... ese que nunca fue y nunca será.
Se queda atrapado en el anhelo, el sueño, el deseo; crea imágenes de cuento con olores y sabores dulces; con sonrisas y solo lágrimas de alegría; es platónico porque no hubo decepciones, gritos, ni compromisos rotos. Es puro, porque es nuevo, inmaduro e inocente.
Un amor así, idealizado y etéreo, es como el viaje que no has hecho, como el pastel que ves impreso en las revistas, como las pieles perfectas gracias a photoshop... las deseas, pero al mismo tiempo te cuestionas si serán reales, imaginas a qué saben, a qué huelen, cómo son sus calles, ¿habrá basura tirada?, ¿moscas o ratas?, ¿será tan tersa como parece?, ¿es verdad o es una máscara?
El conocimiento quita esas máscaras, las arroja, las envuelve, y las admira, pero ama la piel marcada, brillosa, arrugada, a veces sucia; ama la sonrisa genuina que ve enmarcada en las fotografías porque al mirarla escucha ese sonido extraño que produce. El conocimiento ama los callos de tus pies por los caminos que recorres, el trabajo de tus manos, las ojeras que son muestra de tu esfuerzo, la pérdida de peso en los malos momentos y la fortaleza interna que te dejan.
El amor platónico sospecha que hay demonios dentro, pero no interactúa con ellos, los escoge y a veces los piensa para sentirlo más real. El conocimiento te hace odiar aquello que creías amar, te golpea contra la pared mil veces como si fueses un idiota, pero luego de esos choques ves con mayor claridad, a veces te quedas, a veces te vas.
Creemos amar sin conocer.. es más fácil.
Amar lo que conoces ¡Uy! amar lo que conoces, es amar.
Lucía Olivares
@Olivareslucia