Lucía
Olivares
Las
tragedias invaden los hogares de los mexicanos, diluvios provocados por
hermosas mujeres de la televisión, la riqueza inalcanzable, el arraigo al
hombre, amistades temerosas, fraudes, embustes que al final de cuentas terminan
por resolverse; el famoso final feliz protagonista de todas las historias ficticias
que nos alimentan desde las 4 hasta las 10 de la noche.
Se dice que la esperanza del mexicano se encuentra en ese
aparato que para algunos continua siendo una caja negra, pesada, con dos líneas
en medio, vibrantes y estorbosas; mientras que los más afortunados adornan sus
habitaciones con pantallas gigantes que no se atreven a encender.
Le hemos dado exclusiva a la palabra traición, lo hemos
convertido en algo monetario, abusivo para una generalidad, dejando aparte las
pequeñas y sencillas relaciones, los acercamientos cariñosos e hirientes. Hablamos
de traición sólo como referente a los “grupos de poder”, a los políticos, a los
“adinerados”.
El problema no es la distribución de la riqueza, sino la
manera de conseguirla y el darse cuenta de que el sistema, nuestro sistema,
está hecho para que nos vean la cara y pagarles por ello. El fuero político en
México se ha distorsionado con el tiempo, lo que en principio fungía como
protección y/o respaldo para algunos líderes, se convirtió en la oportunidad de
engrandecimiento de muchos, de faltas morales aprobadas, de abusos humanos, de
estar exentos a la ley.
Las malas intenciones; esos pequeños, inocentes y manejables
conflictos de intereses que se presentan en todas las relaciones
interpersonales, representan mucho más que una sonrisa hipócrita y unas
palabras bien pronunciadas pero poco sentidas. Somos una sociedad egoísta y
orgullosa, que piensa única y exclusivamente en sí mismo, entonces, ¿por qué nos
alteramos al ver que otros con más poder actúan de la misma forma que nosotros con el vecino? Quien
tiene el dominio es quien lastima con mayor fuerza y nos equivocamos
terriblemente al elegir el nicho del poderío. Tal vez el hartazgo al robo, la
burla, la ofensa, el daño a la integridad personal no ha sido suficiente. Creo
que aún no es suficiente porque continuamos reaccionando de la misma manera.
Nos aferramos a darle poder a quien nos bofetea no una, ni
dos veces; a marcar diferencias que no
existen, a permitir traiciones calificadas y peor aún, a continuar por el mismo
camino creyendo que es el único.
Apague su caja negra, pesada y anticuada, no se anticipe usted
a encender la pantalla plasma; entienda que el diluvio no llegará con el bote
que lo deje en la bahía, si bien, ahí se guarda la esperanza, que puede no
hacer más que seguirse aligerando.
Listos, “muy listos”