miércoles, 20 de noviembre de 2019

El reacomodo es permanente y necesario




Lucía Olivares

@Olivareslucia


           El reacomodo es permanente y necesario. Crecer duele y en el proceso te deformas, te sientes extraño, te golpeas porque tus dimensiones cambian, subes y bajas. A veces sientes la necesidad de compartirlo, a veces no tienes que hacerlo porque se ve, algunas otras la “gente” cree que eres un roble aunque te sientas una rama. La vida es para los valientes y a todos nos toca pasar por muchas malas cuando vivimos conscientes.

He descubierto que volver a empezar es más difícil que cerrar, es ahí donde te das cuenta de las huellas del pasado, pero, la vida así va: terminar y comenzar.

Crecemos y descubrimos que los pantalones ya no nos quedan, son los favoritos, los que tienen estoperoles en los costados, los que nos regalaron en ese cumpleaños especial, pero ya no nos quedan y me aferro a ellos aunque me aprieten, aunque el botón esté forzado, aunque siento que me ahogo. Ya no cabes, corazón, date cuenta. Y es que, despedirse duele; creo que no he descubierto una sensación más dolorosa… todavía. ¿Cómo le dices adiós a lo que tanto quieres? ¿Cómo te alejas por voluntad de aquello que te ha acompañado?, ¿cómo llegas un día y le dices “Gracias, pero, ya no”?

Escribía hace años: “qué difícil es crecer y darse cuenta”, hablaba de los compromisos que con la vida adquieres, el despertador, el teléfono convertido en oficina, el escritorio en desayunador, el día contabilizado en minutos… estaba olvidando lo más importante: Qué duro es crecer, reacomodarse, y reconocer que somos seres, por fortuna, cambiantes, y que la vida nos da la oportunidad de aprender, pero aprender en amor.

Durante mucho tiempo le temí a los desenlaces, qué podría ser peor que esa sensación de vacío, la clara interpretación de no ser útil para algo o alguien más, guardar en un cajón el montón de recuerdos que hayas acumulado, pensar que una sacudida lo arregla todo. Nadie nos dijo que lo verdaderamente complicado llega cuando quieres tomar la pluma y continuar tu historia, debes saber que lo vivido ya está impreso, no se borra, y esas sensaciones no se esfuman como el humo de un cigarro, o tal vez sí, se esfuman pero también se impregnan, y ese cajón de los recuerdos se va abriendo, a veces vas a dar ahí y pareciera que le ponen candado contigo dentro, entras y sales, sales y entras, y ahí vas luchando contra todos los cerrojos para crear una nueva experiencia y olvidarte de lo que te hizo daño. Hay personas que valen la desmemoria, que merecen la confianza y la oportunidad. Tú, por ejemplo.   

La vida es un camino, a veces hace frío, de repente mucho calor y tienes que irte desprendiendo de los guantes, el abrigo, la bufanda; a veces hay que subir montañas, y como es lógico, después habrá que bajarlas. Algunos paisajes son maravillosos, tanto que no cabe en ti la admiración, aunque también hay escenarios duros, de sequía y soledad. Ese camino lo vas haciendo tú y con el ritmo de tus pasos te vas encontrando a distintos transeúntes. Ellos, por su parte, también van diseñando su propia ruta, así que podrán acompañarte durante un kilómetro, un par de horas, por una región árida o un bosque encantado, incluso a algunos podrás verlos solo pasar. Todos forman parte de tu camino. En ocasiones se reúnen dos o más personas y deciden tomarse de la mano para continuar el viaje juntos, pueden soltarse ante la primera disputa entre izquierda o derecha, andar y al cabo de un tiempo recoger la bufanda y subir la colina mientras el otro descansa. Y es que, siempre estamos con quien en este momento va en nuestra misma dirección, la meta no es lo importante porque el camino es solo un camino, las conversaciones que tengas en el transcurso, la confianza convertida en aprendizaje, la sensación de tu mano enlazada con otra y la sonrisa que secunda una mirada cuando compartes bienestar, es lo que vale el camino, no la pena.
Hay que andar nuestro camino y acompañarnos de quienes vayan en nuestra misma dirección.