Lucía Olivares
Quiero contarles, yo misma, cómo
decidí amarme.
Resulta que desde antes de Cristo
a la gente se le enseñó a vivir, incluso a sentir, a negar, a desconectarse de
su cuerpo, a imitar, a seguir un guión, a describirse respecto a lo que otros vociferan
de ti; y en medio de esa vorágine estaba yo, haciendo y viviendo como la
sociedad dictaba para ser aceptaba, respetaba, amada, por fortuna nunca lo
logré. La honestidad ha sido mi bandera, pretender me resulta incómodo; entonces
construí una vida en solitario soñando con ser lo que soy ahora, visualizándome
libre, creativa, compartiendo con personas que admiro, viviendo del arte, del
pensamiento y la reflexión, provocando, acompañando, escuchando.
Por mi vida han pasado muchas
personas, tres maestros en el amor de pareja. Con el primero aprendí que hay
que vivir lo suficiente antes de elegir fusionarte, que hay que reconocer tu
individualidad. Pasó mucho tiempo y presionada por lo que la gente dice, luego
de decidir soportar el maltrato de un hombre durante mucho tiempo a lo lejos,
llegué con quien pareciera mi antítesis, sin embargo nos acompañamos muchos
años; con él aprendí lo que quiero, lo que me resulta importante en la vida, lo
poco trascendente del dinero, el valor de una conversación profunda, la lealtad
hacia ti mismo, la belleza de mirar hacia adentro. Después apareció en mi
camino un viejo amigo que en su momento ya me había enseñado a disfrutar los
momentos por breves que sean, a confiar y querer sin razones; su regreso
posiblemente tuvo la misma función: confiar y quererme sin razón, ni condición,
cerrar la boca para lo malo, vaciarla para hacer el bien, aceptar lo que
siento, a ser valiente, a demostrarme quien soy.
El enamoramiento es algo que te
pasa, ocurre de repente, muchas veces en el peor de tus momentos porque es ahí
cuando necesitas a otro que te guíe y te demuestre las cicatrices que has de
sanar. Cada relación tiene una maravillosa función si es que decides verla. El amor
es justo eso, observar y abrazar aquello que se es, reconocer y abrazar lo que
sientes sin juzgarlo, sin reprocharlo. Ese cliché que tantos repetimos y pocos
hemos tenido la fortuna de vivirlo “no se puede amar lo
que no se conoce” es total y absolutamente cierto, vamos por la vida
pretendiendo, camuflajeándonos, siento títeres, vaciándonos en otros,
renunciando a lo que no sabes que eres. La vida siempre te empuja a hacer lo
que en el momento toca. A mí, me ha dado el regalo de descubrirme, de
conocerme, no de enamorarme, si no de amarme con todo lo que me hace distinta y
lejana de muchos, pero genuina y cercana para mí.
Agradezco este momento porque,
aunque la enseñanza ha sido dura e intensa, ahora me reconozco, además de
fuerte, llena de amor y orgullosa de lo que tengo para entregar.