No se pierde la memoria de las cosas importantes...
Los latidos repentinos no se
pueden olvidar, las pupilas dilatadas, las sonrisas congeladas, la
hipersensibilidad en la piel, y esas
ganas, esas ganas de hacer lo que no hiciste, de decir lo que sentiste ayer y
hoy, en diferentes momentos pero con la misma intensidad de los recuerdos, de
la memoria que es historia y como historia vida es.
Un clavo no saca otro clavo, lo
entierra, lo esconde, lo suprime, lo oculta. Las personas no se reemplazan, no
como fichas o piezas de ajedrez, las personas vienen y pasan… la emoción
permanece, se pega, se adhiere, penetra e inyecta una dosis que bloquea el
olvido; tal vez sea eso tan sencillo lo que nos hace inmortales solo a los ojos
y a las pieles que nos vieron de verdad.
No se pierde la memoria de lo
insignificantemente maravilloso, de lo mundano convertido en pasaje, de las
miradas como escáner, las palabras como lanzas, como frase de separador, como
cuchillo enterrado dentro, dentro, dentro; y el tacto celoso que apenas
pareciera existir como un pequeño rastro de vida, como un delgado rayo de luz.
No. No se pierde la memoria de
las cosas importantes, de esas que cerramos los ojos y vemos, esas que al
abrirlos no te dejan aterrizar, de esas que son siempre la primer y eterna
anécdota, tu parteaguas, tu ejemplo, tu conexión con otros sentimientos, a
donde va tu mente… a donde regresa siempre.
Si te olvido o no te olvido está
de más. No es la cabeza, no soy yo, son todos los estímulos que te evocan aun
cuando no estás.
Somos historias que no pierden la
memoria de las cosas importantes o las más insignificantes que se colaron hasta
lo más profundo y han tendido su casa, se han llevado su almohada, su música,
sus palabras para que no las extrañes, para que vivan contigo, sin exagerar.
¿Y si se van? ¿Y si se quedan? Les
dejo mi cuerpo por si lo quieren abrazar.
Lucía Olivares
@Olivareslucia