Hace tres
días la niña salió a buscar un libro; estando frente a la librería, el día
dejó de ser día, la noche caminó a su encuentro.
La niña
entró y los libros del primer estante se cayeron con el golpe de la puerta,
ella asustada se inclinó a recogerlos.
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“¡No
te molestes! Puedo hacerlo yo” se escuchó.
La niña
volteó encontrándose con un muchacho alto con camisa a cuadros que se dirigía
hacia ella. Y caminaron. Se contaron historias, tantas como las que tiradas en
el suelo dormían unas sobre otras, entrelazando climas y personajes, las pastas
duras lastimando a las más débiles que llevan impresas fuertes caballeros.
Comieron una
nieve de mango, de esas que pides con copete o sin copete, de esas que comes
primero lentamente y luego a cucharazos.
Anduvieron
por los caminos más peligrosos de la noche, pero nadie los veía. La noche no
dejó de ser noche.
Llegaron,
por fin, a la librería. “100% Justin Bieber” dejaba caer su impresionante peso
sobre “Los cuentos de Oscar Wilde”; Carlos Ruiz Zafón en versión V.I.P. con
pasta hiper dura se mantenía firme, mientras “Cumbres Borrascosas” se deshojaba
triste y dolorosamente. Los dos libros que quedaban de “Aprendiendo a ser jefe”
se apoyaban uno sobre otro y parecía que la biografía de Sor Juana no quería
mezclarse con los demás.
La noche
dejó de ser noche.
La niña, viéndose sola, dio
media vuelta para regresar a casa, dejó el vaso de nieve junto a la puerta. Cuando el muchacho llegó a la librería tiró accidentalmente el agua de mango. Deseaba que el día dejara de ser día.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia