Santa, una novela del autor
mexicano Federico Gamboa.
El nombre es antónimo de su vida;
es prostituta, primero por decisión del destino, luego por amor al trabajo.
El pianista de la casa de citas
era ciego y se enamoró, no poco a poco, sino rápidamente de ella.
Hipo quería a Santa con sus cuatro sentidos, con su entero corazón y con su
entero cuerpo desgraciado. Santa
le cobrara un afecto extraño, más
que simpatía y mucho menos que amor. Claro, estaba rodeada de hombres
poderosos, pasionales, adinerados, de esos que parece que se rodean de lámparas
maravillosas, piden algo y se les concede al chasquido de sus dedos. Santa
sentía con la cabeza e Hipo veía con el corazón encendido y la cabeza apagada.
¡El que de verdad ama, nunca se cansa de aguardar, hágase pagar a peso de
oro! … bajo ese precepto, ni Santa amaba y mucho menos la
amaban… “hágase pagar a peso de oro”.
Un día Hipo le pidió a su amigo
Jenaro que le hablara de ella, que le describiera a la Santa …píntamela de palabra, facción por facción.
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¡Santita
tiene los ojos de venada, negros también y como almendras, pero si los viera
usted…!
-
Volvería
a cegar – declaró Hipólito, profético.
Hipo amaba tanto con cuatro
sentidos... ¿Qué nos da la vista que nos deja ciegos?, ¿Qué es eso que no
queremos ver?, ¿O será que en la obscuridad se imagina mejor? Las manos se
convierten en ojos y qué bien ven, el oído es la mayor fuente de imaginación y
qué bien sueña, el olfato es una gran guía y qué bien camina, el gusto a veces
es un lujo y cómo grita.
En ocasiones el nombre no dice
absolutamente nada, como Santa, su nombre no responde a su personalidad, ni su
rostro de virgen, ni sus ojos de venadito asustado; tampoco la ceguera de Hipo
lo hace hermético o aislado. Su manera de amar parece perfecta, ¿verdad?
Tal vez su desbordante amor se
enfermó igual que Santa, se contagió de egoísmo y se encaprichó con la
obscuridad que abrazaba a la mujer, se alegró del fracaso de quien ama. No
existe el amor perfecto, a veces la culminación, la obsesión, el desbordante
encanto se convierte en egoísmo, como en este caso. Hipo sentía rabia, sentía
celos de todos aquellos hombres que pasaron por encima de su Santa, ¿y él?
¿Cuándo le tocaría a él? Hipo al encontrar a su amada tan destrozada, tan
enferma, tan poco capaz de seguir complaciendo a cuanto hombre le pusiera en
frente unas monedas, se sintió feliz. Su desdicha, su tragedia se convertía en
la realización de aquel hombre que aguardó durante meses esperando una caricia
que llegaría como consecuencia de la desmejora de una mujer, de la mujer a
quien ama. ¿Es ese un gran amor? Estoy confundida. Pensé que Hipo amaba
diferente, luego recordé que es humano.
Pero, niña ¡qué durezas traes! Si
pareces de piedra, ¡Vaya una Santita!
Lucía Olivares
@Olivareslucia