Revisando "los papeles viejos" me topé con el discurso que escribí para mi graduación hace tres años, se las comparto porque vale la pena darnos cuenta que el aprendizaje no tiene fin y que como decía Viktor Frankl "el que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo":
El primer día de clases en la universidad, me di cuenta de que tenía la inocencia de una niña, y muchas, pero muchas ganas de aprender. Llegas a la universidad con grandes dudas, con incertidumbres, con una idea errónea de la carrera que eliges, con miedos, algunos de ellos te acompañan, te vigilan, te cuidan durante cuatro años y medio.
Llegas a la universidad a exponer tus sueños, a compartirlos con tus nuevos compañeros, a repetir tu nombre, tu edad, tu carrera, tus metas; en cada clase, en cada semestre, para que te quede bien claro y no te queda claro. Alguna vez escuché a una compañera mayor decir “yo quería trabajar en la embajada… qué tonta, qué ilusa”, no basta desear, la vida no es una bola de cristal, ni una lámpara maravillosa, hay que trabajar.
Pasan cuatro años y medio… ¡corriendo! y nadie nos avisó que éramos atletas y que llegaríamos tan rápido, nadie nos dijo que experimentaríamos una inestabilidad tremenda y que aunque se moviera el barco nosotros no nos podíamos caer. Yo me mareé muchas veces, pero me sostenía fuerte.
Aprendes que la universidad es la bahía, pero para pescar te tienes que meter al mar, ensuciarte, caerte, lastimarte… con que no te ahogues… ¿y qué creen? nosotros no nos ahogamos.
Es fácil memorizar conceptos, desarrollar habilidades, obtener un diez, hacer bien una tarea; es un poco más complicado el tema de la resistencia, el tema del valor y los valores, el tema de la dignidad, el abrir la boca porque para algo existe, el hablar de frente, el tener convicciones, saber perder, reconocer errores, pedir disculpas, no confiar del todo, dudar también de lo que un profesor te dice… eso te lo da la escuela, la experiencia, los berrinches… todo lo que nos parecía inútil es lo que más nos hacía falta.
El primer día de clases en la universidad, me di cuenta de que tenía la inocencia de una niña, y muchas, pero muchas ganas de aprender. El último día de clases me di cuenta de que todo lo que pasó, todo lo que vivimos tenía una razón de ser, que el estudiar no es sacrificio, que el estudiar es delicioso, que nosotros somos las piedras de otros y tropezamos así, unos con otros, y que hoy y hace cuatro años y medio el sueño sigue siendo el mismo, que me expongo de la misma manera en frente de desconocidos y luego amigos a contarles qué quiero para mi vida, compartir pasiones, dolores, desesperación, corajes, grilla; compartir mañanas y tardes, extrañarlos de un día a otro. Nosotros conocemos nuestros sueños…
Esta carrera duró muy poco, cuatro años y medio de resistir y gozar muchas cosas, pero siguen años que no se acotan, que no se segregan, que no se dividen; en los que habrá de soportar situaciones, personas, cambios, horarios, el que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier como… lo decía Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido; Viktor es el padre de la logoterapia, que habla del sentido a la vida y cuando tienes metas claras, cuando repites tu nombre, tu edad y tu objetivo último en la vida con seguridad, entonces, los cómos te perseguirán como caballos a todo galope y tú tendrás que cabalgar cada uno de ellos, aceptarlos y agradecer.
Gracias. Gracias a los profesores que nos dieron el beneficio de la duda, gracias a los profesores que podían ser oído y no sólo voz, gracias al que decía Buenos días y al que nunca contestaba, gracias al que te cerraba la puerta, gracias al que siempre la dejaba abierta. Gracias al que te dijo que tu trabajo era una basura, gracias al que te adulaba y no entendías por qué. Gracias al amigo que te daba un abrazo en las mañanas, gracias al que te envidiaba hasta la taza de café. Gracias al que te veía llorar y se acercaba, gracias al que te veía y se burlaba.
El último día de clases me fui como llegué, sintiéndome una niña todavía, pero con muchas, muchas ganas de aprender.
El barco que zarpó hace más de cuatro años ya se detuvo y ahora hay que bajar a pescar. Afortunados los que se quisieron lanzar y lo reconsideraron, afortunados los que se pelearon con el capitán y llegaron a un acuerdo racional, afortunados los que encontraron el método antimareo, porque en el barco estás seguro, porque ahora nos toca el mar.
Lucía Olivares
@Olivareslucia