos, entre laberintos, sin direcciones, sin dirigirse a nadie en
particular.
Es por eso que he decidido no escribir mi esquela, he
decidido dejarla así por ahora, me guardo en mi silencio y sigo pensando antes
de que el pensamiento me vuelva loca; pero cuidado con la locura porque siempre
te hace hablar de más.
Lucía Olivares
@Olivareslucia