Arrugando los pies que guardaban unas calcetas moradas como sus labios, las manos encogiéndose entre sus mangas, algunos cabellos queriendo resguardarse en sus fosas nasales, las pestañas heladas, la piel agrietada y unas ganas incontenibles de visitar el baño, por cuarta vez.
Lo estaba esperando desde las seis.
El clima podrá ser dulce o amargo, pero siempre acompaña, roza tu piel, a veces la acaricia, te hace sudar, estremece el corazón.
Habían quedado de verse para discutir su amor, en una zona escondida para hablar solos los dos. Una relación fracturada por el tiempo, la distancia y el alcohol, la firmeza de una dama y la desidia del varón.
La taza de café tenía marcado cada trago, niveles distintos de impaciencia, sorbos tranquilos y desesperación. Trataba de humectarse los labios con su lengua, le preocupaba no verse como una reina, que al recibirlo su nariz fuera un copo de nieve y que los pies se le fueran a entumir. Lo esperaba sentada con la cara entre las rodillas, mientras repetía una y mil veces lo que iba a decir; junto a ella unos zapatos negros de tacón, altos, muy altos, pero no lo suficiente para verlo de frente; en su bolsa la fragancia favorita y una carta que protegía un sobre color melón.
La noche era oficial y su espera una sentencia, la soledad una delicia que en ese momento no le apetecía. Se quitó los calcetines para subirse en los tacones y los dedos no podía ni separar. Una luz roja en el celular le avisa que tiene un mensaje. "¿Y si nos vemos otro día? está haciendo mucho frío" ... era él.
Lucía Olivares.
@Olivareslucia